Curso XLIV - Enseñanza 7: El Director de Seminario

El Director de Seminario es una imagen viva de la Observancia y de los deberes de la vida de Comunidad.
Guíe a las jóvenes almas que ingresen al Seminario con amor, comprensión, sentido común y mano firme ya que según cómo se inicia el Hijo en la vida de Comunidad será el resultado del logro de su perfección espiritual de Renuncia.
Según como hace un Hijo su Seminario, así será toda su vida de Comunidad. El Director de Seminario no debe olvidar que el Hijo que le es entregado deja en ese momento todas las posesiones del mundo que hasta entonces habían constituido todo su bien; acaba de dejar sus hábitos, sus familiares, sus círculos, sus afectos y se encuentra transportado de pronto a una gran soledad en donde sólo se encuentra con su Director, y éste, mientras alivia con una mano el pesar del Hijo recién llegado, con la otra empieza a trabajar en esa alma que deberá despojar de todo lo que trae consigo para hacer de ella una nueva persona en todo sentido.
En el Seminario el alma pasa por todas las etapas de su vida espiritual: purgativas, de su vida pasada; iluminativas, de su vida presente y unitivas, según Dios lo tenga preparado, de su vida futura.
En esos pocos meses o año, la vida del Hijo primeramente se hace súper tensa, luego súper emocional y al fin logra el relajamiento necesario e indispensable para la entrega definitiva del alma a Dios.
El Director ha de participar objetivamente de esos estados y de estos rápidos cambios del Hijo a él confiado y adaptarlo a ellos sin que se produzcan rupturas; guía al alma sin tocar al alma, más con la intención que con la acción. Las rosas más se tocan más se marchitan.
El Director aleja los obstáculos del camino del Hijo, hace que él comprenda el valor inmenso y sutil de la vida de perfección que ha abrazado, procura ayudarlo a adaptarse al cambio fundamental, espiritual y orgánico que se ha efectuado en su vida y lo lleva poco a poco a la posesión del gran secreto de la vida de Comunidad: “Lleva al Hijo hacia la conquista de una gran paciencia frente al tiempo ilusorio que huye apresuradamente, la cual es una actitud completamente desconocida para el mundo, y le enseña a lograr, por la repetición diaria de las mismas acciones exteriores, la tendencia de la duración expansiva interior de la Eternidad”. Graba en la mente y en el corazón del Hijo las palabras llaves: silencio, paciencia y rutina.
El Director del Seminario no sólo es la imagen viva de la Observancia sino que es la misma imagen de la Divina Madre para sus Seminaristas: lo que diga será ley, será fórmula sagrada para ellos.
El Director enseñará a los Hijos las costumbres, modalidades y el nuevo comportamiento a seguir. No enseñe todo de golpe, sino haga el trabajo poco a poco, pero sin interrupción; lo importante es que los Hijos vayan amoldándose espontáneamente a su nueva vida y que lo que aprenden lo cumplan como un hábito de vida y no con un esfuerzo impositivo.
Una vez que el Hijo se va adaptando a la Vida de Comunidad, el Director de Seminario se hace más exigente y le va imponiendo mayor disciplina en todas las cosas.
Entonces la disciplina ha de ser continuada, dura, férrea; no se puede olvidar que los Hijos están llamados a cumplir una obra extraordinaria, sea en Cafh o en el mundo, y esto requiere sacrificios cruentos y pruebas no comunes y sólo la disciplina da la capacidad de resistencia necesaria, a la cual sucumben los que no tienen el hábito de hacer siempre lo contrario a la comodidad.
El auxiliar más eficiente de la disciplina es el hábito de la inmovilidad.
Los ojos han de estar siempre bajos; el rostro ha de mostrarse siempre apacible, el aspecto ha de ser siempre afable. Las espaldas, por cansadas que estén, no han de doblarse nunca ni apoyarse en las paredes o respaldos de los asientos y cuando se levantan del asiento deben hacerlo con un solo movimiento.
Las manos han de permanecer inmóviles cuando no se trabaja y cuando se camina han de estar sobre los brazos cruzados u ocultas.
Como los Hijos deberán desaparecer como hombres para vivir como almas, en el Seminario después de haber hecho el examen retrospectivo de su vida, olvidarán el pasado completamente. A tal fin no nombrarán nunca ni sus familiares, ni la ciudad de donde provienen, ni lo que hacían en el mundo; tampoco dirán la edad que tienen. La edad cronológica cesa en el Seminario y sólo cuentan los años consagrados a la Divina Madre. Asimismo, para desaparecer, han de excluir toda notoriedad exterior; por eso han de caminar siempre en silencio, no han de moverse de un lado a otro, ni hacer ruido, ni golpear puertas, ni caminar en el medio de las calles o de los corredores. Aún su persona física ha de disolverse y eso es más fácil rodeándose de silencio, de insignificancia, deslizándose a lo largo de las paredes y dando siempre el paso a todos.
El Director de Seminario haga que los Hijos no guarden recuerdos, cartas, fotos de familia ni objetos queridos. No permita que nadie se ría de los recién llegados ni que hagan notar sus portes torpes o cabezas peladas.
El Director es como la gota de agua horadando la roca, su labor no se detiene nunca. Enseña con la palabra y con el ejemplo, instruye con amor, dulzura y firmeza y corrige continuamente.
El Director de Seminario, como buen conocedor de las almas, ha de inspirar confianza a los Seminaristas para que le abran su alma. Hay Hijos que todo lo dicen; basta una palabra, una mirada, un gesto para que se acerquen al Superior y le comuniquen su interior, pero hay otras almas que tienen una gran dificultad en comunicarse y llegan a estados dolorosos por esta incapacidad. Hay que considerar mucho a estas almas para forzarlas, con amor y dulzura, a entregarse al Director.
El Director mantenga a los Seminaristas completamente apartados de la Comunidad regular, no perdiéndolos nunca de vista y para que estén siempre cerca de él. Si es posible se procure que los Seminaristas estén completamente apartados del resto de la Comunidad: que tengan departamentos aparte con sus habitaciones, pieza de estar y refectorio. Cuando los Hijos están en sus habitaciones particulares los visite y observe su comportamiento, aún en las horas de descanso.
El Director, cuando los Hijos salen del Seminario para ir a efectuar algún trabajo o a aprender un oficio, cuide que el Hijo tenga trato solamente con el Hijo destinado para enseñarle a trabajar.
En los días de fiesta, cuando los Seminaristas se reúnan con la Comunidad, los mantenga asimismo cerca de él y sólo permita que contesten a las preguntas que les son dirigidas pero que no entablen una conversación.
El Director de Seminario ha de mostrar a los Hijos los tesoros de la vida de Comunidad. El alma desconoce las gracias y bendiciones que encierra la clausura de Ordenación y ha de ser el Director aquél que vaya descubriéndolos a los ojos del Hijo.
Ante todo le descubre el tesoro del silencio continuado. Cuando ese gran silencio empieza a penetrar en el Hijo haciéndole daño y produciéndole dolor, le advierte que ha llegado la hora primera de la paz que irá seguida por muchas otras horas de paz y de felicidad interior.
El Director de Seminario enseña al Hijo el secreto de la paciencia. Todo hombre es creador pero el afán y el apresuramiento se comen las energías que plasman la idea creadora: sólo la paciencia que renuncia al gozo de lo ideado deja que la idea descanse en la suspensión y se transforme en realidad.
El Director enseña al Hijo el secreto de la rutina. En el Seminario, así como van pasando los días y empieza la relajación interior, un gran cansancio sale de todo el organismo del Hijo, un cansancio que es más psíquico que físico. Éste por la rutina va transformando y fortaleciendo al alma y es el principio del verdadero desprecio del mundo y de sus irrealidades.
El Director enseña al Hijo el secreto de la fidelidad y de la conquista del tiempo expansivo. El Hijo pierde todo sostén, su vida se ha dado vuelta, el guante está puesto al revés, ninguna cosa ni espiritual ni humana le da ya gusto. Es entonces que el Director hace que el Hijo se apoye sobre su nada; su renuncia es su grandeza; su desprendimiento es su fe; la seguridad de su pequeñez es su fortaleza. La fidelidad del Hijo se hace entonces inconmovible.
El Director enseña al Hijo el secreto de la perfecta obediencia que lo saca fuera de lo humano y lo hace vivir en lo divino; le enseña el secreto de la verdadera beatitud que consiste en gozarse con todas las más pequeñas cosas de la vida, en darle valor a todas las cosas ínfimas; le enseña a no necesitar nada para lograrlo todo. Con la obediencia el Hijo borra la preocupación y la sustituye con una beatitud permanente.
El Director del Seminario tiene que dar a los Hijos un conocimiento exacto de la Doctrina y del Reglamento de Cafh, para que tengan ideas claras al respecto y no se aparten de ellas ni sostengan ideas equivocadas o distintas.
El Director haga que los Hijos conozcan la Interpretación y las obligaciones de los Votos que van a emitir para que las cumplan, las amen y las vivan durante todo el resto de sus vidas.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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