Curso XIV - Enseñanza 6: Desorientaciones Psíquicas
Si bien un alma puede empezar el sendero ascético con fines personales, al avanzar en las prácticas ha de caer fatalmente en la comprensión de que la única realidad que persigue no es la conquista de ciertos poderes, sino la Unión Divina. Si un ser, después de haber hecho ciertas experiencias místicas, persiste en su egoísmo personal, es arrastrado por fuerzas destructoras malignas y se transforma en lo que se podría llamar un mago negro.
Por la Meditación y la Concentración las fuerzas del Gran Elemento depositadas en el plexo sacro suben, voluntaria o involuntariamente, al cerebro, hasta el Centro Coronario, para facilitar la Visión Divina. Pero, en el místico extraviado y egoísta, estas corrientes son desviadas por el impulso personal del sujeto y son lanzadas hacia los centros inferiores.
Este procedimiento erróneo si no lleva al desequilibrio o a la desesperación, acarrea la depravación psíquica. El mago negro se rebela a unir sus fuerzas a las Fuerzas Eternas, a la Unión Divina; quiere retenerlas en sí para usarlas para sus propios fines; desafía a Dios y, por consiguiente, es como Lucifer lanzado a la profundidad, al abismo, abandonado a sí mismo.
El ser que ha perdido el camino es, por una fuerza que no puede salir de él, atacado por deseos horribles y bestiales, deseos de sufrimientos físicos que llegan hasta el automartirio. Conocidas son las prácticas que se imponen ciertos fakires de la India de baja categoría: duermen sobre camas de puntas de hierro, permanecen en una postura inadecuada hasta que los miembros esforzados se atrofian, ingieren porciones de vidrio triturado y cometen muchas otras locuras.
A consecuencia de estas aberraciones el cuerpo astral es influido directamente.
El ser está defendido por una radiación astral, así como la cáscara rodea al huevo; ésta impide que lleguen a él emanaciones ajenas a su tipo. Al forzar inconvenientemente con prácticas psíquicas equivocadas su rueda control, la misma pierde su equilibrio y deja libre paso a toda influencia. Penetran entonces en ese círculo de protección pensamientos ajenos materializados, larvas mentales y seres elementales de la naturaleza que terminan por vampirizar y dominar a su víctima.
A veces llega esto a tanto, que el ser ya no obra por sí solo, sino es dirigido como un autómata por perversas entidades que se han adueñado de su círculo áurico. Llámase a estos hombres, como dicen los cristianos, poseídos por el demonio, o como dicen los espiritistas, obsesados, siempre se trata de la misma cosa: fuerzas energéticas mal orientadas estallan al no encontrar el recto camino y producen una ruptura en el aura astral.
Muchas veces las fuerzas de defensa que han quedado en el cuerpo astral pueden repeler estas influencias y volver al ser a la normalidad y a la salud; pero en otros casos sólo la muerte puede restablecer el equilibrio en esas almas.