El Hijo que llega al Seminario se encuentra con un método de vida completamente nuevo y distinto, aún en el aspecto espiritual, de aquél que estaba habituado a seguir.
Es bueno que el Hijo, al amoldarse a la nueva vida, adquiera el hábito de una observancia estricta.
La Ordenación es un campo magnético de altas posibilidades espirituales, pero no es la Suprema Realización, que sólo se logra en lo interno.
Por eso, también en las Casas de Comunidad, penetran los elementos negativos.
La Ordenación y sobre todo la Ordenación de Comunidad, es la práctica del Voto de Renuncia en toda su perfección. Y la perfección de este Voto es la práctica constante del mismo esfuerzo determinante de la voluntad para lograrlo hasta que la conciencia, desechando todo esfuerzo, es invadida por la gracia y la comprensión de la Renuncia.
El Ordenado ha de ser la síntesis demostrativa de la vida espiritual.
No existe una palabra adecuada para expresarla. Su nombre debería ser Vida, pero la palabra “vida” está únicamente relacionada con las formas físicas y sensoriales del hombre.
Los dones más grandes de la Ordenación son: la capacidad de amar y sufrir en silencio que adquieren los Hijos al desprenderse de todas las cosas.
Parecería, a primer golpe de vista, que la vida de Ordenación con el abandono del mundo y de todos los afectos que a él ligaban fuera una resolución de almas poco sensibles.
La Ordenación de mujeres es peculiar y fundamentalmente distinta a la de los hombres.
Las mujeres como Ordenadas, y para ser tales, han de vivir en Comunidad.
Si no fuera así, ¿qué podría hacer una Ordenada en el mundo que también no pudiera hacer una Hija de Tabla de Solitarios?