Cursos XVI - Enseñanza 9: La Divina Presencia
Aquél que una vez ha recibido la visita del Maestro Divino y ha escuchado su Voz nunca podrá olvidarla.
Continuamente desea estar en Su Presencia y platicar con Él, para comprenderlo y amarlo cada vez mejor. En la soledad interior de su nueva vida, el discípulo encuentra un tesoro tan preciado que teme perderlo a cada momento. Por eso quisiera estar siempre allí, en la celda del corazón, junto a la Divina Presencia escuchando la Voz del Maestro. Pero no siempre alcanza a oírla.
Es entonces cuando se entristece y clama:
“¿Donde estás Maestro mío y por qué te alejas de mi? ¿Por qué me dejas en este valle de lágrimas y miserias? ¿Cuándo podré romper estas ataduras mortales para estar siempre Contigo?
“Mi vida es muerte y el estar lejos de Tí el más grande de los tormentos y de los infiernos. ¿Por qué tengo yo que hacer cosas que no me interesan y que sólo sirven para apartarme de Tu lado?”
“¡Rompe las cadenas que me sujetan, desata los lazos, déjame levantar vuelo!”
Y entre la atmósfera húmeda y pesada de las habitaciones, de la oficina y de las calles se levanta una luz. Es Él, es el Maestro, que siempre y en todas partes responde al llamado de su alma amada:
“¡Cuánto me agrada que me recuerdes en las horas de tu trabajo y eleves tu alma a Mí! Esto es lo que siempre has de hacer; nunca dejes que un trabajo te absorba completamente. Eleva muchas veces tu pensamiento para que sea una oración breve como un rayo de sol que hiende las tinieblas. Vuelve así continuamente desde la tierra al cielo y deja luz por donde pases”.
“Yo también quisiera tenerte siempre conmigo, pero no es la hora. Ni pienses, tampoco, que la muerte te alcanzaría esa anhelada unión. La muerte física de nada valdría para unirnos; nos separaría otra más larga y dolorosa barrera. Cuando sea tu hora Yo mismo vendré a tí, te tomaré de las manos místicas para que mores junto a Mí, eternamente en el seno del Padre”.
“Sigue en tu trabajo; embellece ese lodo cuyo odio no debe tocarte. Refleja el bien que has captado; pero no olvides: vuelve muchas veces tu pensamiento a Mí”.
“Recuerda: Hay que saber sobrellevar valientemente las horas agradables y las horas pesadas. La oración, aún breve y únicamente hecha con palabras, siempre tiene un gran valor. Lo que importa es no dejar nunca de orar; siempre orar”.
“Cuando no puedas ponerte ante Mi Divina Presencia, no tengas temor ni te canses de llamar, suplicar, pedir y golpear en la Sagrada Puerta para que te sea abierta. Yo estoy detrás de esa puerta cerrada. A veces no abro para probarte pero siempre, siempre, después de las tinieblas y sequedades, habré de introducirte en el tabernáculo de mi Divino Corazón”.
Así el discípulo, reconfortado por la Enseñanza Eterna, entrega en su trabajo, para amasar su pan de cada día, junto a la humana y justa gota de sudor de su frente, la sublime bendición de su callado, silencioso y profundo mensaje de amor divino.
Divina elección que, con su sacrificio, transformará el corazón mortificado del Hijo en luminoso Estandarte de purísimo amor que guiará a los hombres que lo rodean, de modos diversos, hacia ideales de superación de vida, de salud, de belleza y comprensión íntima.