Curso XIV - Enseñanza 8: La Meditación
La meditación se refiere a los efectos sensitivos del alma.
La meditación es un discurso imaginativo; es útil porque pone en juego todas las fuerzas mentales del ser, orientándolas hacia el logro de la sensación deseada.
La meditación se divide en dos partes: purgativa y amorosa. La primera es apropiada al comenzar el ejercicio; la segunda para que el principiante no se canse y persevere en el camino. La Meditación purgativa muestra las llagas del alma con todo su horror y fetidez; pero no hay que permitir que el alma caiga en el desaliento; la Meditación amorosa lo libra de ese mal.
Los principales métodos de ejercicio de Meditación son los siguientes: la Meditación leída, la Meditación dialogada, la Meditación sensitiva y la Meditación afectiva.
La Meditación, sea purgativa o amorosa, puede ser activa o pasiva.
El ser no debe eliminar las pasiones matándolas o tratando de abolirlas cuando en la vida hace eclosión, porque de esta manera tan sólo se consigue su rebelión o su aparente sumisión ya que más tarde renacen en cualquier momento con más fuerza y pujanza. En cambio, encauzándolas, efectuando una verdadera transmutación de valores sentimentales, conseguirá vencerlas o transformarlas definitivamente.
La Meditación no es la finalidad de la Ascética Mística sino tan sólo un ejercicio para los principiantes. Hay almas que, por demasiado escrupulosas, una vez que han empezado este ejercicio, no quieren abandonarlo; pero, hay que evitar este peligro. La Meditación es un ejercicio útil, indispensable en los comienzos, pero no es más que una carga que es necesario luego desechar. En el lago de la mente el ejercicio de la Meditación ocupa un lugar que desplaza las aguas espirituales; algún día habrá que apartarlo para que aquéllas llenen completamente el lago mental.
Muchos Místicos dicen que San Ignacio de Loyola impuso a sus discípulos el ejercicio de la Meditación, pero sería cometer una grave injusticia con el esclarecido contemplativo afirmar tal cosa. El Libro de los ejercicios espirituales, donde el Santo describe con tantos detalles los diversos ejercicios de Meditación, es tan sólo para principiantes; algo que, según él, hay que hacer una sola vez en la vida, al empezar el Camino Espiritual. En sus reglas, no prescribe a los Jesuitas ningún método de Meditación determinado, esto sólo sería introducido más adelante en su instituto. Él estimulaba e incitaba a las almas al ejercicio de la Meditación cuando empezaban el Camino Espiritual.
El ejercicio de la Meditación es de gran utilidad y, enseguida que se note que un alma tiene tendencias espirituales, hay que orientarla para que lo practique. Aún más, hay que empujar a las almas para que lo empiecen, especialmente a los jóvenes. Es necesario no olvidar que, si el alma es llamada al Camino Ascético, basta que desee encontrarlo para ya estar parcialmente en él. Si un alma deja el ejercicio de la Meditación queda atada al Camino Místico y tarde o temprano habrá de volver a él.
La Meditación es un ejercicio que no es posible decir cuánto tiempo tiene que practicarlo cada alma. Algunas empiezan, pero no son sinceras ni resueltas, o no son fieles diariamente al ejercicio; éstas desde luego, tendrán que practicarlo por más tiempo. Pero otras almas, son más decididas, más dispuestas, y no hay que detenerlas demasiado tiempo en el ejercicio.
Siempre la Meditación es de gran utilidad. Existen almas que, aún después de haber escalado grandes estados ascéticos y místicos, en períodos de gran sequedad y aridez, deben volver al ejercicio para sacar algún provecho en la hora de la Oración Mental.
Para hacer el hábito de la Meditación es imprescindible que los principiantes, especialmente, se ajusten a un método determinado. Este método ha de ser seguido con constancia y tenacidad, perseverando en él todo el tiempo que sea necesario, según la opinión del Director Espiritual.
Si bien hay muchos métodos didácticos de Meditación, es bueno decidirse por uno claro y sencillo; es muy aconsejable el método afectivo.
La preparación, antes de la Meditación, es fundamental y básica. Consiste en la elección de antemano del tema adecuado que ha de desarrollarse durante la misma. Si no se lo prepara, puede perderse todo el tiempo destinado para el ejercicio en la búsqueda del mismo. Esta se llama preparación remota.
La Meditación Afectiva se divide en cinco partes:
- Preparación.
- Imaginación.
- Sensación.
- Propósitos.
- Consecuencias.
No a todas las almas se les puede dar el mismo método de ejercicio de Meditación. Los pobres de imaginación necesitan detenerse considerablemente en el cuadro imaginativo; pueden dividir el tiempo de la Meditación en tres partes: una preparación, un cuadro imaginativo y los efectos consiguientes.
Los muy vivos de imaginación deben acortar en lo posible la duración del cuadro. Hay seres de escasa memoria; con el objeto de desarrollarla es conveniente que, de tiempo en tiempo, se detengan un momento para hacer un bosquejo mental del objeto de la misma; van intercalando, por así decir, breves cuadros imaginativos.
Para facilitar el adelanto, se puede tomar un libro espiritual, leerlo pausadamente y detenerse después de cada frase para considerarla. Es útil tomar un objeto, como una flor o una imagen devota, observándolo en todas sus partes detenidamente y sin apuro hasta hallar algún estimulante de la observación. Las personas muy sensibles, las de viva imaginación y buena memoria, sacan mucho de estas observaciones meditativas; a ellas les es fácil llorar ante un cuadro de dolor, gozar ante una imagen hermosa, así como airarse y aborrecer ante una imagen de pecado y fealdad.
Los insensibles, los que tardan en tener efectos en las observaciones y consideraciones, deben recurrir a la Meditación de coloquio. Deben ponerse en presencia de Dios, de la Divina Madre o de los Santos Maestros y hablarles, confiarles sus secretos e imaginar que escuchan sus respuestas.
Para algunas almas es muy necesaria la Meditación sensitiva; el ser tomando sus sentidos los vigoriza y los orienta hacia su conveniencia espiritual. Si, por ejemplo, se quiere meditar sobre la rosa, míresela bien hasta que los ojos se impregnen de su belleza, aspírese su fragancia, procúrese sentir su frescura en la boca, imagínese palpar sus sedosos pétalos y escúchese el poema de un día que sólo ella sabe recitar.
San Ignacio de Loyola, en la meditación sobre el infierno, dice a sus discípulos que procuren ver las horrorosas contorsiones de los cuerpos que allí se queman, oír los alaridos de los condenados, sentir el putrefacto olor de azufre e imaginar que el fuego abrasa sus manos.
La preparación ha de ser breve, como una aspiración, una plegaria, un cambio entre la vida habitual y la vida de ese momento.
El cuadro imaginativo es de suma importancia, ha de ser vívido, conciso, claro e indeleble, pero breve. Como la imaginación remonta el vuelo con suma facilidad, ella debe ser bien controlada. Si el ejercicio dura treinta minutos, el cuadro imaginativo no debe durar más de siete. Si el cuadro es presentado con nitidez, la voluntad irá paulatinamente apegándose al mismo, dándole por sí sola vida y sentimientos. Éstos producirán efectos y sensaciones, ya sea de dolor o amor, de purgación o elevación. Para aprovecharlos debidamente, debe procurarse que no sean simplemente objetivos y fugaces, sino que dejen tras de sí algo efectivo, algo que sea como una fuente a la que el alma puede recurrir durante todo el día.
En la Meditación Sensitiva, sin embargo, no es ventajoso el exceso de sensibilidad, pues ésta es como las aguas del océano agitadas por la tempestad: cuanto más altas las crestas de las olas, tanto más hondas son las mismas. Así también, cuanto más alto haya rayado la sensibilidad del discípulo, con tanta más fuerza será acometido durante el día por la tentación contraria.
Cuídense los propósitos para que no sean demasiados e imposibles de cumplir.
Las consecuencias serán vigiladas, autocontroladas, durante todo el día.
Es preciso meditar en lugar tranquilo en que no se pueda ser molestado. Debe elegirse una misma y determinada hora para todos los días. De este modo, el subconciente hace un hábito del ejercicio, siendo preferible que esta hora sea antes del almuerzo o, mejor aún, antes de empezar las actividades matinales.
La postura no debe ser ni muy cómoda ni demasiado incómoda. Las posiciones cómodas o muy incómodas son para los contemplativos de alto vuelo. Estando sentado, el cuerpo debe estar erguido, la frente levantada, la cintura sin ajustar, las manos unidas apretando las yemas de los dedos y los brazos abandonados y caídos hasta los codos.
El ejercicio de la Meditación puede ser activo o pasivo.
Es activo cuando el alma necesita realizar un gran esfuerzo para lograr las sensaciones; para ello debe valerse de diversos métodos discursivos cuyos cuadros sean variados y coloridos. Muchas son las palabras que acuden a la mente del ejercitante y, cuanto más fecundo sea el discurso, tanto mayores serán los efectos que trae la Meditación activa.
La Meditación Pasiva es la que practica el ejercitante cuando por causas que no son físicas ni morales, siente un hastío creciente hacia los cuadros repetidos y los muchos discursos y palabras. La Meditación es lenta y casi sin quererlo se detiene sobre cada palabra; cuanto menos se dice, más aprovecha.
Un alma, haciendo el ejercicio activo, meditaba sobre la vanidad del mundo y, de repente, le pareció que el mundo era un hoyo inmenso que se iba agrandando más y más, inspirándole ese vacío enorme un gran aborrecimiento por todas las cosas terrenas; esto era un aviso interior de que el alma debía pasar de la Meditación activa a la pasiva.
A su debido tiempo es necesario, entonces, cambiar el ejercicio.
Las palabras deben ser cada vez menos; en lugar de buscar frases para enriquecer el discurso, hay que tratar de eliminar todas las palabras inútiles y vanas. En el cuadro hay que procurar hacer una sola imagen y nada más que una. A veces basta una palabra para llenar todo el tiempo de la Meditación.