Curso XXXV - Enseñanza 11: Visión Divina
La Madre Divina del Universo, antes que el aspirante empiece la Gran Obra, recrea su espíritu con un vislumbre total del sendero a recorrer.
El Templo es Uno, porque el Espíritu, principio básico de lo Absoluto, no tiene variación, ni definición, ni cualidades, ni separaciones; pero la Madre Divina, que es la parte manifiesta del Universo, es dos: EHS y Aeia.
El ser humano está expresado con tres formas distintas: se le llama Viandante, cuando le guía el instinto; Peregrino, cuando lucha por la conquista de la mente; e IHS, cuando ha logrado la vida espiritual.
Se dice que estos tres serán Uno, porque verdaderamente no hay, en un comienzo, variación fundamental en los principios diferentes del hombre, sino aparente.
El día de la Gran Alquimia es el momento de la Suprema Realización, aquel momento en que el ser reconoce que él y el Universo son Uno.
Los cuatro Guardianes son imágenes de los principios inferiores del hombre: cuerpo físico, astral, energético e instintivo. Y los cuatro días necesarios para encontrarlos son imágenes de las cuatro primeras pruebas necesarias para ir adelante en el Desenvolvimiento Espiritual, simbolizadas por los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego.
Desde luego, estos cuatro principios inferiores, son imágenes de los cuatro principios superiores y espirituales: Mente comprensiva, Mente intuitiva, Espíritu en sí y Espíritu Universal; por eso el número supremo es: ∞.
El alma humana, caminando por la senda de muchas vidas y muchas muertes, adquiere experiencias y experiencias; pero como el saber la liberta del dolor por un lado, por otro lado la ata a lo conocido.
He aquí la aspiración suprema: Poseer la esencia de la experiencia, sin apegarse a lo experimentado. Dejar, de una vez, de llevar la carga de muchos símbolos, hábitos envejecidos, libros sagrados, la bolsa de pan del pobre, que siempre son cosas que vienen de afuera hacia adentro.
Es tan difícil la renunciación, sin la cual no se puede llegar a la liberación, que es indispensable, una y otra vez, que el dolor arrebate los objetos amados, para desapegar, mediante la violencia, el ser del objeto.
¿De qué sirve el bastón a aquél que ya está sano de sus piernas y puede caminar sin ayuda? ¿De qué le sirven los ritos religiosos a aquél que ha realizado el Místico Divino Amor? ¿De qué le sirven las leyes de la moralidad a aquél que ha aprendido a ser bueno?
Los colores rojo, azul y amarillo son imagen de la mente instintiva, racional e intuitiva.
Aquél que llega al Templo de la Madre, es aquél que ha dominado completamente su mente; pero, aún allí, le espera la prueba suprema: la Unión Perfecta del espíritu individual y el Espíritu Cósmico, “IHS y EHS”; ello no puede efectuarse sin la suprema renunciación, la renunciación a la separatividad, del yo y del tú.
Aún los Grandes Maestros que han llegado a ese punto supremo no se lanzan a la Eternidad Incondicionada, sino vuelven a sufrir y experimentar la vida, vuelven a llorar y el dolor les da hijos, los hijos espirituales que han seguido a los Grandes Maestros.
Pero, cuando estas almas selectas están dispuestas a la renunciación total y a la extirpación completa del deseo, recién entonces desaparecen el Templo, la individualidad, los Santos Guardianes y los principios inferiores, y pueden realizar la perfecta Unión Divina.
Bien dice la Madre Divina: “Estaba yo escondida en tu propio corazón”, pues, en estado latente, está en el corazón del hombre aquel principio básico y maravilloso que un día tendrá que unificarlo con lo Eterno.