Curso XLV - Enseñanza 8: Ensanche Anímico
Paulatinamente en el alma del Ordenado se efectúa el milagro del ensanche anímico.
A medida que el alma se va encerrando más y más dentro del Radio de Estabilidad, limitada por los muros de la Santa Casa, el silencio se hace efectivo y penetra en el interior llenando el hueco de las cosas mundanas con paz y sosiego.
Esta paz es tan sutil que a veces ni se percibe.
Mientras el alma se calienta despacio a los rayos de la Gran Corriente y el cuerpo desecha por los poros la mala esencia del pasado, el ser rompe su cáscara y sale fuera a la luz del día Divino.
Las almas del mundo nunca podrán conocer este divino misterio de ensanche anímico; cada día las preocupaciones de sus cosas, de sus casas, de los suyos, hacen más dura y resistente la cáscara que los envuelve y llaman a ésto “ser libre”, “vivir su vida”, “no estar sujetos”.
Pero las almas que han renunciado a todo tienen el don de experimentar este bien supremo.
El alma liberada sale de su concha marina para poder contemplar el sol.
Es éste un estado difícil de explicar y que sólo pueden comprenderlo las almas que lo han experimentado. Es éste un estado que le acomete a uno de repente; a veces está allí experimentándose y ni siquiera se ha dado él cuenta de él, tan natural es dentro de la nueva vida. Como todo milagro es tal cuando está dentro del marco de una suma sencillez, éste se encuentra allí frente al alma, como la cosa más común de la vida.
Lo primero que le acomete al alma es siempre el ensanche anímico de los sentimientos.
¡Qué egoísta era el alma para sus sentimientos dentro de la cáscara! ¡Qué reducidos sus afectos y qué duras las ataduras que la ligaban a ellos!
El sentimiento de posesión que los acompañaba tornaba el alma indiferente, mezquina y pobre frente a todos los problemas colectivos de la vida y los ojos miraban como sin ver a todas las miserias de la calle; y cuando decía: “¡Pobre niño! ¡Pobre enfermo! ¡Pobre mujer!”, era con el secreto temor que eso mismo pudiera ocurrirle a alguno de los suyos.
Pero he aquí que el alma ha roto su cáscara. Aquellos afectos personales han quedado allí, en el fondo de la conciencia, como algo sagrado, pero no como una posesión y al no esperar nada de ellos se han transformado en un sentimiento que abarca a muchos. Y un día siente el Ordenado el milagro de su ser que no se apega, que no se ata, que se expande. Es un sentimiento dulce y fuerte a la vez, que llena toda el alma, que se transforma en el interior como un extravío de amplitud, de comprensión, de amor.
Es un calor efectivo que se percibe cuando se ve que abarca el total del grupo de niños, de enfermos o de necesitados, confiados al Ordenado. Es un sentimiento de gran ternura que lo hace cada vez más solícito y eficiente. Es un sentimiento que es tristeza, como añoranza del cielo, cuando una tanda se va y otra viene; que es identificación en el alma consagrada, con las preocupaciones y dolores de ellos, más fuerte cuanto más impersonal.
El milagro del ensanche anímico se amplifica cada vez más. Es ensanche de ideas, de miras, de conocimientos.
Nadie podrá nunca conocer los deseos infinitos del corazón y de la mente del alma consagrada. Es bueno que todos crean que ellas son mansitas palomas circunscriptas a su palomar y que algunos las miren con gesto lastimero.
Es que los del mundo tienen tantas cosas dentro de su cáscara: su empleo, su casa, su ciudad; todo lo de ellos, todo su reducido mundo. Hay que dejarlos. ¡No saben lo que late bajo los delanteros y las camperas humildes, ni lo que ven los ojos ocultos bajo los párpados bajos!
El Ordenado sin saber por qué presiente la amplitud de la obra Divina sobre la tierra y desearía multiplicarse en mil para cumplirla. Pequeño se hace todo, aún el mismo mundo, para los deseos del corazón consagrado.
¡Cuántas obras construyen estas mentes, cuántos países recorren en sus sueños, cuántos actos heroicos realizan!
Todo le parece poco al alma consagrada. Quisiera ir a todas las naciones para llevar la palabra de amor a todos los seres; quisiera aliviar a todos los males; quisiera curar a todos los enfermos y remediar todas las necesidades. Las horas del día con demasiado breves para ella para pedir por todos, para abarcarlo todo.
¡Milagro de amor y de comprensión de la renuncia!
Rota la cáscara, las almas verdaderamente libres vuelan por los espacios infinitos llevando su blancura a la vista de todos los seres. Y ellas no se sienten sacrificadas por esto sino que gozan, gozan divinamente en esta amplitud de realizaciones.
No se detienen aquí las almas consagradas: su ensanche anímico cruza las fronteras de la cadena planetaria, abarca a todo el universo, se transforma en una amplitud sin fronteras y sin límites, puramente espiritual.
Allí el alma se da plenamente. Darse no es ya una palabra, sino algo que es.
Es como si el alma, por un momento, transformada en velocidad luz, recorriera todos los ámbitos infinitos para descansar en el regazo de la Divina Madre.