Curso XLV - Enseñanza 15: Amor y Sacrificio

Los dones más grandes de la Ordenación son: la capacidad de amar y sufrir en silencio que adquieren los Hijos al desprenderse de todas las cosas.
Parecería, a primer golpe de vista, que la vida de Ordenación con el abandono del mundo y de todos los afectos que a él ligaban fuera una resolución de almas poco sensibles. Y es bueno que el mundo crea tal cosa de aquellos que le han abandonado.
Se requiere una gran capacidad de amor para resolverse a abrazar un estado de vida todo dedicado a la Divinidad y a sacrificar los afectos más puros y más arraigados del corazón.
Además, la vida reconcentrada y atenta de la Comunidad, la aplicación a los ejercicios de asistencia y oración intensifican notablemente las fibras sensoriales del ser, dándole al alma una exquisitez tan extraordinaria y sobrenatural que excede a toda comprensión.
El mismo esfuerzo interior que realiza el alma para sofocar los sentimientos naturales y sublimar los afectos de la sangre, le concede una mayor capacidad de amor y, como es amor que no se concede al egoísmo propio y al goce sentimental, se expande rápidamente y este amor adquiere un carácter todo sobrenatural y divino.
Lo que hace y dice el Ordenado está matizado y fortalecido por este sublime amor; se acrecienta en él el don de percibir, de observar, de comunicar sus sentimientos y de valorizar las pequeñas cosas que son la brújula de los sentimientos de los seres.
Esta supersensibilidad, que no obra por sí sino en sí, le da al trabajo y a la asistencia directa un gran acierto y a la acción introspectiva fuerza de amparo y protección.
Desde luego que la adquisición de esta gran sensibilidad le da al Hijo también una mayor capacidad de sufrimiento: no un dolor estéril, sino un sufrimiento dulce y constructivo.
Decía San José de Cupertino que él tenía una llaga en el corazón; una llaga viva de amor.
Y Simone Weil dice que Dios en la intimidad es amor y en el trabajo exterior es sacrificio.
El signo del verdadero amor, inconfundible, es el dolor.
Puede ser que algunas almas más débiles no sepan reprimir y callar siempre su estado de ánimo y que se sienten heridas e incomprendidas frente a la actitud un poco indiferente o dura de quien las rodea. Pero estas pequeñas lamentaciones, esfuman el efecto del fruto de gracia y desparraman la savia de la ofrenda interior.
Es necesario dar abnegada y continuamente, con una generosidad sin límites, en silencio; así las gotas de sangre del corazón caen intactas en el regazo de la Divina Madre.
La fuerza de este dolor interior hace al alma apta para cualquier conquista, para lograr lo que desea espiritualmente y sobre todo la hace apta para la conquista de almas.
Valor grande tiene el misionero que, desafiando los peligros y a costa de grandes fatigas, va ha conquistar almas en donde sea; pero valor infinitamente superior tiene el misionero egocéntrico que conquista las almas en el silencio amoroso y sacrificado de su corazón.
Mientras más aumenta en él el don de amar y sufrir, más aumenta el número de almas por él conquistadas para la vida espiritual.
El Estandarte de Amor del Ordenado lleva bordado un Signo de Sangre.
La vocación de renuncia no quiere entonces que se ahoguen los afectos y sentimientos, sino sólo que se transmuten en una llama de Amor Divino.
El amor purificado así de las escorias humanas, por el dolor y el sacrificio, se transforma en una llama Viva de Divino Amor.
El amor y el dolor del mundo matan, mas el amor y el dolor espiritual dan la vida.
El amor, al hacerse más profundo y espiritual, pierde las apariencias exteriores del afecto manifiesto y da la impresión de un estado de apatía y frialdad. Aún los afectos humanos hechos más profundos y más reales pierden consistencia haciéndose más al alma que a los sentidos.
Cuando el verdadero amor trae al alma una gran paz interior y, aún comprendiendo los males del mundo no puede salir de este estado de sosiego, parecería a veces que es egoísmo, indiferencia.
Un alma que preguntó a su Director Espiritual esto mismo, tuvo la siguiente respuesta: “Hijo mío, no detenga su pensamiento lo más mínimo en esto; su paz interior es un estado de amor tan sutil hacia la Divina Madre que se expande, por espontaneidad y amplitud, sobre todos los seres que usted ama y desearía salvar”.
Aún el dolor llevado a estas alturas hiere sin lastimar; no es un dolor objetivo, sino completamente en sí, que se hace una segunda naturaleza del ser y le concede al alma el bien inestimable de no poder prescindir de él.
Por este amor doloroso y sublime se eleva el alma hasta la Divina Madre; penetra y permanece en su Divino Corazón y desde allí participa en la salvación del mundo.
Este Divino Amor no se trasluce en el Ordenado. Pero todos los que le observan y están cerca de él sienten esta buena influencia, perciben a través de su apariencia las luces que le alumbran y le aman, respetan y veneran.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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