Curso XXV - Enseñanza 3: El Misticismo Extático del Mundo Antiguo
Plotino nació en Licópolis de Egipto en el año 205.
Todos los detalles de la vida de este gran ser están plenos de un profundo significado con respecto al desarrollo de su misión en la tierra. Como él había de traer de Oriente a Occidente, a través del puente del neoplatonismo, la sabiduría de los extáticos, nace en Egipto cuna del misticismo religioso y es iniciado en la Gran Ciencia de la concentración interior. Es educado por Amonio Saccas, el fundador del neoplatonismo, y enseña y muere en Roma, futura sede del cristianismo.
El joven Plotino tuvo una niñez y una adolescencia felices. Fue amado por sus padres y estimado por todos. Bajo la tutela de un sabio preceptor estudió todas las ciencias de aquella época: gramática, oratoria, mística, geometría, astronomía y matemáticas.
Dueño de un gran talento llegó pronto a sobresalir en sus estudios y a sentir la necesidad de ampliar sus horizontes, llevando consigo el tesoro de Egipto cuando fue enviado a Alejandría.
En la ciudad de los Tolomeos, debido a su físico agradable, sucumbió a la influencia de la belleza y de la vida sensual. Pero bien pronto reaccionó.
Paulatinamente, a través del estudio y de la búsqueda de los grandes tesoros de la Biblioteca de Serapión, iba penetrando en el mundo encantado del espíritu. Y llegaría a ver a Dios cara a cara, en el silencio de su corazón, enseñando esa única realidad a los hombres de Occidente, a la futura raza triunfadora. Se aisló poco a poco de los estudios y de los goces del intelecto, especialmente por la influencia que ejercía Amonio Saccas sobre él.
Plotino convivió once años con Amonio y siguió su voluntad inquebrantable en la fuerte disciplina que le impuso su maestro. Durante un lapso también se sometió, en una colina del Sud de Alejandría, al entrenamiento de los terapeutas, organización ascética compuesta por hombres célibes que lograban poderes psíquicos y curaban con fuerza mental.
A principios del año 244, Ardexir, revolucionario persa, invadió la Mesopotamia. Plotino se alistó en las filas de Cordiano para cumplir un deber patriótico y sobre todo para seguir los consejos de Amonio, que deseaba que su discípulo hiciera una peregrinación por el oriente. Muerto Cordiano, víctima de Filipo, logró Plotino refugiarse en Antioquia y de allí pasó definitivamente a Roma.
En la ciudad Eterna adquirió en breve gran prestigio.
Sin embargo hubo de soportar una dura prueba. Un alejandrino llamado Olimpo, dueño de una vasta cultura y que conocía todas las escuelas filosóficas, una vez llegado Plotino, dio en atribuirse las preferencias de Amonio. Anonadado por la superioridad espiritual de Plotino recurrió a artes mágicas para dañarlo. Pero pronto hubo de percatarse que el alma de Plotino era tan fuerte que todo el mal que se le dirigía repercutía en sus mismos agresores.
Tuvo muchos y esclarecidos discípulos, entre ellos Porfirio, Amelio, que asistió al Maestro hasta la muerte, Rogamino, senador romano y la matrona romana Gémina, la cual ofreció a Plotino su casa, que éste aceptó, para hacer allí ensayo de vida en común.
Plotino enseñó constantemente. El valor de toda su filosofía está en la definición de que la suprema filosofía es amar a Dios y esforzarse para encontrarlo, uniéndose a Él mediante la concentración.
Murió Plotino en el año 272 después de haber realizado a Dios en íntima y divina unión por dos veces.
Plotino no sólo era versado en la historia de las doctrinas religiosas y filosóficas, sino también en geometría, aritmética, mecánica y música. Había estudiado astronomía, posiblemente más desde el punto de vista de la astrología que de la metafísica, pero habiendo reconocido la falsedad de varias predicciones renunció a esta pretendida ciencia y hasta escribió refutándola como tal.
Era muy elocuente en sus enseñanzas, pese a un vicio de pronunciación y a la ausencia absoluta de un método en las mismas. En realidad no eran conferencias sino que se concretaban a responder con mucho ardor a las preguntas que se le proponían.
A los 10 años de haber empezado sus enseñanzas, comenzó a escribir sus obras.
La filosofía, cuya última palabra creía poseer, era para él una iniciación, patrimonio de los sabios, de las almas selectas y no la herencia de la Humanidad.
Herenio y luego Orígenes, que habían jurado como él no publicar la doctrina de su maestro Amonio Saccas, fueron los primeros en faltar a su promesa, y solamente después de haber ocurrido tal cosa se decidió Plotino a escribir.
No sólo le faltaba el hábito de hacerlo, sino también la ortografía. Sus frases resultaban inconclusas, sus razonamientos se enunciaban apenas, todo lo cual dificultaba la difusión de sus ideas. Era únicamente la fuerza de su pensamiento que lo volvía elocuente sin ningún arte. No se proponía nunca un plan determinado; a veces desarrollaba una doctrina que le preocupaba como refutaba un libro que acababa de aparecer.
Estos trozos esparcidos, reunidos y corregidos por Porfirio, formaron 54 libros divididos en 6 Enéadas. Aún después de la revisión de Porfirio, efectuada luego de la muerte de su maestro, las Enéadas sólo son un conjunto de disertaciones filosóficas sobre todos los temas posibles, a través de los cuales hay que buscar, no sin dificultad, la unidad del pensamiento de Plotino.
Sobre las puertas del santuario platónico estaban escritas éstas palabras: “Es difícil descubrir al autor y padre del mundo, y cuando se le ha encontrado es imposible dárselo a conocer a los hombres”. Se sabe que el noble espíritu de Platón detenía allí el esfuerzo de la ciencia.
Más allá del ser, último término científico que él quiso admitir, percibía claramente la Unidad superior al ser, pero no se atrevía a aceptar ese principio, pues la razón le exigía colocar este principio por encima del ser en sí, pero, al mismo tiempo, la razón no podía comprenderlo ni explicar por intermedio de él la existencia y la vida del resto de las ideas y de todos los fenómenos. De este modo toda la cadena de deducciones dialécticas era racional y rigurosa, siempre que quedara inconclusa, ya que el último término de la razón contradice a ella misma y, por otra parte, si la razón se negara a decir esa última palabra no sólo invalidaría la existencia de un principio que ella misma no osaba proponer en su extrema consecuencia, sino que ella quedaría sin conclusión y por consecuencia sin un sistema verdadero. Puede verse en Parménides y en el sexto libro “La República” hasta qué punto Platón se había preocupado por esta dificultad capital.
¿Cómo salir de esta dificultad sin escapar del campo de la razón?
Sólo un místico podía encontrar la solución.
La razón engendra la dialéctica y la dialéctica, llevada a su última consecuencia, contradice la razón; por lo tanto Plotino sacaba en conclusión que la razón es sólo una facultad subordinada. Cesan de ser absolutas para él las reglas de la razón, y si el hombre carece de facultad superior a la razón existe, no obstante, un medio de huir al imperio de las facultades, de conocer sin ayuda de ellas; este medio es el éxtasis.
El éxtasis es la participación del hombre en la felicidad e inteligencia de Dios por la fusión completa y momentánea de la naturaleza infinita con la individual. Gracias al éxtasis, Dios, consecuencia suprema de la dialéctica, puede al mismo tiempo contradecirla y, no obstante, ser aceptable este resultado.
También la psicología de Plotino marcha paralelamente con su metafísica. Acepta el valor de los sentidos, coloca sobre ellos la razón con los principios, las leyes generales y todo el sistema de las ideas; y encima de la razón coloca al éxtasis que nos descubre la unidad absoluta para la cual no se han hecho las leyes de la razón.
Llegados a este punto del sistema de Plotino he aquí los tres problemas que se plantean.
1°) ¿Qué es el éxtasis?
2°) ¿Quién es ese Dios demostrado por la razón, pero que ésta no sabe comprender?
3°) ¿Cómo se vuelve desde Dios al Hombre?
El éxtasis es un estado de unión del espíritu del hombre con Dios, en cuyo estado el cuerpo físico se transforma en un palacio desierto, deshabitado por su amo y que no obedece a otras leyes que las de su naturaleza orgánica. Es una muerte anticipada; mejor dicho, una vida anticipada ya que es sobre todo para los místicos extremadamente real la frase de Platón que dice: “Morir es vivir”.
Es la muerte de la multiplicidad, de la conciencia, de la personalidad. Es la absorción momentánea en Dios de la individualidad.
Las causas generatrices del éxtasis son tres: el amor, secundado por el conocimiento y la voluntad.
El conocimiento, al disipar los velos que obscurecen nuestro espíritu, nos coloca frente a la Unidad; la voluntad se esfuerza por escapar a la variabilidad y por romper la última envoltura bajo la cual resplandece el Absoluto en su gloria; y por último el amor que encuentra al fin el único objeto que puede nutrirlo se lanza como una llama viva y por su intermedio se logra la unificación.
La virtud y la plegaria nos hacen dignos de esta suprema felicidad, pero la plegaria se traduce en Plotino en ferviente aspiración, en un enérgico impulso del amor hacia un único fin. A medida que la escuela avance y que la fuerza de inspiración disminuya, la plegaria cederá su lugar en primer tiempo, y luego los ritos teúrgicos serán los que ocupen el lugar del amor. La iluminación es en Plotino una doctrina filosófica llena de profundidad pese a sus excesos; en Jámblico solamente será una superstición.
El Dios de Plotino responde a todos los problemas que Platón había propuesto y lo resuelve por todas las soluciones auspiciadas por Platón. Platón había comprendido que el último grado de la dialéctica es, en cierto modo, la última aspiración del espíritu humano; es la unidad absoluta, la unidad superior del ser. Plotino sin hesitar proclama que la unidad absoluta es realmente el concepto más adecuado a la verdadera perfección de Dios. Pero al mismo tiempo que relegaba la Divinidad de esas inaccesibles profundidades en las que el movimiento y la variabilidad estaban desterradas, Platón veía abrirse entre su Dios y el mundo un infranqueable abismo. Y sobre el borde de este abismo su mente se detenía tambaleante. Todo, en el universo, le demostraba que el rey del mundo debe ser inteligente y activo; todo, en la mente, le constreñía a elevar a su Dios por encima de la acción de la inteligencia.
De allí esas oscilaciones de su doctrina, entre los sueños de Parménides y las afirmaciones del Timeo.
Plotino no sueña ni titubea. La necesidad del Dios organizador es evidente y por lo tanto lo admite. Es el Rey, el Padre, el Organizador, la Providencia, el Demiurgo, Dios vivo y activo de cuya energía se engendra toda energía, cuya vida es vida de todas las vidas; que expande sin cesar de su seno y que a su seno sin cesar hace regresar torrentes de vida universal. Este Dios, por lo mismo que vive, es móvil; por encima de este Dios dotado de movimiento planea un principio y, por así decir un Dios más elevado, la inteligencia. ¿No se ha elevado también hasta allí Platón? El Dios activo que en el Timeo separa la luz de las tinieblas y otorga a la materia el movimiento, ¿es el Dios mismo que en el Parménides, en el Fedro y hasta en el Timeo, es el rey del mundo inteligible, el sol de la mente, esa inteligencia inmóvil de la que Aristóteles dirá, formulando por su cuenta la misma doctrina que su maestro, que es el pensamiento del pensamiento?
Siguiendo a Platón, Plotino se eleva hasta esa perfecta y divina inteligencia, y sin temblar como Platón ante la vista de estas necesidades contradictorias, coloca resueltamente la inteligencia inmóvil, que es el primero de los seres, sobre la actividad móvil que es el rey del mundo de la variabilidad, y por debajo de un tercer concepto más completo aún, o sea la unidad absoluta, superior al ser, de la que hace el primer término de la trinidad divina. De este modo este Dios, esta tríada divina resolvería todos los problemas.
Dios produce el universo necesariamente, sin comienzo ni fin. Lo produce tal como es porque tal es su naturaleza, la que debía tener. En una palabra, Dios no podía dejar de crearlo ni hacerlo de otra manera.
Acostumbrados como estamos a juzgar las cosas de acuerdo a nuestra propia naturaleza, pretendemos juzgar el poder de Dios a través de nuestra debilidad. No comprendemos nuestra libertad y pretendemos comprender la de Dios. Si Dios pudiera hacer el universo en forma distinta Dios no sería libre; pero es libre porque no tenía posibilidad de elegir. ¿Qué es la elección sino la posibilidad de elegir entre dos rutas la peor? Suponer que Dios elige, es suponer que Él puede vacilar en su juicio o sucumbir en su acción o sea suponerle imperfecto.
La posibilidad de equivocarse o de fracasar disminuiría el poderío y por consiguiente la libertad divina. Plotino no es el único panteísta que, deseando encadenar el poder creador en las manos de Dios, ha dado el nombre de libertad a esta necesidad inevitable, considerando como un himno a la libertad esta consagración del fatalismo.
¿Cómo se crea el Universo? ¿Hay algo fuera de Dios que pueda servir de receptáculo a sus emanaciones?
Según Plotino, el espacio no es nada. La materia, en tanto está en los seres, desciende a ellos al mismo tiempo que la forma, porque cada principio engendra por debajo de él la multiplicidad, o sea la materia, y la unidad, o sea la forma o imagen del principio mismo. De este modo nada hay fuera de Dios, ni espacio ni materia. Si existiera algo fuera de Dios, aún el mismo universo, Dios estaría limitado lo cual es imposible. Por lo tanto todo está dentro de Dios y en Sí mismo es que fatalmente produce el universo.
Así como la inteligencia divina es el lazo de los espíritus, el alma divina es el de los cuerpos.
Tal es la ley que explica el origen del universo y para buscar la ley del movimiento es preciso, en cierto modo, remontar la corriente. Todo es expansión y concentración en el movimiento vital. Por estos pares de opuestos el universo se mantiene indefinidamente semejante e igual a sí mismo. Apenas el ser ha sido engendrado comienza la lucha para regresar a la fuente de origen.
Todo sale de Dios y a Dios ha de regresar.
El Dios de Plotino es también igual al alfa y omega de las Escrituras; es el principio del movimiento porque lo engendra y es también la causa final porque lo retrae. No solamente es la perfección, sino también el bien. No es sólo el sol de las inteligencias, sino también el centro a que aspiran todos los amores.
La moral de Plotino es similar a la de Platón: pura, austera, desatada del mundo, invariablemente aplicada a reproducir el ideal de la perfección divina.
Las virtudes del filósofo son para Plotino virtudes purificadoras, iniciáticas, que nos desatan por completo del mundo y nos preparan para el éxtasis. Estas virtudes son: justicia, sabiduría y amor. Para él, como para Platón, la sabiduría es una virtud porque lo eleva y engendra el amor y por encima de todas las virtudes como coronamiento de las mismas llega la unión con Dios, el éxtasis.
Amelio o Amerio, discípulo de Plotino, florecía hacia el fin del siglo III de la era cristiana. Había nacido en Etruria y se llamaba Gentilianus. Probablemente en su deseo de destacar su desprecio por las cosas mundanas, eligió el nombre de Amelio que en griego significaba “negligente”.
En un principio se había acogido al estoico Lysimaco, pero los escritos de Numenius, perdidos en la actualidad, cayeron en sus manos y le sedujeron en forma tal que los aprendió de memoria y los copió por su propia mano. Desde ese momento, por supuesto, él perteneció a la escuela de Alejandría en la que Plotino era su más ilustre representante. Amelio fue a buscarlo a Roma y, durante 24 años, desde el 246 al 270, siguió sus lecciones con rara asiduidad.
Él redactaba todo lo que oía de boca de su maestro, agregando sus propios comentarios y compuso así, a estar por lo que dice Porfirio, 100 volúmenes. Desgraciadamente no ha llegado ninguno a nuestros días, ya que posiblemente disiparían muchas nubes que existen sobre la filosofía neoplatónica. Es tanto más sensible esta pérdida cuanto que Plotino lo consideraba como aquel de sus discípulos que mejor comprendía el sentido de sus doctrinas.
Entre las obras que se atribuyen a Amelio, había una que mostraba la diferencia entre las ideas de Plotino y las de Numenius y que justificaba al primero de los filósofos nombrados, de la acusación intentada contra él de que había sido un plagiario de Numenius.
Después de la muerte de Plotino, Amelio abandonó Roma para ir a establecerse en Apamée, en Siria, donde pasó el resto de sus días.
Había buscado como los otros filósofos de la misma escuela, levantar por medio de la filosofía, el paganismo que moría.
De Jámblico, filósofo e ilustre representante de la escuela de Alejandría, cuya fecha de nacimiento como también de muerte son desconocidas, sábese solamente que nació en Chalcais, en Coelesiria, de padres ricos y considerados y que floreció en el reinado de Constantino.
Se le asigna como primer maestro a un tal Anatolio, que lo presentó a Porfirio. A la muerte de éste, fue el oráculo de la escuela de Alejandría, hacia el que afluían los discípulos. No obstante la austeridad de su lenguaje y las áridas formas de su enseñanza, era tal el ascendiente que lograba sobre sus discípulos que una vez apegados a él no lo abandonaban más, comiendo a su mesa y siguiéndole a cualquier parte que se trasladase. El entusiasmo que despertaba entre ellos era tan grande que se le atribuía el don de hacer milagros, la levitación, etc.
De sus numerosas obras sólo han llegado a nuestros días una vida de Pitágoras y una Exhortación a la Filosofía.
Por comentarios de Proclus se conocen sus teorías filosóficas que si bien eran una continuación de las enseñanzas de Plotino y Porfirio, divergían con éste en algunos aspectos. Por ejemplo: sobre la variabilidad de los seres individuales. Porfirio lo atribuía a la materia; Jámblico, en cambio, explica esa variabilidad distinguiendo en el mundo inteligible principios de unidad y de identidad por una parte y principios de diversidad por la otra.
A diferencia de sus antecesores, Plotino y Porfirio, la psicología de Jámblico testimonia un espiritualismo menos severo y menos absoluto; Jámblico le reprocha a Plotino el haber hecho del alma un principio impasible y siempre pensante y por consiguiente de haberla identificado con la inteligencia misma. En ésta hipótesis se pregunta Jámblico ¿quién fallaría en nosotros cuando arrastrados por el principio irracional nos precipitamos en los desórdenes de la imaginación? Y si por otra parte admitimos que la voluntad ha fallado ¿cómo podría quedar el alma infalible? Jámblico se manifiesta en sus doctrinas más moderado, más platónico que sus predecesores. Su misma moral es de un ascetismo más atemperado. Repite que el hombre es el verdadero autor de sus acciones y que es asimismo su propio demonio -daimon-, pero también, siguiendo a sus maestros agrega que el fin que persigue el alma es la contemplación de las cosas divinas y que la virtud es el medio de llegar a ella, y pese a que en su teología es mucho mas supersticioso que Plotino y Porfirio, profesa una moral más práctica y más humana.