Curso XXXIV - Enseñanza 7: El Concepto Ario de la Creación

A medida que iba surgiendo el hombre Ario fue perdiendo la Humanidad el conocimiento “clare visa” de Dios que había sido patrimonio de la raza Atlante.
Los hombres Atlantes poseyeron, gracias a las características típicas de su raza, la visión directa de Dios y en consecuencia el concepto de la Unidad Absoluta de Dios.
Pero a medida que iba naciendo la mente racional, característica y conquista de los nuevos Arios, ésta fue obscureciendo, hasta perderse totalmente las facultades psíquicas de la raza antecesora.
Los arios perdieron la visión directa de Dios y sumidos en un mundo fenomenal, dependientes totalmente de sus sentidos físicos, conocieron y adoraron en las primeras etapas de su evolución sólo a las fuerzas de la naturaleza, a las que deificaron y personificaron a tal punto que eran verdaderos dioses-hombres.
Sin embargo nunca desapareció totalmente, como un recuerdo subyacente en el alma, el concepto de la Unidad Divina, a tal punto que invariablemente se halla en el abigarrado mundo de las deidades arias el concepto del Dios Supremo, superior a todos, lejana reminiscencia del pasado conocimiento.
El concepto fundamental no podría morir. Sustentado seguramente por los Grandes Iniciados a quienes incumbe tal tarea, fue necesario esperar el momento propicio para que volviera a surgir con toda su fuerza.
Ello no podía ocurrir, lógicamente, hasta que la nueva conquista, la razón, se hubiera desarrollado suficientemente como para intentar a través de ella, el redescubrimiento de las Verdades preservadas en las tradiciones de la revelación.
El rehallazgo del concepto de la Unidad Divina, del Absoluto, o como suele llamarse del Aquello, no pudo ser necesariamente un acto instantáneo.
Años, décadas, siglos quizás fueron necesarios para que los Grandes Iniciados, los sabios y maestros de la antigüedad hallaran preparada la mente, la nueva mente racional, para llegar paso por paso a deducir lógica y racionalmente el pensamiento de lo Inmanifestado, de lo Eterno.
Se ha mencionado ya que son los Grandes Iniciados y luego sus discípulos los que al afirmar la Revelación van descubriendo las Verdades deducidas implícitas que, desarrolladas correctamente, se condensan luego en dogmas.
La vuelta al concepto de la Unidad Divina constituye indudablemente una verdadera deducción teológica, correctamente ilada y perfectamente razonada.
Tan fundamental ha sido esa tarea, tan claros han sido los conceptos, los dogmas que legaron los maestros de la antigüedad, que han perdurado los tiempos hasta la actualidad pese al obscurecimiento y sombras transitorias provocadas por filosofías y religiones que posteriormente proliferaron y proliferarán.
Sumidos en el mundo fenomenal, donde lo múltiple oculta y vela lo Uno, los instructores debieron partir indudablemente para sus razonamientos, de la manifestación perceptible de la Naturaleza y del Universo.
Ellos, como aún ocurre al día de hoy, comprobaron que todo lo que constituye el mundo fenomenal, toda la manifestación que se ve, palpa, gusta, huele y se escucha, se halla en constante cambio.
Nada es constante, permanente, fijo, imperecedero en el mundo fenomenal.
De esta observación surge la lógica deducción que nada hay perdurable y permanente en el mundo fenomenal y que todo lo que se observa no es sino una serie de formas y acontecimientos sucesivos y mudables.
Como nada es constante ni permanente, se deduce que todo lo que se observa no tiene verdaderamente existencia real, sino sólo fugaz y transitoria.
Por lógico razonamiento se deduce entonces que la manifestación perceptible, el Universo fenomenal, no es real en sentido absoluto.
He aquí el momento entonces en que se plantea el gran interrogante.
¿Si el mundo fenoménico no es un real absoluto, hay algo más que no percibimos, qué subyace oculto tras los velos?
Los Grandes Iniciados, custodios y divulgadores de la Gran Verdad, declararon y afirmaron que tras el velo del mundo fenoménico existe Algo real y substancial pues, razonaban, aunque lo que se percibe fuese una ilusión, una mera apariencia, ¿sobre qué se apoyaría?, ¿cuál sería la causa de la ilusión?
La apariencia no puede serlo por sí sola. En consecuencia, se deduce que debe haber Algo real y substancial.
Real, en sentido absoluto y substancial en cuanto significa naturaleza o esencia real o existente. Aquello en que están inherentes todas propiedades y cualidades.
Se concluye entonces que todo el mundo fenoménico se apoya, por así decir, en algo universal, en una Substancia o Esencia, Real en sentido absoluto, la cual es necesariamente la Única Realidad.
Surge aquí la pregunta si esa Substancia es simple o compuesta, Una o Múltiple.
La razón deduce que es Una en su Esencia, basándose, cual lo hace rigurosamente la ciencia experimental contemporánea, en la observación del mundo fenomenal donde se comprueba un riguroso encadenamiento y ordenación de los hechos a tal punto que todo fenómeno observable es la consecuencia de uno anterior y la causa del subsiguiente. Se llega así a lo que algunos llaman la Causa Primera o, como se dijo, al concepto racional de que la Substancia es Una en su esencia.
Mas, la única realidad escapa al poder racional del hombre. No se puede comprender ni imaginar su naturaleza y esencia. No es posible aplicarle los atributos, cualidades y definiciones del mundo, del universo fenoménico, pues los trasciende.
Es entonces Incognoscible para el hombre; Indefinible e Inefable, es decir, que no se puede definir ni explicar con palabras.
Por ello y a falta de mejor posibilidad se ha dado en llamar a Dios en ese aspecto “Aquello”, “Absoluto”, lo “Inmanifestado”.
Es necesario aquí introducir, mejor dicho recordar, otro postulado fundamental establecido por los Grandes Iniciados que se mantiene incólume hasta nuestros días, a tal punto que constituye una ley fundamental de las ciencias experimentales.
Es la ley de la conservación de la energía, y agréguese de la materia que, formulada a este propósito dice que de nada no puede surgir algo y algo no puede perderse en la nada.
Aplicando este postulado al análisis de la única Realidad, se deduce racionalmente primero, que Aquello ha sido siempre, pues no puede surgir de la nada y segundo, que es eterno, pues algo no puede aniquilarse en nada.
En otras palabras, Aquello ha sido siempre, es y será: es Eterno.
Pero Dios, Aquello, también es Infinito, pues no se puede imaginar algo fuera de Él, nada que lo defina, limite, circunscriba, afecte, influya o cause. Todo lo contiene en Sí.
Es entonces Aquello la única causa del universo fenoménico pues no hay otra causa fuera de Él.
Es la Causa sin causa, la Causa real, la única causa real ya que fuera de Él no hay causa real absoluta.
No existe pues en realidad en el mundo fenoménico causa y efecto, como ya se dijo, sino simplemente un encadenamiento de efectos, un continuado y ordenado desarrollo de sucesos que obedecen todos a la única y real Causa, a Aquello.
Relativamente, se observa en el mundo los fenómenos como obedeciendo a una causa y dejando un efecto. Y se observa cómo ese proceso se cumple obedeciendo a leyes que ordenan y rigen regular y continuamente los fenómenos.
Razonando se comprende entonces que este juego armónico obedece a una Causa fundamental, que es precisamente la única Causa real, Aquello.
Continuando el razonamiento se colige que Dios, Aquello, es también Inmutable e Indivisible.
Es Inmutable pues siendo la Causa única, nada hay que pueda mudarlo, tampoco hay algo en que pueda mudarse o transmutarse, pues, siendo todo lo que es, nada hay en que pudiera hacerlo. Tampoco puede cambiarse en otra Realidad pues es la Única, ni puede dejar de ser, pues algo no puede desvanecerse en nada.
Es Indivisible, pues nada hay que pueda dividirlo; pero aún cuando lo imagináramos posible, resultarían dos o más Realidades en vez de una, concepto que rechaza la razón pues destruiría la infinita naturaleza de Aquello y no es posible la coexistencia de dos infinitos.
Finalmente, todo lo que verdaderamente Es ha de ser real.
Dios es la única Realidad y consecuentemente es todo lo que Es y ninguna otra cosa puede ser lo que Es.
En consecuencia todo cuanto parece ser, no es real ni tiene existencia propia y no es nada o es emanación o manifestación de Aquello.
Se llega aquí al punto culminante del razonamiento teológico sobre la Divinidad Creadora.
¿Puede decirse realmente que Dios, Aquello, creó el Universo, el mundo fenoménico?
Para contestar los Grandes Iniciados racionalmente esta cuestión se afirmaron sobre el postulado fundamental de que de la nada no puede salir algo.
En consecuencia se rechaza la idea de “creación” en el verdadero sentido del vocablo, pues Dios no puede “crear” el universo fenoménico de la nada ya que esa nada significaría un estado “a priori” existente y distinto de Él, lo cual no es posible.
Tampoco pudo Dios “crear” algo de Su propia Sustancia y Esencia, porque ella es eternamente simple e incompatible con los compuestos.
En consecuencia debe aceptarse que el universo fenoménico es la resultante de un proceso inasequible a la razón humana.
Dios hizo el Universo de Su Nada, de lo que la mente no puede comprender.
Los antiguos maestros condensaron en tres postulados fundamentales los aspectos básicos utilizados para especular sobre las relaciones del universo fenomenal y la Realidad y sobre las cuales se basa esta exposición, ellos son:
De la nada no puede salir nada. La nada no puede ser causa ni origen de algo. Nada real puede ser creado, porque si ahora no es, nunca podrá ser. Si no fue nunca, no puede ser ahora y si es ahora, fue siempre.
Algo real no puede desvanecerse en la nada. Si ahora es, será siempre. Nada que es puede aniquilarse. La disolución es tan sólo el cambio de forma, la resolución de un efecto en su precedente causa real o relativa.
Todo lo que ha evolucionado debió involucionar. La causa real o relativa debe contener el efecto y el efecto debe ser la reproducción de la causa real o relativa.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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