Curso XIV - Enseñanza 4: El Director Espiritual

En el Camino Ascético, para llegar a la Mística Unión del alma con lo Divino, especialmente en los primeros tiempos, es indispensable un Director Espiritual que guíe al alma por el Sendero que le conviene.
No se puede negar que hay almas extraordinarias que tienen especial dirección, sea de parte de su subconsciencia ancestral o, como sucede en algunos raros casos, directamente de los Maestros que dirigen el movimiento místico desde el mundo astral.
El rey pitagórico Numa Pompilio de Roma era dirigido por la ninfa Egeria, a la cual le unía un estrecho lazo de amor espiritual y no dictaba ninguna ley en el gobierno de su pueblo sin consultar antes con su bienamada etérea.
Santa Catalina de Génova nunca pudo tener Director alguno. Cuando intentaba ponerse bajo una dirección especial acontecía algún hecho extraordinario en su vida que la hacía prescindir de ese guía. Pero en cambio, diariamente el mismo Maestro Jesús se le aparecía, ilustrándola y dirigiéndola continuamente.
Helena Petrovna Blavatsky tampoco pudo tener dirección espiritual sobre la tierra pues los Maestros se comunicaban directamente con ella para darle sus órdenes. Esta mujer, tan excéntrica y de temperamento tan rebelde a las órdenes de la sociedad, era completamente humilde y sumisa a la voluntad de Aquellos que desde el más allá orientaban su camino.
Si bien es verdad, entonces, que hay almas excepcionales dirigidas directamente desde lo alto, la mayoría de los místicos que no tienen dirección visible, especialmente los principiantes, muestran un estado lastimoso en su ascensión, si tal se la puede llamar. En efecto, la mayoría de ellos vaga de un Maestro a otro, de un ejercicio a otro, de una desilusión a otra, encontrándose al final tan desorientados y enredados en sus pensamientos, que tienen que perder tanto tiempo para desaprender lo aprendido cuanto han empleado para aprenderlo.
Tampoco pueden ser éstos materia muy maleable puestos en buenas manos, porque su alma es como una tela muy garabateada, manchada de conceptos erróneos y de prejuicios, casi podría decirse, imborrables.
La dicha más grande pues, y la esperanza más segura para lograr la Unión Divina es encontrar un Director Espiritual.
Desde luego es éste un asunto muy delicado; nunca será bastante ponderada aquella frase de Santa Teresa de Jesús que decía a sus monjas: “Buscad un Director Espiritual que sea hombre piadoso y de letras”.
La misión de dirigir las almas hacia la perfección es la más digna que puede encontrarse sobre la tierra; pero, para esto es necesario tener una vocación especial y amar a las almas intensamente. Así como el explorador quiere viajar, el pródigo sólo quiere gastar su dinero, el estudioso sólo ve a sus libros y la madre a sus hijos, el Director Espiritual sólo quiere almas, sólo vive para conquistarlas, para encender el fuego divino en ellas y hacer que éste arda constantemente.
Don Bosco exclamaba: “Tengo sed de almas”, y Ramakrishna lloraba y suspiraba, clamando desde la azotea de su casa: “Venid almas destinadas a mí”.
El Director Espiritual debe tener, entonces, un amor irresistible hacia las almas, una comunicación espontánea y simpática que atraiga a todos aquellos con quienes trata, y contracción al estudio, unido todo ello a la práctica de la oración. Él ha de estar, además, adornado con todas las virtudes, generalizadas, sin que ninguna sobresalga demasiado sobre las otras.
Esta simpatía espontánea era el don característico de San Francisco de Sales, el gran director de almas. Una dama dijo de él cuando dejó París: “¡Ay ladrón! él se va y se lleva nuestros corazones”.
La persona unilateral que mira sólo un aspecto de la vida ascética y practica únicamente ciertas virtudes, no puede ser un buen Director Espiritual, porque éste no ha de ser una flor sino un ramillete de diversas y perfumadas flores.
Además, para triunfar y llevar a las almas a su destino, él ha de tener un fino tacto y no ser extremadamente meloso; debe tener una cortesía y diplomacia que no quiten lugar a la disciplina y a la severidad oportuna y un constante cuidado del alma a él confiada. Estas dotes han de acompañar siempre al Director Espiritual como la sombra al hombre.
Ignacio de Loyola le prestaba dinero a Francisco Javier cuando éste perdía en el juego para hacerse amigo suyo y conquistar su alma, como lo hizo después.
Hubo un tiempo que Ramakrishna buscaba asiduamente a Vivekananda; pero más adelante lo echaba de sí sin piedad.
Monseñor Berulle mandaba a Madame Acarie que acompañara a su esposo a los bailes, bien vestida y escotada, según costumbre de esos tiempos, que bailara y fuera atenta con todos según su rango y condición, pero que llevara bajo su vestido duro silicio.
Helena Petrovna Blavatsky usaba con el Coronel Olcott cambios de los más sorprendentes; pasaba de la cortesía más refinada a la severidad más grande casi instantáneamente, para ejercitar la paciencia de ese valiente hombre.
Un don característico del buen Director Espiritual es un discernimiento para conocer a aquellos que le han sido encomendados por los destinos superiores, y cuando ellos se le han sometido tiene una seguridad y autoridad indiscutible para hacerles seguir la senda que más les conviene; especialmente en los momentos difíciles y definitivos, debe tener un poder extraordinario para decirles: “Tu destino es éste o aquél”.
Además es preciso que él tenga una realización personal de las prácticas internas y externas de la Ascética Mística; los libros, el conocimiento y la referencia no deben ser para él más que una ayuda.
A veces, es tanto el amor que profesa el alma de su dirigido que conoce y experimenta en parte el camino y los trabajos por los cuales aquél ha de pasar.
La idea integral de la obra del Director Espiritual en un alma ha de subsistir desde el principio hasta el fin, sin variar, de modo tal que el dirigido no sea sometido a la misión del Director Espiritual, ni que éste se deje arrastrar por la misión característica del dirigido.
Una vez elegido el Director Espiritual no se puede cambiar de orientación; se enlazan corrientes entre maestro y discípulo que van más allá de la vida y, así como él toma sobre sí la carga de la ignorancia del discípulo, éste carga con la responsabilidad de su vida material.
En algunos casos se puede cambiar de dirección, pero siempre es el Director mismo el que lo aconseja o un hecho extraordinario el que lo determina.
Las relaciones afectivas entre el Director Espiritual y el elegido han de ser extraordinariamente puras; entre ellos ha de haber mutuo respeto y ausencia de todo exceso de familiaridad. Tras la cáscara del cuerpo del discípulo él ve constantemente la luz brillante del Espíritu. Sólo así él no se estanca en la dirección del alma y, sin apresuramiento de que pase el elegido rápidamente de un estado a otro, lo va ascendiendo poco a poco, a medida que descubre la acción divina en su interior, recordando siempre aquella frase divina: “Las almas hay que impulsarlas más que arrastrarlas. Las rosas más se tocan más rápido se marchitan”.
Si bien hay distintos tipos de místicos, en todos los casos es indispensable una buena Dirección Espiritual.
Hay tres tipos de místicos: los solitarios, los ordenados y los giróvagos.
Los solitarios son hombres que no han abandonado el mundo, pero que viven bajo la guía de un Director Espiritual obedeciéndolo y respetándolo en todo.
Los ordenados, aparte de tener un Director Espiritual al que obedecen ciegamente, viven junto con él en la misma casa o en el mismo monasterio.
Los giróvagos no tienen un determinado guía o Director Espiritual, y se dejan llevar por su instinto o por lo que creen inspiración Divina.
Los solitarios obedecen estrictamente a su Director Espiritual y se someten en el método de ejercicio y en la disciplina interna completamente a su voluntad. Fundan su fe en una total confianza en él, indispensable para la realización.
Cuando Saulo es herido por un rayo divino, camino a Damasco, pregunta: “Señor, ¿que quieres que haga? Y se le contesta: “Entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer”. El Espíritu Superior se niega a dirigirlo desde un principio, pero lo envía a Ananías para que la experiencia del hombre colabore con la Gracia Divina.
Los místicos ordenados, que viven en comunidad con el Director Espiritual, predominan principalmente entre los orientales. Es indispensable para un chela hindú, vivir junto a su Gurú y obedecerle ciegamente. La obediencia ciega limpia la mente de todo prejuicio pasado y pone al ser en armonía con las fuerzas del Gurú, haciéndolo apto para alcanzar los mismos éxitos psíquicos y espirituales.
Los chelas de la India hasta meditan sobre la forma física de su Maestro e imaginan durante la meditación que éste está sentado sobre el pequeño chakra del corazón, llegando a identificarse con él.
Los místicos giróvagos que no tienen directamente un Director Espiritual, al emprender un camino desconocido y lleno de peligros, pueden llegar a perecer.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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