Curso XLIV - Enseñanza 9: El Superior y las Dispensas
El Superior es aquél que custodia la Comunidad y que hace cumplir el Reglamento y la Interpretación.
Por eso una gran responsabilidad recae sobre él y ha de tener criterio y verdadera autoridad para disponer en determinados casos.
Es imposible que el Reglamento, la Interpretación, puedan abarcar todos los acontecimientos de la vida de Comunidad, especialmente los imprevistos. Se presentan una infinidad de casos en que el Superior tiene que responder por sí solo, tomar una determinación, saber cómo manejarse en ese momento porque todo está en sus manos; toda la Comunidad depende a lo mejor de ese acto que no está previsto en el Reglamento.
El Superior determina cuándo son necesarias las dispensas al Reglamento.
Ésta es una verdadera preocupación, un problema individual para el Superior, porque nunca hay dos casos iguales, nunca las cosas están exactamente a determinar como lo dice la Interpretación. Entonces, ya que tiene esa responsabilidad de dispensas, tiene que tener unas normas generales ya que no tiene particulares, para saber cómo determinar y orientar.
Para el Superior, lo deseable sería que nunca fueran necesarias las dispensas. Pero siempre hay casos imprevistos. Como no se puede prescindir de la carga humana para realizar una misión divina, periódicamente se presentan los casos de dispensa.
El Superior ha de tener en cuenta que toda la responsabilidad de la dispensa que no está especificada y detallada en la Interpretación cae directamente sobre él y que, delante del Superior que le ha dado tal autoridad tendrá que responder de palabra, y a la Divina Madre tendrá que responder con hechos.
La dispensa es algo que aleja de la directiva general que ha sido dada por la Divina Madre para el perfeccionamiento y santificación de los Hijos. Por eso la dispensa siempre es algo indeseable, si bien hay que recurrir a ella.
El Superior ha de tener dos conceptos. Uno, de una gran caridad y otro de una gran vigilancia. Siempre se presentan estos casos: o que es demasiado rígido y no da la dispensa cuando sería necesario, o que es demasiado blando y otorga demasiadas dispensas que después pueden transformarse en un hábito. Toda dispensa que sea hábito no sólo es mala sino base de toda ruina y calamidad.
El Superior nunca tiene autorización para dar una dispensa continuada. Nadie tiene autoridad para dispensar al Hijo de lo que está establecido. La dispensa es temporaria: por una, dos o tres veces, pero nada más; nunca se puede dispensar habitualmente.
Necesitan dispensa los enfermos, los que no están bien de salud. Cuando una persona está enferma necesita de todo el amor y caridad, y hay enfermedades que se sabe que necesitan que los Hijos sean dispensados de la vida común por algún tiempo.
Pero no se caiga en que, por cualquier pequeño dolor se pida habitualmente dispensa por enfermedad.
La enfermedad, cuando es grave, tiene que ser curada; pero las enfermedades leves se curan a los pies de la Divina Madre, cumpliendo con las obligaciones y deberes. No sea que por demasiada comodidad o por temor a perder la salud se pierdan aquellos dones grandiosos que sólo da una observancia escrupulosa, perfecta.
El Superior siempre desea hacer todo lo posible por el Hijo, pero sabe que, si éste tiene todos los días un dolor nuevo, esos dolores conducen siempre al final a no levantarse a la hora y a huir de las propias obligaciones. Por eso, en estos casos ha de ser rígido sin faltar a la caridad. Tiene que hacer comprender a los Hijos que es en la observancia, cumpliendo sus sagrados deberes, donde se ponen en contacto con la Gran Corriente.
Hay Hijos que no tienen buena salud; no son verdaderamente enfermos pero tienen alguna dolencia que a veces han de soportar toda la vida. Con ellos el Superior tiene que tener una atención especial, sobre todo con los regímenes de comida.
Por supuesto que sería muy malo que todos se enfermen y necesiten comidas especiales, pero hay casos particulares en los que hay que dispensar la abstinencia y permitir comer alguna cosa en horas en que está prohibido. Y aún podría ocurrir que algún Hijo necesitara un descanso especial.
Siempre ésto ha de ser hecho con criterio de verdadera necesidad.
No son esas dispensas las que impiden el cumplimiento de los deberes del Ordenado; lo malo sería que se hagan hábitos de creerse con derechos especiales para no cumplir las propias obligaciones.
No tolere el Superior con su autoridad que ningún Hijo imponga la dispensa, que diga: “yo no puedo”.
Es cosa terrible llegar a decir “yo no puedo hacer…, yo no puedo ir…”. Si el Hijo se ha puesto en manos de la Divina Madre que está representada, para él, en el Superior, es para que sea éste el que diga: puedes o no, tienes fuerza o no, estás apto o no.
Aún en el trabajo manual y todas las demás obligaciones puede haber Hijos que procuren y busquen dispensas, cambio de trabajo, de responsabilidad. Eso nunca tiene que ocurrir. El ojo vigilante del Superior ha de saber hasta dónde puede dar el Hijo, qué puede o no puede hacer.
Con esa autoridad debe vigilar que se cumplan todas las obligaciones para no recargar a los Hijos. No sea que el Superior cuente demasiado con la buena voluntad de un Hijo y le permita trabajar, hacer, fuera de las horas de trabajo y se debilite poco a poco sin darse cuenta.
A veces se cree que un Hijo es más fuerte de lo que es en realidad. Hay que tener cuidado que eso no sea debido al fervor devocional que le lleva al sobre-trabajo, y tenga luego que arrepentirse de no haber observado las horas de reposo necesario con una enfermedad repentina.
No se fíen los Superiores de las fuerzas de los Hijos.
Además no olviden que el Hijo que se sobrecarga de trabajo por sí solo va perdiendo aquella energía general; a lo mejor trabaja en lo que no debe y después no cumple en lo reglamentario.
Los Superiores tienen que mirar muy atentamente estos aspectos, especialmente en Casas que realizan Obras de Cafh.
Donde hay trabajo es fácil perder el don divino del cumplimiento de la Interpretación. El trabajo es una cosa magnífica, pero los Superiores, a veces, para que todo vaya muy bien dejan aparte el cumplimiento de la Interpretación por el mejor cumplimento del trabajo.
La autoridad tiene que dar la fuerza necesaria para que el trabajo marche bien, pero ante todo para que se cumpla puntualmente la Interpretación.
Los Hijos flojos que no tengan demasiadas dispensas. Si muestran mala cara al Superior, éste deje pasar y haga que no ve.
Sucede entonces que el Superior encarga a los más observantes y humildes el trabajo de los más flojos. Se pierde así el equilibrio. Creyendo guiar a las almas pone desarmonía en el conjunto.
El Superior sea más rígido con aquellos que siempre descuidan el cumplimiento de sus deberes y sea blando con los que quieren dar todo de sí, para que unos se estimulen y los otros no se desgasten antes de tiempo.
En las casas de trabajo es muy fácil perder el orden y el ritmo de la Santa Ordenación. Los Hijos han de ser muy escrupulosos en no quitar el minuto a sus deberes para mantener la paz del ritmo de la observancia.
Cuando tienen que tener algún trato con personas extrañas a la Comunidad guarden estrictamente la clausura y, sin ser descorteses, no pierdan tiempo en cumplidos.
El hábito de llegar tarde a la observancia, de hablar en hora de Silencio Riguroso, de tratar excesivamente a personas del mundo, relaja rápidamente la Observancia.
En las Comunidades ubicadas en lugares en donde oscurece más temprano, el Superior adelante el horario media hora o una hora.
El verdadero Ordenado tiene que aborrecer las dispensas, pero tiene que soportar pacientemente cuando éstas son indispensables.
Los Hijos deben preguntarse: “¿Es necesario este permiso que tengo que pedir?” El Hijo más perfecto espera a que el Superior vea la necesidad y no es él quien la pide.
Con los años la dispensa se transforma en un hábito incurable.
El Hijo de Comunidad cuando marcha bien no necesita dispensa. No habla de la dispensa por enfermedad. Si por necesidad de la Obra tiene alguna dispensa permanente debe recordar siempre que eso no es lo normal, que la Interpretación dispone otra cosa.