Los lemures, si bien vivían intuitivamente y semiapartados de sus cuerpos físicos, tenían una vida material puramente instintiva.
El cerebro humano era una masa divina puesta a disposición del hombre, sobre la cual debía ir grabando poco a poco.
Entre las ásperas y desoladas cordilleras atlantes surgía una raza poderosa.
Sometidos al rigor de un invierno saturniano, faltos de todo, teniendo que luchar en contra de los elementales y en contra de los monstruos antediluvianos, los tlavatlis crecieron en fuerza, tenacidad, agilidad y resistencia.
Como un enemigo mortal, hace 850.000 años un cinturón de hielo rodeaba la tierra, destruyendo todo vestigio de vida.
La grandeza de los Toltecas, la Ciudad de las Puertas de Oro, los recuerdos de una soberbia civilización, habían sido arrastrados por las aguas a las profundidades de los océanos o sepultados bajo capas de nieve.
Empieza una Raza Raíz, no se desenvuelve en un solo lugar, sino, surgen siete grupos de dicha Raza, en siete distintas partes del Globo.
Así sucedió siempre, desde la primera Raza Raíz.
La escuela filosófica china no tiene establecida una fecha de comienzo, pues siguió la línea de pensamiento de los atlantes mongólicos.
Las primitivas dinastías, se pierden entre las sombras del mundo Etéreo; tan es así, que antiguas dinastías, que se remontan cinco o seis mil años, las consideraban sin conocer su origen.
A medida que iba surgiendo el hombre Ario fue perdiendo la Humanidad el conocimiento “clare visa” de Dios que había sido patrimonio de la raza Atlante.
Los hombres Atlantes poseyeron, gracias a las características típicas de su raza, la visión directa de Dios y en consecuencia el concepto de la Unidad Absoluta de Dios.