Curso XXVIII - Enseñanza 1: El Manantial de las Religiones
Los pueblos de la raza Atlante habían recibido de los Grandes Instructores de esa raza las verdades de sus religiones. Estas verdades, fortalecidas por el poder psíquico de percepción propio de esta raza, eran de carácter completamente intuitivo.
Estas religiones lindaban con el mundo de la conciencia superior y no utilizaban símbolos naturales. Eran de un monoteísmo selecto.
Pero cuando esta raza empezó a decaer y degenerar, las prácticas religiosas fueron suplantadas por actos de poder psíquico y de magia negra.
Los arios mantuvieron una lejana vislumbre de esas Divinas Religiones, aunque completamente oculta bajo el peso del tiempo y de la razón, nueva prerrogativa de la naciente raza.
Los Atlantes, sumergidos en las profundidades del mar en que se hundió su continente, llevaron consigo su Divina Religión.
Pero nuevos Iniciados y la nueva Idea Madre hicieron su aparición y, en consecuencia, surgió una nueva religión que acompañó a la nueva raza Aria y que fue base de todas sus religiones posteriores.
Los Arios, después de la gran lucha sostenida con sus adversarios atlantes, se lanzaron a la conquista del nuevo continente que, cual virgen tierra prometida, había emergido de las aguas para ellos.
Los primitivos hombres, en inmensas caravanas, guiados por sus Divinos Instructores, abandonaron las viejas costas para buscar tierras nuevas y emigraron hacia el centro de Asia y Europa.
Encontraron una tierra fértil, maravillosa, pero terriblemente dura de conquistar. El clima ponzoñoso y ecuatorial a que estaban acostumbrados era suplantado allí por uno áspero y frío.
La pereza cedía a la necesidad y, después de una mortandad espantosa, los habitantes del nuevo continente, aprendieron a luchar poco a poco con la naturaleza para buscarse el alimento y procurarse reparo.
La naturaleza era dura de vencer pero, al ser subyugada, daba maravillosos resultados y revelaba sus secretos. Por eso los hombres primitivos la divinizaron, a ella y a sus fuerzas manifiestas.
La nueva religión, basada en el culto de la naturaleza, era puramente humana y natural y fue el fundamento del politeísmo.
Mas vino el día en que los Arios volvieron a la tierra de donde salieron y encontraron a sus predecesores, los cuales, con un rudimentario monoteísmo, conservaban la Religión Divina de los Atlantes, y los vencieron.
De esas dos corrientes, de una religión Divina olvidada y de otra, natural y humana naciente, se formó el armazón de todas las religiones venideras.
Las religiones Arias, entonces, nacen del recuerdo de un estado divino perdido y del conocimiento de una fuerza natural puesta al alcance del hombre.
Las palabras de los primeros Grandes Iniciados se funden, se cristalizan, con la experiencia material de los pueblos. El recuerdo de lo divino es materializado con una imagen, con el culto a los antepasados y de este manantial en donde Dios y el hombre se encuentran, en donde el círculo y la cruz se abrazan, brota el agua cristalina que inundará al mundo y a los tiempos, que tendrá diversos nombres, que volverá a juntarse un día en el océano del hombre hecho Dios.
En todas las religiones Arias, predomine en ellas el monoteísmo o el politeísmo, siempre se encuentran estas mismas bases fundamentales; el culto al empezar es sencillo y claro como el amanecer, la quietud humana se vuelca en la serenidad divina con cantos e himnos; éstos son transmitidos de padres a hijos, de un pueblo a otro y, con el andar del tiempo, se transforman en textos sagrados e idiomas fundamentales.
La tradición transforma las sencillas elevaciones del alma en ceremonias y cultos y los cultos reclaman las vestiduras, los signos y los misterios.
Todas las religiones Arias siguen las mismas rutas y el mismo sendero; son espirituales y puras al empezar; se hacen fuertes y potentes al seguir su marcha para llegar a su apogeo, cuando la mente y el espíritu de la religión se juntan, se unifican. Después decrecen, se hacen intelectuales y sabias, dogmáticas y rígidas, frías y oscuras y terminan en una organización sectarista, conservadora de las propias divinidades.
Tiene que ser así, irremediablemente; una mezcla de espíritu y materia no puede ser más que una lucha entre el espíritu y la materia. Cuando el espíritu domina, el materialismo es vencido; pero cuando la fuerza material se sobrepone al espíritu, éste se oculta tras espesos velos.
Tras las formas dogmáticas y prácticas de todas las religiones, está un principio Real y Divino.