Curso XXXV - Enseñanza 16: Historia de la Simbología
Desde que en el mundo se levantó el primer altar a una divinidad, nació, con él, la imagen y el símbolo.
Los Grandes Iniciados de la Raza Aria presentaron una forma o una imagen a los hombres a quienes querían instruir en las verdades eternas; de religión en religión, de filosofía en filosofía, de secta en secta, las imágenes simbólicas llegaron hasta la cuarta dinastía de Egipto, que inmortalizó estos Símbolos Divinos con las figuras del Tarot.
El hombre, el Cristo vivo, el Redentor, en una palabra, la Humanidad que busca volver a la Divinidad, es representado por el Sacerdote de blancas vestiduras, de pie sobre un barco en medio del mar. Mientras que la Divinidad Absoluta es representada por un Caos: un sol que se hunde en el océano.
La Madre Divina, la casta Isis, la Fecunda Virgen, es representada por una mujer puesta entre dos columnas del Templo y con un libro cerrado entre sus manos, inmóvil bajo el velo que cubre su rostro; y así sucesivamente.
Es fácil reconocer en la figura del Gran Sacerdote, al Sacerdote de blancas vestiduras del Tarot; la Humanidad, en suma, parada sobre la puerta de la Eternidad.
Y la imagen de Aeia, la Madre Velada, que vigila la tumba de EHS, la Piedra Sagrada, imagen de la Sabiduría, erecta entre los dos pilares Bohas y Jakin, es la misma imagen de Isis, el segundo arcano del Tarot.
Estas mismas imágenes fueron trasladadas de Egipto a Grecia y de Grecia a Roma. En todas las figuras griegas y romanas se traslucen, con otros nombres, los mismos símbolos humanos y los mismos significados Divinos.
Tampoco el Cristianismo se salvó, a pesar de proclamar una religión absolutamente monoteísta, de venerar a imágenes como símbolos de la Divinidad; y la imagen hierática de Cristo, que lleva en sus manos el mundo y viste la blanca túnica, tiene el mismo significado que el Gran Sacerdote y el Sacerdote egipcio.
También es fácil reconocer en la Inmaculada Concepción, a la mujer vestida de blanco que pisa la cabeza de la serpiente y cabalga sobre la luna y tiene a doce estrellas por corona a la Divina Venus, que nace de la espuma del mar; a la mujer egipcia que vence a los cuatros animales y yergue su cabeza en el cielo estrellado para simbolizar el triunfo del Espíritu sobre la materia; a la imagen de Beatrix, la vencedora del Dragón.
El pueblo, en su oscurantismo, siempre, subconscientemente veneró estas imágenes; y gracias a ello pudieron pasar, como juego inocente, por el Medioevo y llegar hasta el día de hoy.