Curso XLI - Enseñanza 13: La Voz del Silencio
Vishudda, el centro de la garganta, únicamente influye sobre los cuerpos mentales.
La vibración es su único derivado. Por eso encierra en sí el más suave, el más sutil, el más terrible de los poderes.
Se le llama a este centro “La Voz de Dios”, “el Verbo”, el “Nombre Inefable”.
Todos aquellos, y son bien pocos, que llegan a conquistarlo, son dueños de las fuerzas atmosféricas y sus derivados; pero una misericordiosa ley impuso que fueran muy pocos en verdad los que lo dominan, porque una sola palabra de estos seres podría causar la muerte de muchos.
Es un lazo energético que, al salir del Kundalini, se enrosca por las caderas y se levanta lanzando ante sí una corriente que es como un aguijonazo mortal.
Este es un poder, verdadero rayo de la muerte, que han poseído algunos Iniciados Lunares.
La energía negativa del Cosmos, los centros laya colocados en el vacío estelar, aquella que ven los astrónomos como inmensa mancha negra, se pone en directo contacto, por la modulación de la voz experimentada, con el Centro Laríngeo.
Como un dios que llama y despierta a una diosa dormida, el poder terrible es lanzado desde el Centro Laríngeo al Centro Sacro y allí se vitaliza en la forma sobredicha.
Un hombre encontró, mediante un aparato en forma de nudo corredizo que remataba en forma de aguijón, cómo atraer una fuerza potencial y lanzarla en forma activa; pero fue destruido por el rayo mortal del Karma antes de poder divulgar el rayo mortal entre los hombres.
Dice el Maestro que este centro, desarrollado, da el dominio sobre los tres mundos, conoce el secreto de la vibración y maneja el rayo de la muerte.
Los investigadores y ejercitantes no logran siempre poseer completamente el poder de este Centro; y aún aquellos que lo poseen siempre evitan los ejercicios superiores, para conformarse con los ejercicios menores y beneficiosos.
No hay que olvidar que la vibración entera tiende a volver a su punto de partida, al estado potencial, mientras que la vibración limitada solamente constituye una vibración similar.
Por este ejercicio oye el clariaudiente las voces lejanas y el idioma de los seres que pueblan otros planetas y estados. Algunos llegaron a tanto, en este ejercicio, que lograron entender la voz de los animales y de los seres inanimados.
Sigfrido, al bañarse en la sangre del dragón, símbolo de la sabiduría, límite entre la mente viva y la mente en sí, tiene la prerrogativa de entender el idioma de las aves.
Los santos monjes del desierto entonan día tras día sus cantos litúrgicos y los cargan de tal fuerza magnética y vocal, emanada de la Rueda Laríngea, que hacen callar las aves, dominan el rugido de las fieras, apaciguan a los más feroces animales, encantan a las serpientes y, como San Francisco de Asís, reúnen a su alrededor una infinidad de pájaros que calladamente les escuchan.
Cuando, por el ejercicio, este centro se desarrolla más, el místico es sumido, tragado, por decirlo así, por el silencio insondable de la eternidad.
Sabía algo de esto San Juan de la Cruz cuando llamó a este éxtasis “la música callada”, “la soledad sonora”.
Al volver de este extraordinario estado, algunos, como los Apóstoles y otros seres en el relato de acontecimientos históricos, religiosos, tienen el poder de hablar todos los idiomas y entenderlos todos.
Siempre fueron los hindúes los más amantes de esta Oración, pregonando el valor de la palabra repetida, de la pronunciación de los nombres y del valor del acercamiento a lo Eterno, por el conocimiento y la pronunciación del Nombre Inefable.