Curso III - Enseñanza 10: La Aridez
La aridez se produce cuando el ejercicio de la meditación no produce respuestas sensibles.
El Hijo se identifica con el pensamiento-deseo lanzado por la mente y se pierde en el vacío de una sensibilidad gastada por los choques emotivos de una mente incontrolada.
En los comienzos, él despertaba una fuerza que se oponía a otra fuerza y esa lucha le daba la sensación de lo que hacía. Pero el tiempo gasta la capacidad de respuesta sensible y deja sólo una fuerza perdida en un vacío sin ecos. Es el momento de la angustia, de la soledad, de la aridez en la oración.
La renuncia, expresada en el hábito del control mental y emotivo, sitúa al ser por encima de sus movimientos sensibles y establece la oración en un nivel más profundo, al que no llegan las aguas de la emotividad ni del pensamiento instintivo racional habitual.
Allí el alma no sólo está libre del vórtice de la vida instintivo-volitiva, sino por eso mismo es libre de saber y de ser.
Suele suceder que la aridez o las dificultades en la meditación tengan causas ajenas al desarrollo espiritual del alma. Puede ocurrir que por el trabajo o actividad habitual en la hora elegida para el ejercicio, la mente no responde, los sentimientos no afloran y todo es sufrimiento. Puede ser simplemente cansancio físico o mental. Probablemente en otro momento se tendrían excelentes disposiciones para meditar.
Lo que importa es la ascética del ejercicio y no las consecuencias inmediatas del mismo. En este caso, la meditación más perfecta es el esfuerzo constante por vencer los estados físicos, para mantener la mente por encima de sí misma.
Hay dos tipos de aridez:
- La de los principiantes. Es dañina, producida por la lucha entre la sensibilidad mundana, carnal, contra la sensibilidad espiritual. En este estado hay que acompañar a los Hijos con dulzura.
- La aridez de las almas firmes ya en su vocación. Es la más fructífera.
Los consuelos y gozos espirituales se consumen a sí mismos en una experiencia personal, válida para uno mismo.
La aridez es experiencia que fructifica en dirección de las almas, experiencia valiosísima sin la cual no se puede llegar a la madurez espiritual. Si quiere hacer de la Divinidad algo semejante a la propia imagen, que se adapte a uno mismo, que sea un Dios de consuelo, de gozo, de favor celestial, es imposible; no se puede limitar a la Divinidad. Por eso después de haber descendido Ella hasta el alma, se le escapa para que la busque, para que transmute su oración. Muchos dicen entonces: “¿No estaré perdiendo el tiempo?”; “Me distraigo, estoy sobre espinas cuando oro, no me mueve ninguna devoción”. Si entonces, estando así, el alma busca afanosamente y con dolor, entonces tiene perfecta oración.
Hay que buscar en el Templo del Corazón; transformar la oración en Divina Sabiduría.
Mientras hay apego a los estados sensibles, la aridez es un estado doloroso que se sufre y se espera trascender. Cuando la oración es de Renuncia, la aridez es su resultado natural.
En la meditación se crea una imagen y ésta se vuelve objetiva, algo fuera de uno mismo. La sensación es un gasto de energías para dar vida a esa imagen. Cuando ya se ha logrado sublimar la afectividad no hay que gastar energías sobre una imagen objetiva. Hay que ser capaz de sentir no sintiendo, retener, potencializarse.
La aridez comienza cuando una imagen objetiva no provoca un gasto incontrolado de energías. Indica el comienzo del autocontrol. No hay que confundir esta aridez con la violencia que tienen que hacerse muchas almas por haber dejado durante mucho tiempo el ejercicio de la meditación.
Hay un signo que distingue siempre la aridez espiritual: siempre está iluminada, periódicamente, por instantes de contemplación.