Curso XXXV - Enseñanza 3: El Principio del Camino
La Tierra está todavía bajo el signo zodiacal de los Peces y la Humanidad experimenta continuamente su influjo; aún viven los hombres en una era de pares opuestos, de altos y bajos, de colectividades o personalidades absolutas y, si bien se vislumbra la nueva raza de Aquarius, que empezará por los años 1972-1977, todavía ella no se ha afirmado sobre la Tierra.
Desde que el signo de Piscis empezó, el día 28 de la Luna de Febrero es aquél que más magnetismo descarga sobre el planeta por su conjunción zodiacal; por consiguiente, este día es muy apropiado para empezar toda labor psíquica y emprender estudios metafísicos que requieran cierto magnetismo para colaborar con la voluntad humana.
Esta nueva raza de Aquarius, sin embargo, ya ha aparecido, con su nuevo signo, con su nueva personalidad y mentalidad; indudablemente, la barca, el barquero y la tinaja de Aquarius avanzan con velocidad.
Pero es necesario, antes que esta nueva Humanidad se afirme, que muchos seres del viejo signo desaparezcan, para que se rompa definitivamente el cordón plateado de siete nudos a la altura del sexto nudo, y reine sobre el planeta la sexta subraza.
Con cruentos esfuerzos tiene el hombre que libertarse de la carga de sus instintos para llegar a la libertad del Espíritu. Él, por sí solo, ladrillo por ladrillo, ha de construir su Templo interior, para edificar allí un altar al alma libertada por la verdad, que hasta entonces sólo ha conocido a través de los símbolos y de las imágenes.
El Gran Sacerdote, asentado sobre la piedra, es imagen de este definitivo triunfo espiritual, ya que el alma gloriosa y libertada, cuando llega a ese estado tan sublime, no trasciende al estado indiferenciado, sino que permanece sobre el Umbral de la Eternidad esperando, para reintegrarse a lo Eterno, que todos los seres alcancen la perfección que él ya posee.
La mente, a través de las múltiples etapas evolutivas, por una Divina Ley de Consecuencias, por la gracia infusa que adquiere, después de esfuerzos y luchas, comprende el valor de la Realización y aún alcanza a vislumbrar que ese estado anímico superior no es la finalidad de su destino.
La Tumba de la Divina Madre Dormida revela a su conciencia alerta un estado muy superior e indiferenciado.
El alma sabe que, pasadas las rondas, después que todos los seres sean libertados, se fundirá en el Espíritu Eterno Indiferenciado, aquella potencia negativa y absoluta que está más allá del dominio de la mente. Por eso, desde el exilio, entona ya, apenas pone los pies en el Sendero, el Himno de la Liberación.