Curso XXXV - Enseñanza 10: El Templo de Oro
Uno es el Templo.
La Madre Divina también es Una y es Dos: EHS y Aeia.
También es Tres: el Viandante, el Peregrino e IHS; pero, en el día de la Gran Alquimia, serán Uno.
Cuatro son los Santos Guardianes y Cuatro los días necesarios para encontrarlos. Mas el número supremo es: ∞.
Perdido en el Bosque que rodea la Gran Montaña, fatigado y triste, el Viandante se durmió para soñar.
“¡Sean los sueños tu guía!”, le gritó la voz del Gran Sacerdote.
Soñó que él, buscando el Sendero de la Sagrada Montaña por caminos infinitos, oscuros y fatigosos, había envejecido.
Llevaba aún consigo la carga de muchos símbolos de las experiencias hechas: cruces, amuletos, hábitos envejecidos, la bolsa de pan del pobre, los libros sagrados de muchas religiones, envejecidos también; reliquias, todas, de una vida de renunciación y sufrimiento.
Mas de golpe, por manos desconocidas, todos aquellos sus tesoros le fueron robados. Cruzó velozmente las campiñas, buscando lo perdido y pidió limosna con mano temblorosa.
Dejó el hábito oscuro de las religiones para vestir otro de tres colores: rojo, azul y amarillo.
Seguramente la mente había unido su suerte al Peregrino de la tierra.
Helo aquí otra vez, joven y fuerte, buscando a su amada.
Tras luchas y dolores ha cruzado el Círculo de Fuego y ha entrado en el Templo de Aeia, morada de la Eterna.
Ya está por consumarse la realización. Pero, ¡ay!, ¡el Templo está vacío y el Tabernáculo está abandonado! ¡Se han llevado el Cuerpo Místico de Nuestra Señora!
IHS llora y solloza; y el dolor le da hijos. Las lágrimas cubren su rostro y los sollozos hacen crujir los huesos de su cuerpo tendido en el suelo.
¡Todo fue inútil! ¡Todo está perdido!
Las sacerdotisas, vestidas de blanco y negro, los dos colores del Espíritu, van hacia él: hay que extirpar la raíz del deseo; hay que alcanzar la Suprema Renunciación.
Ningún aliento ha de empañar la blancura de EHS.
Las sacerdotisas le cubren la cabeza con un lienzo cuadrado, blanco.
¡Oh! ¡Dicha sin nombre!
¡Gloria a la excelsa mujer!
¡Levántate! ¡Caballero!
La Imagen Purísima, resplandeciente y gloriosa, aparece sobre el altar del Supremo Sacrificio y baja hacia IHS lentamente.
Todo calla.
En una suave y blanca neblina etérea todo ha desaparecido, el Templo, los Santos Guardianes…
Él pregunta: “¿Dónde estabas Tú, Amada mía, mientras te buscaba a lo largo de tantas centurias?”
Ella contesta: “Estaba yo escondida en tu propio corazón”.