Curso XX - Enseñanza 3: Textos para Meditación Discursiva
Texto:
“Non est hich: ¡Resurrexit!”
“No está acá: ¡Ha resucitado!” (Palabras del Ángel a Magdalena)
Considera, oh Alma que quieres seguir por la senda espiritual, cómo es necesario que tengas un Maestro que te dirija hasta que puedas andar sola. Pero considera también cómo, muchas veces, cegada por la ilusión, crees que estás lejos y te crees muy sola. Lloras en esos momentos, oh Alma mía, como lloró María Magdalena ante el Sepulcro vacío y clamas: ¿dónde estás, Maestro mío?
El Maestro nunca se aparta de tu lado, el Maestro nunca te abandona, aunque no lo veas ni lo oigas o te creas enteramente sola. Lo que te hace creer que está lejos de ti, no es sino la oscuridad de ti misma, la falta de perseverancia, la tibieza en el cumplimiento de tus deberes; es, en una palabra, tu pobre naturaleza humana que muchas veces cae presa de la tentación. Pero cuando tienes entusiasmo y fervor, aparece el Maestro, resucita en ti.
Pero aún así, es bueno que lo pierdas de vista de vez en cuando, para que lo aprecies más y saber que tú, Alma, estás indisolublemente unida a la de Él y para que sea más dulce el encuentro después de haberlo creído perdido.
Oye la palabra del Ángel: “No está aquí tu Señor; resucitó”. Tu Maestro no está aquí, en la oscuridad del pecado, en las tinieblas del mal. Tu Maestro Ideal está en el Camino Espiritual, en la santidad del esfuerzo. Allí te espera, constantemente; allí lo encontrarás, siempre.
Busca, oh Alma mía, a tu Señor. Si Él ha resucitado, resucita con Él en la gloria de la purificación espiritual. Despeja de tinieblas tu corazón y lo encontrarás en la santa morada, más glorioso que nunca, siempre dispuesto a seguir en el Sendero de la santidad y del amor.
Texto:
“Noli me tangere”.
“No me toques”. (Palabras de Cristo Resucitado a Magdalena)
Considera, oh Alma, cómo has llegado a aquel punto en el Camino Espiritual en que has de desatarte de todo lo que es humano, para vivir en la gloria de la Resurrección. Has vuelto a encontrar a tu Maestro. Él no muere nunca. Pasa el cuerpo, aún de los seres superiores, pero el espíritu que los anima es eterno. Una vez más está ante tí, transformado, transfigurado. Su luz te ciega, no puedes acercarte a Él; te haría daño. Por eso, cuando quieres abrazarlo Él te dice: “No me toques porque yo he resucitado”.
Considera, oh Alma, cómo has de ser en todo semejante a tu Maestro, cómo has de esforzarte todos los días para ser como Él, para poder tocarlo sin mancharlo. Cómo debes hacer el trabajo sutil y delicado para sacar los más pequeños defectos y escorias que aún quedan, hasta las faltas casi insignificantes, que impiden que lo puedas tocar.
Pero, qué dicha poder contemplar al Maestro resucitado, poder ver su gloria y esplendor, y tenerlo en la vida como prenda de beatitud y de eterna felicidad.
No tiembles, Alma mía; no esperes, no te detengas; hace años que sigues al Maestro por la senda del dolor. Has de seguirlo ahora por la senda de la Resurrección, de la Transfiguración, de la Unión con Él.