Curso XXXVIII - Enseñanza 5: El Aura del Hombre Salvaje
El hombre que vive en un estado primitivo, casi únicamente dirigido por sus instintos, tiene en el aura poca amplitud y variabilidad de colores.
La radiación que más se nota a su alrededor es la producida por su estado físico y desenvolvimiento orgánico y se podría llamar aura de salud.
El cuerpo astral es, en síntesis, un conjunto de vibraciones limitadas al área astral ocupada por el ser. Ellas repercuten al sonido con el movimiento energético, marcan la capacidad del estado físico y delinean las formas de los pensamientos del ser.
El aura de salud traza alrededor del hombre, por un espacio radial de siete centímetros, unas rayas luminosas color del relámpago. Cuanto más vigorosa es la salud tanto más erizadas están estas cerdas; pero cuando la salud es pobre y el funcionamiento orgánico es malo, estas cerdas aparecen rotas en diversas partes, formando zig-zags. Cuando se pierde la salud por completo y se acerca la hora de la muerte ellas están relajadas y caídas.
Estas radiaciones están formadas por una multitud de átomos astrales que se ponen en contacto, mediante la Rueda Sacra, con los átomos físicos del hombre y determinan el olor peculiar de cada uno.
Cuando un perro sigue el rastro de una persona, no es precisamente el olor que persigue, sino el camino ondulatorio producido por el olor peculiar de los átomos astrales materializados tras de aquél que los generó.
Al penetrar en una habitación es fácil percibir si allí ha estado alguien, aún sin sentir olor alguno, pues el aura de salud deja continuamente impregnados los lugares por donde pasa su dueño.
En el hombre salvaje el aura de salud es la que más se nota, aunque en algunos, más adiestrados en ciertos ejercicios físicos de muchos movimientos, se les nota también muy claramente el aura magnética.
El hombre que por su buena salud desgasta pocas energías y por una vida sana y natural recolecta abundantes fuerzas del depósito energético, tiene muchas reservas de energías depositadas en su aura. Se ve esto porque, cuando hay mucho magnetismo, el aura está salpicada de una infinidad de puntitos brillantes como aquéllos que se observan en el cielo cuando se fija la vista en él.
Muchas veces se ha oído preguntar por qué ciertos seres, que no tienen ninguna evolución mental, poseen sin embargo una fuerza magnética tal que es capaz de ser transmitida a otros seres y darles salud y bienestar; esto se comprende claramente considerando que el medio empleado es puramente energético y nada tiene que ver con el adelanto espiritual.
El aura energética transmite entonces sus reservas, si quiere, a otra aura pobre. También se ejerce entre los seres un vampirismo continuo, ya que basta que un ser débil se ponga al lado de uno fuerte para sacarle energías.
Es mala la costumbre de confiar a ancianos el cuidado de los niños y en particular la de hacerlos dormir en las habitaciones donde reposan ancianos y enfermos. Todos conocen el relato bíblico del Rey David, que vivía del magnetismo que extraía de una moza virgen que dormía con él.
No sólo hay seres que ejercen vampirismo sobre el aura magnética, sino también hay animales, en especial los domésticos. Hay asimismo lugares que, por ser circunscriptos a un radio de lentísima vibración son muy malos para la salud.
Todas las curaciones hechas por los curadores magnéticos están relacionadas con la transmisión de energía del operador al paciente.
El masaje, ahora aceptado por todos los círculos médicos, tiene por primordial función transmitir energías magnéticas.
Aparte de los colores luminosos, producidos por el aura de salud y el aura magnética, se ve en el aura del hombre salvaje el color rojo, emanante de una parte de la Rueda Sacra. El aura siempre tiene un color fundamental e invariable, además de otros colores que cambian según los estados de ánimo, de tiempo y de lugar.
El color fundamental del hombre primitivo es rojo brillante, ya que su instinto está mezclado a una buena salud y abundante dosis de energía que le confiere su vida natural. Muy raras veces ese color rojo se enturbia pues el hombre primitivo es poco colérico.
En algunos salvajes, que empiezan a practicar cultos de fetichismo y de adoración idólatra, los bordes del aura son coloreados con una franja azul obscurísimo.