El Hombre y Dios son dos cosas aparentemente distintas; pero cuando quitados los velos de la ilusión el hombre realiza a Dios, entonces son como una sola cosa. Esta es la felicidad, el paraíso, y por esto el ser en la tierra, aún sin saberlo, anhela la perfección espiritual y encontrar a Dios.
La Contemplación es el paso definitivo que da el alma desde la Ascética a la Mística.
Se le llama Ciencia Secreta de Dios y Don Divino porque a esta altura del desenvolvimiento espiritual el alma es directamente ilustrada por los Maestros; por esto mismo algunos creen y aseguran que ella es un don, una gracia que sólo tienen determinadas almas privilegiadas y que no todas, ni aún las muy adelantadas, pueden pretender llegar hasta aquí.
La Contemplación puede ser Tenebrosa o Iluminativa. En realidad estas divisiones son arbitrarias porque no se pueden determinar exactamente estos dos estados. El alma, más bien, se va haciendo más contemplativa y queda absorbida por este santo ejercicio por un tiempo cada vez mayor.
Todas las normas que se han ido trazando para lograr la Unión Divina tienen sus excepciones.
Hay almas que no conocieron jamás la Meditación y otras que, ignorando los ejercicios de la Concentración, han llegado, sin embargo, a una perfecta Unión con Dios.
La contemplación no aparta de las contingencias de la vida.
El mal no está en las cosas materiales, sino en el tipo de relación que se tiene con ellas. Lo malo es el afán y el deseo, que establecen la vida al nivel material.