Curso XLV - Enseñanza 16: La Ordenación de Mujeres
La Ordenación de mujeres es peculiar y fundamentalmente distinta a la de los hombres.
Las mujeres como Ordenadas, y para ser tales, han de vivir en Comunidad.
Si no fuera así, ¿qué podría hacer una Ordenada en el mundo que también no pudiera hacer una Hija de Tabla de Solitarios?
Si alguna vez una Ordenada tuviera que estar en el mundo por alguna misión especial, esto sería en carácter temporal y nunca permanente.
Aún el trabajo, que las Ordenadas de Comunidad efectúan en las Casas de Cafh, podría ser hecho por almas voluntariosas sin ser Ordenadas.
La mujer Ordenada tiene, únicamente, justificativo como tal cuando hace plausible su voto de renuncia con una vida de absoluta castidad; de otro modo, como Ordenada, no tiene objeto de existir porque ninguna cosa haría que no puedan hacer las Hijas de Solitarios.
La castidad absoluta es lo que le da a la mujer Ordenada su carácter demostrativo y sacerdotal. Y como la castidad es una virtud que hay que defender constantemente, se resguarda, única y exclusivamente, en la vida de Comunidad y con la estricta disciplina que en ella se observa.
Muchas almas un poco ilusas pensaron que la Ordenación sería un título más, un velo blanco colocado en la cabeza como distintivo y que luego seguiría la vida de siempre. Y algunas hasta creyeron que siendo casadas y teniendo hogar podrían tener este título. Más los Superiores, sabiamente, las disuadieron y les hicieron comprender que la Ordenación no era un título sino una realidad contundente. Las pocas mujeres casadas que, por vocación extraordinaria pudieran ser tomadas a la Ordenación, tendrían que abandonar hogar y afectos para entregarse completamente a la vida de Comunidad y a la práctica continuada de la castidad.
Es preciso que las mujeres de Cafh tengan bien claro este concepto y que las Ordenadas lo aclaren bien a todas las Hijas que vengan al Seminario: Ordenación de mujeres es Comunidad y Castidad.
Los hombres, si bien castos, efectúan su sacerdocio con el trabajo continuado por la atención a las almas a ellos confiadas, con la Enseñanza de las verdades reveladas de Cafh, con el apostolado sacerdotal que les permite comunicarse con los seres todos por su voto de unión de sangre; pero las mujeres afirman, demuestran y hacen que la Ordenación de ellas tenga una justificación, por la castidad continuada y la vida de Comunidad.
Si bien las Hijas Ordenadas no tienen nunca, como los Caballeros Maestres, el voto de renuncia perpetuo, no se puede sin embargo imaginar a una Ordenada que no sea, en su fuero íntimo, tal hasta la muerte.
Una Hija Ordenada decía, en reunión de Comunidad, que ella personalmente prefería la muerte antes que una dispensa a su voto de renuncia. Y ése es el verdadero espíritu que ha de animar a todas las Hijas Ordenadas: dar a la Divina Madre su libertad y su castidad para toda la vida.
Si ellas no hacen voto de Unión Eterna como los Superiores de Cafh, también pueden hacerlo en espíritu; ofrendarse como Víctimas Voluntarias de sangre para mantener el espíritu de unión entre todos los Hijos de Cafh.
Todas las veces que oyen la oración de bendición han de renovar en espíritu su voto Eterno, cuando se elevan a la Divina Madre las hermosas palabras: “Contigo estoy unido, con un Voto Eterno de Unión con todos los Hijos de Cafh que fueron, que son y que serán”.
Hasta es conveniente que algunas almas, con permisos especiales, hagan privada y formalmente, este Voto Eterno.
Si bien puede ser dispensado el voto de renuncia, ¿cuál será la vida en el mundo para el alma que ha penetrado una vez en el Santuario de la Divina Madre? ¿Y sobre todo para un alma de mujer que ha ofrendado a la Divina Madre lo mejor de sí que es su castidad? ¿Cómo podrán estas almas, aún en el mundo, pedir a la Divina Madre la llave del placer, que una vez le habían entregado?
Decía un Superior a otro: “Siempre retumban en mis oídos las palabras que pronunció el Caballero Gran Maestre en el Plenilunio de 1.952 en ocasión de una dispensa de un voto de renuncia”: “Madre, que sean para otros la dispensa de Votos, pero para mí la muerte antes que capitular, todo antes de eso. Que sea el último en tu Casa Divina antes que ser otra vez vomitado al mundo”.
La Ordenación de mujeres es la corona de Cafh; es su fuerza, su esperanza, su fuente de recursos.
Pero las Hijas, para que su Ordenación tenga un valor eterno e inviolable, han de cimentarlo. Y las cosas divinas no pueden ser cimentadas sobre apariencias, dignidades y hábitos, sino sobre verdades eternas.
Y la verdad eterna de la mujer como sacerdote es el don a la Divina Madre de lo que la distingue como mujer: la ofrenda de su castidad para toda la vida.