Curso XLIV - Enseñanza 14: Los Superiores y los Hijos que Trabajan en las Obras
En las Casas donde se trabaja en las obras de Cafh, los Superiores han de ser muy vigilantes en no permitir ser influenciados por el espíritu del mundo.
Como algunas Obras son aparentemente idénticas en su forma exterior a otras que se ejecutan en el mundo, existe la tendencia a volcarse en las mismas con el espíritu con que se haría una obra natural. Mas no sólo ese espíritu debe ser sobrenatural sino que aún exteriormente los Hijos han de actuar y desenvolverse sin perder una sola de las características inherentes al Ordenado de Comunidad. Éstas están constituidas por hábitos y actos tan simples que son de imposible explicación, pero que crean la atmósfera sobrenatural que rodea siempre a los Ordenados.
El hecho de tener que tratar a veces o habitualmente con seres del mundo no justifica nunca un cambio de comportamiento en el trato con ellos.
El Ordenado nunca deja de ser El Ordenado, trate con quien trate. Los seres extraños a la Comunidad han de saber y notar esa diferencia.
Los Hijos han de extremar siempre la atención en su comportamiento exterior porque lo que son por fuera es el reflejo de lo que pueden llegar a hacer como Obra: un Hijo perfecto es prenda segura de una Obra Divina.
Los Superiores tienen que mantener un estricto control sobre los Hijos que dirigen y trabajan para las Obras de Cafh, sobre todo cuando éstos deben mantenerse alejados de la observancia de Comunidad.
Si resulta difícil no decaer en la observancia participando de todos los actos de la Comunidad, cuánto más si no se cuenta con la asistencia al acto común para tener siempre presente los deberes espirituales.
Enseguida que un Hijo, por alguna necesidad especial, tiene que permanecer separado se observa, en la misma medida del apartamiento, un incremento de lo personal en él.
Eso no sucedería si siempre se estuviera alerta respecto a esa tendencia.
Si bien todos los Hijos tienen como única idea la Renuncia, no siempre esa idea se mantiene con la misma intensidad. Antes bien obedece a ciclos bastante definidos de esfuerzos y relajamientos.
La vida de estricta Comunidad tiende a que desaparezca ese ciclo porque la observancia regular elimina casi insensiblemente toda polaridad interior, ya sea temperamental o emotiva, para hacer de la misma una estabilidad en el esfuerzo continuado.
La observancia en estricta Comunidad es prácticamente insustituible en este sentido. Sin embargo, el Hijo atento que hace de su vida interior un estado simple y objetivo de autoconocimiento y renuncia no está expuesto a peligro alguno, cualquiera sea el tipo de vida que tenga que adoptar.
Además, su día está armoniosamente dividido en ciclos de seis horas: trabajo manual y trabajo mental; relajamiento activo y relajamiento pasivo.
Cuando los Hijos ingresan al Seminario encuentran allí una disciplina, una observancia, un régimen de vida cuyos aspectos exteriores son ineludibles.
Toda resistencia a la Renuncia tiene únicamente una posibilidad interior de expresión, en reacciones, dudas, tentaciones, etc., ya que la observancia y las prácticas de Comunidad impiden la evasión exterior.
En la medida en que el Hijo se va adaptando va desapareciendo la resistencia interior, aunque no totalmente: sólo la renuncia total produce la asimilación integral a la vida de Comunidad.
Esas resistencias que, según las almas, son desde más o menos permanentes a completamente esporádicas, se manifiestan generalmente en un cierto disgusto ante el contacto con la Comunidad o con algunos Hijos, hacia ciertos actos comunes y tiende, casi en la totalidad de los casos, a un deseo de estar solo, a una segregación de la Comunidad como resultado visible de un efectivo estado de separación interior.
Lo importante es que toda resistencia a la renuncia está unida a un movimiento hacia la separación exterior de la Comunidad.
Eso es natural ya que la vida de Comunidad está estructurada en tal forma que es como el espejo de la renuncia misma.
Aún en algunas almas buenas y cumplidoras es frecuente observar cómo los pequeños instantes a solas son como respiros de libertad personal, en los cuales no se siente incidir tan directamente la dependencia.
Por eso se puede inferir fácilmente cómo una separación habitual, aún por el cumplimiento de ciertas responsabilidades, puede fomentar lo personal en el Hijo. Para prevenirlo éste debe ser mucho más estricto consigo mismo que lo sería el Superior dentro de la Comunidad, ya que tiene más ocasiones. Tiene que considerar que no sólo es un Hijo sino que en esos casos debe también ser para sí un Superior vigilante y severo.
Cualquier concesión se multiplica rápidamente y un desarrollo de lo personal en él se traduce enseguida en faltas de observancia en los actos comunes: tardanzas, olvidos, descuidos; y más tarde en los aspectos más definidos: opiniones personales, réplicas, discusiones. Se puede llegar insensiblemente a constituirse en juez y crítico de la Comunidad, a descargar sobre otros Hijos las faltas de la responsabilidad personal, a no hacerse cargo de los problemas, dificultades o imprevistos lógicos en la Comunidad o la Obra, a no aceptar la contradicción.
Además la relativa independencia de los Hijos favorece que haya esfuerzos y tendencia múltiples en vez de unidad de medios y fines.
El Hijo debe estar muy alerta y puede medir fácilmente su estado interior de acuerdo con el mayor o menor deseo que tenga de someterse a la dependencia directa de los actos comunes, o a la relativa independencia de sus obligaciones particulares.
Los Hijos con poco espíritu de dependencia siempre tienen dificultades en el cumplimiento de la observancia y de las indicaciones de los Superiores, pero cuando están solos o tienen a otros Hijos bajo su control tienden a hacer las cosas a su modo y tiranizan a los que colaboran con ellos.
Los Hijos han de recordar siempre que el Ordenado jamás hace su voluntad, aún cuando parezca que puede disponer libremente de sus actos. El espíritu de renuncia se manifiesta cuando se cumple la observancia justamente en los casos en que hay motivos justificados para alguna dispensa.
La observancia no es sólo el horario, el Reglamento y la obediencia; la observancia es la esencia de la vida del Ordenado, su característica indeleble; es la Renuncia hecha vida, método, Obra.
En las Comunidades dedicadas a Obras exteriores a veces se requiere que Hijos que no son Superiores tengan autoridad relativa a la Obra. Los Hijos no han de confundir nunca esa autoridad suponiendo que la misma les da algún derecho o poder fuera de su trabajo específico. Manifiesten su espíritu de humildad en no usar de esa facultad más que para lo que les ha sido otorgada y no crean que eso les da ascendiente sobre los otros Hijos.
Todo aquello que no se refiera estrictamente al radio de su responsabilidad corresponde no a él sino a los Superiores. Si observa en algún Hijo alguna falta o desacierto que considera de importancia recurra a los Superiores para obrar según su consejo.
Cuando los Directores de la Obra no son Superiores de la Comunidad sepan que siempre están sujetos a ellos. Procuren cumplir lo mejor posible con sus responsabilidades, pero no olviden que es a través de la renuncia y la obediencia como la Divina Madre inspira el espíritu que debe animar la Obra.
No tengan costumbre de querer imponer sus opiniones, sino expongan humildemente sus razones cuando lo consideren oportuno y sepan callar cuando el respeto y la reverencia lo indiquen.
No crean tampoco que sus obligaciones los facultan para alterar el horario que se ha establecido ni para concederse dispensas a su arbitrio; lo que no se hace a través de la obediencia y observancia no tiene ningún valor aunque lo aparenten a los ojos de los hombres.
No emitan juicios personales ni critiquen el trabajo o forma de actuar de los otros Hijos; recuerden que todos son inspirados divinamente para cumplir sus obligaciones y véanlo todo con espíritu impersonal y sin apasionamientos. No caigan en envidias ni rivalidades ni busquen sobresalir sobre los demás: nadie debe saber dónde nació la idea feliz ni quién solucionó favorablemente un problema.
Los Hijos muy personales que están muy apegados a sus propias opiniones no saben aceptar las indicaciones de los Superiores y siempre buscan ejemplos y razones para demostrar que éstos pueden equivocarse o no tener toda la razón. Desearían estar bajo algún otro Superior más acorde con sus ideas pensando que así las cosas marcharían mejor. Esos Hijos tienen que saber que en Cafh no hay dos Superiores ni dos ideas, sino una sola voluntad y orientación que es la que indica la Divina Madre a través del Superior directo que le ha sido dado.
El que obedece no se equivoca nunca y está seguro de hacer la Divina Voluntad. Si a veces no se comprende totalmente el por qué de una orden búsquese, a través del cumplimiento, la identificación con el espíritu que la inspiró.
Los Hijos que hacen diferencia entre Superior y Superior son los que no quisieran tener otro Superior que ellos mismos.
Los Superiores infundan a los Hijos, especialmente en los que se dedican a obras exteriores, un profundo espíritu y gran amor a la observancia. Enseñen siempre con el ejemplo, siendo modelo de corrección, compostura, silencio y recogimiento.
No usen los Superiores su autoridad para faltar al Silencio, al horario o a las normas comunes sino en caso de real necesidad; así como hagan ellos harán los Hijos.
Al Superior no se le da autoridad para que desvirtúe la observancia sino para que la cumpla y la haga cumplir.
Faltar al horario no es sólo no estar al toque de la campana, sino no hacer en cada hora lo que para ella está dispuesto. Cuando los Superiores salen de la Casa estén siempre de regreso a la hora que indica la Observancia.
Si algo sucede cuando la Comunidad está reunida, el Hijo de guardia o aquél a quien corresponda debe saber cumplir con su responsabilidad para que el Superior no tenga que abandonar a los Hijos e ir de un lado a otro.
Todas las indicaciones deben darse en el momento indicado por la Interpretación, no sea que con el pretexto de indicar, enseñar o corregir se pierda el espíritu de silencio de la Comunidad. Si fuera indispensable hablar cuando no está permitido, que el Superior lo haga sólo por excepción y siempre en voz muy baja. Las Casas de Comunidad se distinguen siempre porque en ellas no se oyen gritos, exclamaciones ni conversaciones: sólo las palabras silenciosas de amor y alabanza a la Divina Madre.
Los Hijos mantengan en las Obras ese espíritu y cuiden de no caer en los hábitos mundanos de los movimientos inútiles y conversaciones continuas.
Cuando deban resolver algo no busquen soluciones personales, sino obren según la modalidad propia del Ordenado, que es siempre impersonal y reflejo de su Renuncia.
No hagan diferencia entre la observancia de Comunidad y la observancia de las obras: la Observancia es siempre la misma para el Hijo que se identifica con ella; la vida del Ordenado de Comunidad es la Observancia.