Curso XXXV - Enseñanza 8: El Estandarte
La noche se acerca rápidamente.
“¡Camina, camina Peregrino!”
El cielo se ha cubierto de nubes; truenos y relámpagos anuncian la inminente tempestad. Todos los árboles del bosque, sacudidos por el vendaval, repiten la sardónica risa de la Tirana Babel.
¿Dónde están las luces de Bohas y Jakin?
El Lago de Ixdoubar, oscuro, profundo y embravecido, se extiende a los pies del Viandante. Una luz roja alumbra las aguas: es el reflejo luminoso del manto carmesí de Anhunit, la que lleva el Estandarte de la Madre, la cual adelanta, despacito, sobre el barco de Hanou, conducido éste por el cisne Tamuz.
Y Anhunit le entregó al hombre dos Llaves Divinas: una de acero y la otra de platino.
Con ellas puede IHS abrir y cerrar las puertas del infierno y del cielo, del dolor y del amor.
“Llegaste ya al Gran Atrio de la Sabiduría”.
“Deslumbrante es aquí la luz, maravilloso el velo azulado y maravillosas las Estrellas de Oro”.
“¡Cuidado Peregrino! Ver y no tocar”.
“Aquí tu alma puede cegarse presa en el lazo de Philo, la fría diosa de la separatividad”.
“Sobre la Cumbre de la Bienaventuranza te espera la Gran Realización”.
“Has entrado, Peregrino, en el Jardín del Alma”.
“Cada flor esconde una serpiente enroscada; cada planta tiene, para ti, un veneno preparado”.
“En el reino de Philo, lo único que puedes saborear es el Silencio, pero no debes perder de vista el Estandarte de la Madre”.