Curso XXVIII - Enseñanza 11: Los Griegos

En las islas Egeas crecía un pueblo bárbaro que había de ser el brote de los Celtas y fundador de Grecia.
Parece que el destino dejara en la más profunda oscuridad y abandono a los pueblos que habían de ser fundadores de grandes razas y de dinastías gloriosas.
Estos pueblos semisalvajes no conocían la escritura, las artes, ni sistema social, pues vivían completamente en contacto con la naturaleza, practicando una religión puramente humana y externa, residuo de la primitiva religión Aria.
Todas las fuerzas de la naturaleza, todas las manifestaciones de la vida, se transformaban para ellos en divinidad. No tenía este pueblo un concepto de un Dios Único, ni de un Rey Iniciado que gobernara sobre la tierra como lo tuvieron los Egipcios de los Faraones.
Se constituyeron en clanes y nunca fue más grande Grecia que cuando se gobernó como república.
Con estas tribus Egeas, Jónicas y Dóricas, se formó Grecia.
Sus más antiguos recuerdos, están relatados en dos epopeyas nacionales: la Ilíada, que describe la destrucción de Troya y la Odisea, que canta las aventuras de Ulises.
Grandes ciudades surgen alrededor de los templos de las distintas divinidades y son al mismo tiempo cabezas religiosas y legislativas de estos pueblos, entre ellas: Atenas, Esparta, Corinto, Tebas, Samos y Mileto.
Con su adelanto, Grecia se extendió hasta la parte meridional de Italia, llamada la Magna Grecia.
Zeus, hijo de Rea, les inspira aquel sentimiento de fuerza que tiene que vencer a toda costa.
Demeter, la diosa de la tierra y de la fertilidad, les asegura el fruto del trabajo bien ejecutado.
Afrodita, la diosa del amor, nacida de blancas espumas del mar, les concede el derecho al placer y a la vida.
Y el Olimpo, monte de Macedonia, se transforma en el paraíso, donde moran sus muchos dioses y donde la juventud y la felicidad son perennes.
Los Griegos después de haber vencido a los Persas, se hicieron cada vez más fuertes y grandes, y en tiempos de Alejandro hijo del Rey Filipo de Macedonia, su esplendor llegó a su apogeo.
Alejandro fundó una ciudad en Egipto, que sería la sede del nuevo imperio de los Ptolomeos y se fundaron allí el museo y la biblioteca más grandes y más ricos en documentos eruditos e históricos que haya visto la Humanidad.
A medida que Grecia se iba engrandeciendo, adquiría conocimiento de la unidad de Dios.
De ella saldrán los filósofos más grandes: Sócrates primero, el cual, por creer en un Dios Único, fue condenado a muerte; y después su discípulo Platón, que tan maravillosamente afirmó la existencia de un ente supremo y explicó el significado oculto de las distintas divinidades griegas.
A éste siguieron Aristóteles, Jenofonte y muchos otros.
La sabiduría griega está proféticamente sintetizada en Pitágoras. Él explica el sentido Vedantino de la eternidad y el aspecto creador del universo con una exactitud matemática.
Ninguna religión expresa, como la griega, la pureza y la sencillez del culto primitivo de los Arios. Las fuerzas naturales que van tomando cuerpo poco a poco, transformándose en personas vivas y divinidades, son de una belleza tal que miles y miles de años después de haber desaparecido los griegos y su religión, siguen viviendo en los tratados de sus filósofos estudiados hasta el día de hoy y en los testimonios artísticos que inmortalizaron aquellas leyendas.
En la antigua Grecia el culto verdadero con dioses, imágenes y ceremonias, empezó en el período llamado Micénico. Pero no tuvieron los ídolos Griegos su apogeo sino en la edad Helénica.
La edad Helénica está constituida por las dinastías de los Eolios, Jonios y Dorios. La unión de estas tres fuerzas enriquece a la antigua Grecia en religión, poesía, escultura y música, pues el culto Helénico es un resultado de las bellas artes y no son las bellas artes un resultado del culto como en otras religiones.
Toda fuerza, todo empuje, todo acto de valentía, se une a las artes y crea un dios.
Se puede observar esto en el nacimiento de la mitología de los pueblos. Cronos y los antiguos titanes son la civilización en pañales, la cultura en sus comienzos, pues de este pueblo ignorante y fuerte, surge Zeus, el Gran Dios.
Ya es un Dios símbolo de fuerza, orden, de victoria, de una ley constituida para el progreso y engrandecimiento de los Griegos.
En el Olimpo, donde él reina, reúne a su alrededor a las divinidades todas: del aire, del mar, de la tierra, del cielo y del infierno.
Él es el Absoluto que encierra en su puño invulnerable, en su voluntad inquebrantable, todas las fuerzas humanas y divinas, así como soñaban ser los Helénicos, un pueblo único que dominara a todos los otros y los tuviera bajo su dominio por la persuasión, por la fuerza, por todas las artes.
Zeus divide su reino celestial con sus hermanos Poseidón y Ares; Hera, esposa y hermana del Dios, es símbolo del poder potencial y manifiesto; una multitud de hijos ayudan a los severos dioses a reinar.
Palas Atenea es la diosa de la fuerza y de la guerra; protege a Atenas y a los estudiosos, ya que nació de un pensamiento inspirado de Zeus.
Febo, dios de la luz solar, símbolo de la energía vital del astro rey, adornado de belleza y de gracia, llevando la saeta y la lira, hiere a los deseosos del saber y los encanta con la inspiración de la poesía, de la música y de las bellas artes.
Artemisa es la hermana del sol, símbolo de la noche clara, de la luna, de las campiñas, de los cazadores; protege y regula la vida fisiológica de la mujer.
Hermes, símbolo del hijo de Dios, es venerado como mensajero de los dioses; protege a la juventud, promesa futura del pueblo, y por último salva las almas y las guía a la mansión de la paz.
Hefaístos es el Dios del fuego, nadie tiene como él la habilidad de trabajar los metales; símbolo del fuego místico y de la corriente vital generadora de los seres. Sin él, sin su gran poder, no podría Afrodita, la diosa de la belleza, del amor y de la generación, dar vida a los hombres. Hefaístos es el único, el legítimo consorte, a pesar de que ella tiene otros amantes, porque el poder generador es uno en su aspecto fundamental.
Ares es el dios de la guerra violenta, aborrecido por los demás dioses.
Hestias es la protectora del hogar, es el ángel de la guardia.
Poseidón imagen de la materia instintiva, es el soberano de las aguas y del mar, de las tempestades y de los terremotos; lleva en la mano un tridente, símbolo del poder de los elementos o del triángulo inferior: mente, energía y materia.
Demeter, hermana de Zeus, es la madre tierra que da vida a la naturaleza; hace florecer los árboles; fecunda las cosechas y enriquece a las vides.
Pero el dios del vino, como símbolo de Bacanal, de olvido, de goce astral, es Dionisio o Baco.
No son estos los únicos dioses del Olimpo Helénico, pues le siguen una cantidad de dioses menores como ser las Parcas, símbolo de las diosas del destino; las nueve Musas; y las tres Carites, símbolo de la gracia y de la belleza.
Los Griegos divinizaron también a los héroes, pero el verdadero culto se esforzaba en encontrar al Dios Único detrás de todos los aspectos de cada divinidad.
Jenófanes, el gran filósofo, deploraba el concepto del vulgo de adorar al símbolo externo de los dioses y olvidar al Dios Uno. Aquél que no tiene ni cuerpo, ni forma, sino que es pura esencia.
La poesía ayudó mucho a enriquecer el culto, con los cantos nupciales, funerarios y épicos.
Ya desde antes de que el divino Homero escribiera su Odisea, son recordados los nombres de grandes poetas como ser: Lino, Himeneo y Orfeo.
Todas las artes fueron creadoras y colaboradoras del culto.
Ningún pueblo llegó en las artes y en la filosofía tan alto como el Griego, a tal punto que será difícil superarlo.
Esta civilización, nacida entre las columnas de las siete ciencias, tocó y profundizó todos los conocimientos, descubrió y sintetizó todas las bellezas y dio un nuevo sentido a la vida mediante la poesía, la literatura y la filosofía.
Es imposible enumerar todos los artistas del período arcaico, pues son numerosísimos. Entre ellos se puede recordar a Solón, que además de poeta, dictó las leyes de Atenas y fue uno de los siete sabios de esas épocas heroicas. Ni se puede olvidar a Safo, la maravillosa poetiza del amor, que cantó los placeres de la vida, con tan delicados acentos como muy pocos pudieron hacerlo después de ella.
Pero el lírico más grande de Grecia fue Píndaro, cuyas poesías han llegado fragmentariamente al día de hoy.
Como ellos muchos: Esquilo, Sófocles, Eurípides, Epicarmo y Aristófanes.
Ni hay que olvidar a Esopo, el autor de las prosas satíricas, ni a Heródoto el historiador.
Lo que más enriquece el saber griego es esa legión de hombres estudiosos y amantes de la verdad: los filósofos.
Con Jenófanes empieza aquella columna de sabios maravillosos. Ya entonces éste escribía altamente sobre el origen del Universo y el concepto de la divinidad.
Pero en el período Ático, es cuando brotan los filósofos como flores.
El más antiguo es Tales de Miletos, quien basó su filosofía en el estudio de la física, de la geometría y de la astronomía; consideraba al agua como el principio originario de todas las cosas naturales.
A su escuela pertenecen Anaximandro y Anaxímenes, ambos oriundos de Mileto, que consideraban al Universo, además de su concepción física, como resultado de un elemento más sutil, desconocido, que llamaban “Masa concreta infinita”.
Heráclito de Éfeso perteneció también a la escuela física y atribuía a los elementos un espíritu divino.
Se tiene por ese entonces a Jenófanes, el filósofo monoteísta, que aborrecía las imágenes y parece predecesor de los iconoclastas.
Pero la escuela filosófica que alcanzó más alto relieve fue la itálica, dirigida por Pitágoras. Él fue ante todo un gran matemático que aplicó los fundamentos de las matemáticas y del álgebra al Universo y a las leyes metafísicas. Es uno de los primeros que expresaron la idea de la metempsicosis o reencarnación.
Leucipo de Elea fundó una filosofía atómica sosteniendo que el alma del hombre es un resultado causal y energético de la agrupación atómica celular.
Empédocles quiso sintetizar el espíritu con la materia. Por eso imagina el Universo como dos grandes corrientes que al confundirse entre sí, crean la manifestación de la vida.
El primero en dividir los elementos y agruparlos fue Anaxágoras; también lo hizo Hipócrates, el médico filósofo.
Las filosofías griegas habían decaído y cada vez se habían materializado más hasta llegar a la sofística y su escuela.
Fue entonces que surgió Sócrates, el gran filósofo del espíritu.
Su obra la completó su discípulo Platón, fundador de la escuela académica, que dejó un número grandísimo de obras escritas en las cuales se ve a las claras su profundo sentido espiritualista y esotérico.
Desde entonces empiezan los filósofos a volar por los espacios de la mente y a buscar las sutiles cuestiones de las cosas imponderables.
Aristóteles es el filósofo de las ideas, de la mente, de las concepciones espirituales, del sentido estático de la vida, fundador de la escuela peripatética.
Mientras estas escuelas espirituales se iban difundiendo, otras dos escuelas habían nacido en Atenas: la epicúrea y la estoica.
Epicuro, fundador de la primera, enseñaba a sus discípulos que los dioses no se ocupan de los asuntos humanos y que el hombre ha nacido para gozar sabiamente de los placeres de la vida, satisfaciendo con recto equilibrio sus deseos, desechando el dolor y la zozobra y que no hay que temer la muerte, puesto que no es más que una disolución del cuerpo.
La escuela estoica, fue fundada por Zenón de Cippo y sostenía que la felicidad del hombre consiste únicamente en la virtud, en dominar por completo las pasiones.
La moral cristiana está basada en esta escuela, que consideraba al alma humana como una parte y no como una emanación de la divinidad y que el supremo bien consiste en poder auxiliar a los semejantes.
Los últimos filósofos griegos, llamados del período romano, ya muy influenciados por la grandeza de Roma, fueron Jámblico, Heliodoro, Dionisio y muchos otros. Entre ellos hay algunos cristianos pertenecientes a la escuela neoplatónica, como ser Justino, Plotino, Orígenes, Basilio y Eusebio.
Es digno de nombrarse el gran filósofo de Alejandría, Amonio Saccas, fundador de la escuela esotérica neoplatónica.
Basílides perteneció también a esta escuela y puede decirse que con ella pereció aquella legión magnífica de filósofos griegos fundadores de todas las escuelas que aún rigen en el mundo.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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