Curso XXV - Enseñanza 5: El Renacimiento Aristotélico de Avicena y Averroes

La cultura y sabiduría griega con toda su pureza y claridad desaparecieron, así se puede decir (pues el neoplatonismo cristiano la desvirtuó mucho), después de la definitiva supresión del paganismo y del alejamiento de sus sabios, decretada por Justiniano en el año 500.
Este emperador afirma el derecho político de los romanos y lo da como herencia a los pueblos cristianos en su Digesto, pero anula la cultura mental por la aseveración única del Dogma. La cultura griega pasa a Persia por los sabios exilados y es conservada por el Islam.
En el tiempo de oro arábigo renace en España musulmana, a través de Avicena y Averroes, quienes traducen, estudian y comentan en lengua árabe al Estagirita.
Avicena, cuyo nombre verdadero es Abu Ali Husein, nació en Persia próximo a Chiroz en el año 980 y murió en Hemadan en el año 1037. Era hijo de Sena, Patriarca del Valle de Bochara.
Avicena, de niño, fue tan precoz que a la edad de 7 años ya se hacía admirar por la claridad de sus conceptos y por la pasmosa facilidad para aprender todo lo que se le enseñaba. A la edad de 18 años había rendido ya grandes servicios a la Humanidad como médico y como Iniciado.
Abarcó todos los campos de la ciencia y de la filosofía, haciendo una sistematización de éstas, más amplia y completa.
En medicina abre nuevos rumbos y condensa sus ideas en el “Canon de Medicina”, compuesto a los 21 años, que durante siglos rigió las escuelas de Asia y Europa.
Aparte de muchas otras obras, especialmente de matemáticas, es fundamental su Tratado Místico, verdadera enseñanza esotérica.
Llamado por el Sultán Cabans, le curó de una enfermedad gravísima. Reconocido éste y admirado de sus altas dotes le nombró Gran Visir.
Su obra fue continuada por Averroes a quién, como Maestro, dirigió desde el Mundo Astral, un siglo mas tarde, en la edad de oro que los príncipes almorávides habían traído a la España árabe. Las guerras sangrientas habían cesado; los cristianos, impotentes, no hacían oír más que sus quejas y maldiciones.
Todo el dominio de la Media Luna, que parecía por entonces todopoderosa, florecía desde el Mediterráneo hasta el mar Índico.
En estos períodos de paz y prosperidad es cuando aparecen en las naciones los grandes maestros de las ciencias y de la enseñanza. En la filosofía, en el derecho, en la física, en la astrología, en la medicina y sobre todo en las matemáticas, descollaban los árabes.
Ya Avicena, el grande, había dictado su cátedra de filosofía experimental, de tipo aristotélico, que había transformado la faz filosófica de todo el mundo. Era por entonces el Islam dueño, no solamente de casi todos los países de Oriente, sino también del pensamiento intelectual de la época.
Por ese entonces, en Córdoba en el año 1126 nació Abul Uelit Ibn Rachid, que la posteridad conocería con el nombre de Averroes.
Su padre no sólo era Cadí de Córdoba, sino también amante de las letras y de las artes. Desde joven solía, el predestinado, sentarse a los pies de su padre, al lado de su sabio abuelo, cuando éstos rodeados por los ancianos, discutían sobre la inmortalidad del alma y comentaban los nuevos descubrimientos.
Era una mañana de primavera del año 1138. Estaba Averroes cerca de un amplio ventanal que daba al jardín, donde las flores y los pájaros no tenían más marco que el espacio infinito.
¿Cuál será, pensaba el adolescente, la fuerza oculta que da vida a la flor, que anima a los pájaros, que colorea el cielo de azul? Una mano invisible ha de estar tras todo ésto; algún ente poderoso e irresistible. ¡Cómo quisiera saber todo eso! ¡Cómo desearía ver, ver hasta llegar más allá del corazón de las cosas! Pero, ¿dónde encontraré aquél maestro que pueda enseñarme la ciencia total del universo? No ha de haber tal libro.
Una voz, que parecía un suspiro o más bien la brisa que agita los árboles, le contestó: “Sí, existe tal libro y tu lo tienes”.
Se sobresaltó el joven. Rápidamente se levantó de su asiento y miró hacia atrás no viendo más que un blanco manto que desaparecía en la penumbra de la habitación.
Guardó su secreto. El instinto le decía que no debía revelar esas sensaciones internas y su visión.
Después de un largo período volvió su instructor astral hacia él. Las visitas se hicieron más frecuentes; el Maestro de blancas vestiduras había enseñado al mancebo árabe a leer en el libro de todas las ciencias, en su propio corazón. Por eso Averroes fue célebre en todas las artes y en todas las ciencias.
En aquel entonces Yusuf, un príncipe algo melancólico y algo artista, que amaba rodearse no sólo de una corte lujosa y de hermosas bayaderas, sino también de hombres sabios y selectos, contrajo un mal que nadie podía curarle. Fue entonces cuando le recomendaron a un joven médico que hacía verdaderos milagros y que los cristianos habitantes de Córdoba tachaban de brujo. Hizo traer a Averroes al palacio y a medida que éste le iba curando el cuerpo iba saneando también su mente. Tanto afecto cobró a su médico, que lo hizo galeno oficial de la corte.
Desde entonces creció extraordinariamente la fama de Averroes. Contestaba a las preguntas del príncipe con opúsculos escritos, algunos de los cuales, si bien averiados, llegaron hasta hoy.
Explicó maravillosamente el sistema mental de Avicena. Dividió la mente intuitiva, racional e instintiva, también entre partes, llamándolas mente superior, media e inferior.
Pero tanta sabiduría, tanta claridad, no podía quedar sin suscitar enemigos y adversarios. Los odios, los rencores y la inferioridad de algunos formaron una verdadera banda de enemigos suyos.
Almanzor, que sucedió a Yusuf en el Califato de Córdoba, se dejó llevar por sus detractores. Prohibió en la corte el estudio de la filosofía y desterró a Averroes a Lucena.
En la soledad y en la paz de su nuevo retiro, Averroes enderezó todos sus esfuerzos hacia el logro de la vida perfecta y, como muchos discípulos le habían seguido, instituyó una comunidad de Sufíes dirigida por los Iniciados del Fuego, que fue semilla de una poderosísima secta mística que inundó después a todos los pueblos mahometanos.
Se ponía en meditación al anochecer y el sol iluminaba sus espaldas al amanecer.
Fue entonces que tuvo la visión beatífica de la Única Verdad y comprendió que todas las religiones eran una faceta de la misma, como lo atestigua en su libro titulado “Los Tres Mundos Superiores”. Compuso, también entonces, el comentario sobre el “Ensayo de la Fiebre”, escrito por Galeno.
Almanzor quedó por breve tiempo en el error, pues recapacitó; condenó a los enemigos del santo varón y lo hizo volver del exilio, nombrándolo Cadí de Sevilla.
Los últimos años de su vida los pasó Averroes en el estudio de sus ciencias favoritas, en el ejercicio de la medicina y en el desempeño de su cargo.
En un viaje que realizó a Marruecos en 1198, una vez más, mientras estaba enfermo, se le apareció su querido Maestro. Esta vez no para instruirle, sino para prestarle la mano y acompañarlo en el Gran Paso.
Mientras Averroes moría, las luces fueguinas del crepúsculo ahuyentaban los recuerdos de los sufrimientos terrestres, con el último resplandor de la Suprema Iniciación.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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