Curso XXVII - Enseñanza 14: Los Griegos
En las islas Egeas crecía un pueblo bárbaro, descendiente de los Arios puros, que había de ser el brote de la subraza Celta y fundador de Grecia.
Parece que el destino dejara en la más profunda obscuridad y abandono a los pueblos que habían de ser fundadores de grandes razas y de dinastías gloriosas.
Estos pueblos semisalvajes no conocían la escritura, las artes ni sistema social pues vivían completamente en contacto con la naturaleza, practicando una religión puramente humana y externa, residuo de la primitiva religión Aria.
Todas las fuerzas de la naturaleza, todas las manifestaciones de la vida, se transforman para ellos en divinidad. No tiene este pueblo concepto de un Dios Único, ni de un rey todopoderoso sobre la tierra, como lo tuvieron los Semitas y los Egipcios con su Faraón. Se constituyen en clanes y nunca fue más grande Grecia que cuando se gobernó como república.
Con estas tribus Egeas, Jónicas y Dóricas, se forma la nueva Grecia.
Sus más antiguos recuerdos, están relatados en dos epopeyas nacionales: la Ilíada, que describe la destrucción de Troya, y la Odisea, que canta las aventuras de Ulises.
Grandes ciudades surgen alrededor de los templos de las distintas divinidades y son al mismo tiempo cabezas religiosas y legislativas de estos pueblos; entre ellas: Atenas, Esparta, Corinto, Tebas, Samos y Mileto.
Con su adelanto, Grecia se extiende hasta la parte meridional de Italia, llamada Magna Grecia.
El dios de ellos, Zeus, hijo de Rea, les inspira aquel sentimiento de fuerza que tiene que vencer a toda costa. Demeter, la diosa de la tierra y de la fertilidad, les asegura el fruto del trabajo bien ejecutado. Afrodita, la diosa del amor, nacida de las blancas espumas del mar, les concede el derecho al placer y a la vida. Y el Olimpo, monte de Macedonia, se transforma en el paraíso, donde moran sus muchos dioses y donde la juventud y la felicidad son perennes.
Después de haber vencido a los Persas, se hacen cada vez más fuertes y grandes y en tiempos de Alejandro, hijo del rey Filipo de Macedonia, el esplendor de los Celtas está en su apogeo.
Alejandro fundó una ciudad en Egipto, que será la sede del nuevo imperio de los Ptolomeos y se fundarán allí el museo y la biblioteca más grandes y más ricas en documentos eruditos e historias que haya visto la Humanidad.
A medida que Grecia se va engrandeciendo, va adquiriendo conocimiento de la unidad de Dios. Siempre se encuentra la humana y divina religión. De ella saldrán los filósofos más grandes: Sócrates primero, el cual, por creer en un Dios Único, fue condenado a muerte; y después su discípulo Platón, que tan maravillosamente afirmó la existencia de un ente supremo y explicó el significado oculto de las distintas divinidades griegas.
A éste siguieron Aristóteles, Jenofonte y muchos otros.
Pero el resumen glorioso de la sabiduría griega está en Pitágoras. Él explica el sentido Vedantino de la eternidad y el aspecto creador del universo con una exactitud matemática.
Ninguna religión como la Griega expresa la pureza y la sencillez del culto primitivo de los Arios. Las fuerzas naturales que van tomando cuerpo poco a poco, transformándose en personas vivas y divinidades, son de una belleza tal, que miles de años después de haber desaparecido los griegos y su religión, siguen viviendo en los tratados de sus filósofos estudiados hasta el día de hoy y en los testimonios artísticos que inmortalizarán aquellas leyendas.