Curso XXXVI - Enseñanza 2: Los Elementales
Phritivi, el elemento terrestre, crea elementales que son los guardianes y vigilantes de los movimientos terrestres, del crecimiento de los árboles y de toda vegetación, y de la reserva de las tierras que no han de ser contaminadas por el hombre.
La leyenda antigua nos presenta a estos seres de diminuta estatura, con luengas barbas, de aspecto grotesco; la fantasía popular los rodeó de historias y de misterios, llamándolos enanos, duendecitos, gnomos, etc.
En realidad estos elementales no tienen forma visible a los ojos ordinarios de los hombres, si bien suelen materializarse a veces.
En los Nibelungos, los enanos guardan en una gruta obscura y profunda el tesoro sagrado que nadie puede tocar, para relacionar la leyenda con su misión, que es la de reservar y guardar ciertos lugares magnéticos.
Hay en la provincia de La Rioja un lugar oculto que no puede ser visto por el hombre y vigilado por estas entidades que, con toda seguridad, se materializarían a los ojos de cualquier viandante, antes de dejarlo pasar.
Ellos dirigen, sobre todo, divididos en determinados grupos, la evolución química de los metales. Obedecen ciegamente a los magos que se dedican a la práctica de dominarlos, quienes logran de los mismos cuanto quieren, por la sencilla razón de que el hombre tiene mente propia y estos seres tienen mente colectiva.
Cuando el conde de Saint Germain llevó a un amigo suyo a visitar las arcas en donde guardaba oro, piedras preciosas y metales de valor incalculable, el visitante le preguntó cómo había logrado juntar tantas maravillas, a lo cual el conde contestó riendo socarronamente, que se lo habían traído sus servidores de la tierra.
Gabriel, el Arcángel que lleva el lirio en la mano, los dirige y gobierna. En la mitología hindú se le designa con el nombre de Indra.
Acpias, el elemento del agua, crea también elementales. Si pudiéramos materializar estas formas, las veríamos como las de sugestivas ondinas, de encantadoras sirenas y de diáfanas ninfas.
Estos elementales rigen el movimiento rítmico del agua, las lluvias, los truenos y las tempestades.
Su imagen podría verse también, en las formas y en los colores variantes de las nubes que pasan volando sobre las cabezas humanas y a las cuales tan poca atención se les presta.
Son ellos muy enemigos de alternar con los hombres, y si lo hacen, es para perderlos irremisiblemente.
El que domina a los elementales del agua ha de tener una rueda control a toda prueba. Jesús, el fuerte, caminaba sobre las aguas.
Rafael es el Arcángel que los gobierna; aquél que llevó a Tobías y le regaló el pescado maravilloso. En la mitología hindú es Varuna.
Tejas, crea los elementales del fuego: las luminosas salamandras, los sátiros ardientes y las terribles erinias.
Estos elementales del fuego aman a los hombres y se les puede dominar con facilidad; pero si los ven temerosos los sacrifican inmediatamente. Adoran al valiente y odian al cobarde. Cualquier alma fuerte los puede dominar, por eso, los santos que no temían la muerte, sostenidos por ellos, caminaban sobre las brasas y cruzaban las llamas, como lo hacen todavía en Japón y China los sintoístas adoradores del fuego.
Son verdaderos servidores del fuerte Arcángel Miguel y del siempre valeroso y resplandeciente Agni.
Vayú, el elemento del aire, crea las formas de los silfos, de los fantasmas y de las larvas errantes. No son amigos ni enemigos del hombre, pero huyen de él constantemente.
Los elementales del aire son muy útiles para los magos que pueden dominarlos, pues los sirven ciegamente.
Cumplen con una rapidez fantástica sus mandatos, pero también se alejan velozmente cuando se los deja en libertad, pues su único anhelo es vagar y vagar. Los describió insuperablemente Shakespeare en su “Ariel”.
Los dirige el Arcángel Serafiel, llamado El Corredor, aquél que distiende las cortinas de los tiempos.
Estos elementales también suelen revestirse con los cascarones, humanos y animales, que pululan en el séptimo plano del mundo astral. Toman cuerpo de las escorias etéreas y astrales de todos aquellos que han seguido adelante en su plan de evolución.
Azrael, el dios de la muerte, procura bondadosamente hacer que ellos se disuelvan y que sean reintegrados al Éter Cósmico. O bien que aquellos que ya han tomado fuerza tal que puedan resistir el embate de la ola destructora, puedan progresar y formar una morada digna de ser habitada mañana por una mente humana.
La Hueste de la Sombra, que gobierna a los seres elementales, los tiene circunscriptos en su región magnética para que no hagan daño a los seres humanos que no los conocen ni los pueden percibir.