Curso XLIV - Enseñanza 12: El Superior y el Espíritu Interior del Ordenado
El espíritu de la Observancia ha de formar en la Comunidad como un bloque granítico en el que las actividades, las modalidades, todo lo que es exteriormente expresivo del Ordenado sea una cosa única. Pero esta unión exterior ha de ir acompañada de la unión interior.
La unión interior de una Comunidad se logra por la armonía de las almas; aquel sentimiento interior que hace de todas ellas una unidad.
Éste es un estado algo más difícil de comprender y adquirir porque la armonía interior de las almas consagradas no se logra por una condescendencia, una simpatía, un modo de ser; si no se alcanza, en la vida espiritual y consagrada del Ordenado de Comunidad, por la absoluta fidelidad a la vocación y a los Votos.
Todos los Hijos son buenos y observantes, y aún cumplen anímicamente con todos los deberes de su vocación. Pero es en el secreto del alma en donde la fidelidad entre la Divina Madre y el Hijo que se le ha consagrado es algo absoluto, único, secreto, intimo; y esa intimidad de fidelidad y amor entre la Divina Madre y el alma es la que trae la verdadera unión de las almas de Comunidad.
Pero si bien el Hijo, por su vocación espiritual y sus Votos vive la Hora Eterna, es un ser divino envuelto en vestiduras humanas, sujeto a reacciones anímicas, físico-químicas, a acontecimientos exteriores imprevistos, que hacen difícil mantener esa fidelidad interior.
El hombre está sujeto al tiempo que es el factor más terrible que tiene que vencer para mantenerse dentro de su estabilidad de amor.
Por eso hay que estar muy atento y vigilante para mantener una fidelidad toda divina, súper espiritual, súper mental, súper emotiva.
Pasa el tiempo, se disipa el entusiasmo que hace ver fáciles todas las cosas y empiezan a actuar los enemigos de la fidelidad.
Los dos enemigos principales de la fidelidad son: la fantasía y el sentimentalismo.
Como la vocación del Ordenado llama a una súper mentalidad, a un súper sentimiento, la naturaleza humana se encona más con él; la fantasía procura adueñarse de su mente y el sentimentalismo del corazón.
Es siempre la fantasía la que primero empieza a actuar.
Hace su trabajo poco a poco porque el tiempo es su gran aliado.
Pasan los primeros entusiasmos exteriores, la euforia que trae la nueva vida y, a través del tiempo, se hace el hábito. La atención que en los primeros años estuvo tensa porque tenía que amoldarse a todo, al no tener ya esa gran preocupación, empieza a dejar filtrar alguna cosa. Y siempre esas pequeñas cosas son tenues, ligeras, inocentes. Vienen en el tiempo de la aridez, en el momento en que el ser espiritual está un poco a oscuras.
Son imágenes a veces reales y a veces ficticias del mundo. Pobre del Hijo que deja que esas imágenes penetren en él.
La fantasía es una serpiente que se arrastra poco a poco; una imagen de la vida pasada, un recuerdo, la expresión visual de algo que se desearía ver. Todo esto pasa por la mente del pobre Hijo, a pesar de que cumple con todo. Pero su fidelidad interior ya no es completa, absoluta.
La fantasía hace ver todo de color de rosa; aquel pasado que a lo mejor fue oscuro se presenta con unas luces completamente irreales.
Aunque el alma cumpla exteriormente con sus deberes su interior no está centrado en sus obligaciones, no mora en lo íntimo de su corazón, allí donde reina la Divina Madre.
El otro gran enemigo de la fidelidad es el sentimentalismo.
La vocación del Ordenado es divina; él ha muerto para el mundo; si su Voto es verdadero, nada existe de lo pasado.
Sin embargo el sentimentalismo, que es lento pero persistente, a veces se adueña de todo el corazón si el alma no está toda consagrada.
El sentimentalismo se orienta hacia los lazos de sangre.
Dios dice que todos los seres humanos tienen que cumplir con su obediencia de amor y sumisión a los padres que le han dado la vida.
Pero luego el Divino Maestro dice al alma: “Déjalo todo y sígueme”.
Cuando dice lo primero habla al hombre, pero cuando dice lo segundo habla exclusivamente a las almas consagradas y elegidas.
Si un alma de vocación tiene contrariedades en su hogar para cumplir con su vocación ha de tomarlo como una prueba y vencerla; pero si no tiene vocación está cometiendo una mala acción haciendo sufrir a sus familiares.
Si está llamada por Dios ella tiene que morir al mundo y a la sangre y la muerte no tiene remedio. Cuando llega el momento de la muerte, llore quien llore, hay que entregarse a ella.
El alma consagrada muere al mundo. Todo lo ha cumplido; la Divina Madre fortalece el corazón, el pensamiento, marca la ruta de su vocación con grandes dolores, rompiendo todos los lazos que dejó en el mundo.
El Hijo ha elegido su vocación, su vida, voluntariamente: él se ha entregado. Nunca los lazos de sangre serán lo que fueron antes; sólo cuentan los lazos Divinos.
Pero el sentimentalismo hace un trabajo muy oculto; aparece poco a poco.
A veces el alma ni se da cuenta de lo que pasa en ella. Es muy amante de la vida de Comunidad, pero deja que el sentimentalismo camine interiormente. Surgen en ella deseos de visitas, de conversación, de noticias de lo que pasa en las moradas del mundo.
Vuelve a atar los lazos que ya ha roto. Ha dejado el mundo, mucho ha llorado y sufrido y, sin embargo, calladamente, va tendiendo un nuevo puente como si quisiera ir y volver, estar en la Santa Casa y en las casas del mundo: romper la mística clausura interior.
Y llega entonces el momento en que tiene el corazón cerrado; ya no palpita por la Divina Madre. Todo su ser es de Ella menos la celda secreta, interior, la única que quiere la Divina Madre.
La fidelidad no es perfecta, absoluta; no se llega a la comprensión sublime de la vocación si no se deja que los muertos entierren a los muertos.
Cuando se deja penetrar en el alma elementos humanos la armonía se rompe, el vínculo disminuye. Da la impresión de que hay varios defectos de alma, varios estados de adelanto; hay diferencia entre un Hijo y otro.
Todo esto se produce porque se han abierto las puertas al sentimentalismo.
El alma consagrada logra la divina armonía sólo cuando escucha la voz silenciosa que es un amor inmaculado, una comprensión secreta. Pero si entran en ella corrientes extrañas esto disminuye y desaparece porque el alma no se mantiene en su nivel súper mental, espiritual.
Al alma consagrada le está vedado sentir, pensar y ver como los seres del mundo porque su amor tiene que multiplicarse, el sentimiento tiene que ser todo impersonal.
La Observancia exterior y la fidelidad interior absoluta a los Votos dan una estabilidad armónica de vida espiritual que multiplica la fuerza del alma hasta un punto sobrehumano.
Un solo hombre puede salvar a la Humanidad.
Todo lo hace el alma si mantiene ese lazo estrecho entre ella y la Divina Madre.
La disciplina exterior no es nada si no va impulsada por esa fidelidad íntima que saca todo del interior: no hay afecto que pueda permanecer en el alma. Si bien sólo puede actuar en la tierra como ser humano, posee medios divinos, salvadores.
Los Superiores estén siempre atentos para que los Hijos mantengan intacta la fidelidad interior, como en el día de sus desposorios del amor; sepan defenderla tenazmente, porque lo que no es malo para el mundo es malo para las almas consagradas que han dejado todo para vivir la vida espiritual.