Curso XVII - Enseñanza 4: La Vida Contemplativa
La contemplación no aparta de las contingencias de la vida.
El mal no está en las cosas materiales, sino en el tipo de relación que se tiene con ellas. Lo malo es el afán y el deseo, que establecen la vida al nivel material.
El afán, como el deseo, nivela.
Cuando se logra una vida interior muy profunda, puede haber una tendencia hacia la indiferencia frente a lo exterior.
La indiferencia es una desviación del camino místico e impide la verdadera realización que es expansión por participación.
Sin embargo, esta participación por ser estática, también se aparece como indiferencia sin serlo en realidad, y es causa de que el mundo no pueda comprender al verdadero contemplativo, ni su aparente desinterés por las cosas de los hombres.
La vida contemplativa no consiste en la contemplación permanente de los misterios divinos, sino en una rutina ascética de renuncia que transforma los actos ordinarios más intrascendentes en verdaderos pilares espirituales, fuente de experiencia, comprensión y oración iluminativa.
Además, la rutina produce un automatismo de las acciones corrientes. No es que éstas se hagan sólo automáticamente; el Hijo participa realmente en ellas. Pero, al adquirir el control y la capacidad necesarias, las normas y responsabilidades personales se cumplen automáticamente, sin intervención del elemento determinante de la voluntad que identifica al ser con sus actos. Entonces éste no se circunscribe a una acción y queda libre.
La rutina es un automatismo liberador: el Hijo permanece fijo e inmóvil en su centro divino mientras el cuerpo o la mente trabajan en forma eficiente.
La rutina hace que los ejercicios de oración tomen un matiz distinto al acostumbrado. En primer lugar, pierden su valor relevante; en segundo lugar, pueden hacerse rutinariamente áridos, especialmente después de pasado el período purgativo por la eliminación gradual de las emociones extremas. Esto ayuda a que sean menos racionales y más simples. Por otra parte, como el alma tiene cada vez menos variedad de deseos, llega un momento en que todos los temas de oración son apenas variaciones de una sola idea, de una sola aspiración. Esto hace que suela resultar tedioso y difícil someter el pensamiento a pasos que ya parecen no son tan necesarios, y se tiende a permanecer quieto allí, manteniéndose en un pensamiento simple de renuncia, de entrega. Sin embargo, hay que estar muy atento porque como no se está habituado totalmente a sostener el alma en un punto, fácilmente entran las distracciones y con ellas el cansancio, la divagación y hasta el sopor y el sueño. Hay que retornar entonces al ejercicio técnico completo y procurar lograr paulatinamente en el mismo una mayor pasividad.
Lo mismo ocurre con el hábito de la oración continua, vocalizada o silenciosa. Se comienza por mantener la atención en el significado de lo que se dice, para pasar gradualmente a través de su sentido espiritual, a inmovilizar el alma en la aspiración única representada por esa oración.
Cuando sólo rige una idea, un solo pensamiento fundamental de Renuncia, todos los actos humanos se hacen superconcientes y objetivos por la no identificación con la acción y el interés impersonal puesto en ella. Este estado simple de oración conduce necesariamente a la iluminación espiritual, esporádica al principio y luego como un estado permanente.
Habitualmente se busca un poder de concentración a través de ejercicios determinados. Indudablemente éstos dan una capacidad de concentración y ciertos poderes mentales, pero sólo una mística de rutina da el don de la concentración hecho vida.
La rutina elimina el vaivén del oleaje mental a través del ritmo de lo establecido.
La aparente esclavitud de no tener que pensar lo que ya está establecido, de no necesitar nada por la renuncia a desear más de lo indispensable, hace que la mente se fije espontáneamente en un centro único, en una idea única, y adquiere así el don de una concentración múltiple que potencializa al máximo el rendimiento y las posibilidades.
La rutina, además, cuando es integral exige el máximo.
La rutina del hombre no es tal porque él la rechaza y no somete su mente al ritmo. Está ansioso y sediento del cambio. Es la huida.
La rutina integral del alma exige el máximo de esfuerzo y fijación interior, potencializa al máximo las posibilidades de expansión mística porque el alma al no poder ser encerrada en el círculo material de la actividad, y al no tener escape humano, trasciende instantáneamente y se fija en el centro divino.
La técnica de la contemplación es absolutamente distinta de la técnica de la meditación. En ésta última se manejan las fuerzas y actos positivos del ser y el esfuerzo volitivo actúa en el plano ordinario de conciencia.
En la contemplación, la voluntad se hace pura fuerza espiritual que introduce al alma en el divino reino interior. Hay una pérdida de las facultades ordinarias de percepción, pero hay un desarrollo notable de las facultades intuitivas y sobrenaturales.
El conocimiento intuitivo de la contemplación es instantáneo, se podría decir de saber por identificación instantánea. No hay que entenderlo como un saber común sino como un conocimiento total, esencial, imposible de verter totalmente en los aspectos mentales que siempre están por debajo de aquél.