Curso XVI - Enseñanza 16: Necesidad de Amar
Con la misma alegría del que inicia un viaje a tierras desconocidas, con la misma ansia inexplicable del que ama por atracción a lo ignoto, así, el meditante debe aguardar con expectante alegría la hora de su profundo viaje introspectivo, esperar el instante en que su plenitud transforma todo el día en un acto de continua meditación.
Mientras tanto, hasta que llegue ese día, la hora de su oración será la más ansiadamente esperada, la de su libertad única, la de su enseñanza incomparable.
En ella aprenderá a descubrir que tiene todo; que todo está dispuesto para enseñarle una ciencia que libro alguno puede ofrecerle. Allí oirá el Mensaje de la Divina Madre al Hijo, en profunda intimidad de amor.
Y cada día más esa devoción, esa intensidad de amor habrán de llevarlo a pronunciar menos palabras, a discurrir, a filosofar menos; a callar; a amar en silencio, en posesión de amor, hasta llegar el alma al Silencio Místico por amor, donde, como en las grandes horas humanas de la muerte y del dolor, ya no se hallan más palabras.
Y mientras el Hijo aprende a callar, ocultamente la Voz del Maestro hablará un nuevo idioma al alma. Idioma de intuición de amor que habrá de elevarlo más allá del tiempo y del espacio, donde sólo mora el espíritu eterno.
En ese estado, todos sus días serán de fiesta y transitará entre los hombres sencillamente, pero con vestigios de su Gran Viaje por el mar eterno.
Aprenderá a reconocer en todas las filosofías, religiones, libros y discursos las verdades que él mismo descubrió y oirá la enseñanza del Maestro por doquier.
Pero el Hijo debe volver al plano de la vida común.
Ya no será el mismo, aquél anterior a la gran experiencia interna. La visión de una nueva vida, la Enseñanza recibida de labios del Maestro Divino no han sido en vano.
La vivencia, el conocimiento profundamente interior, la experiencia eterna han transformado al Hijo.
Y nace entonces en el alma un nuevo fervor, una nueva ansia anteriormente desconocida, la necesidad de hacer partícipe a otros de su descubrimiento real del Dios vivo, de su encuentro con la Divinidad, a través de la oración.
Experiencia que lo ahoga por su magnitud e incita a transmitir su buena nueva a las almas que aún no han llegado a ese puerto de bienaventuranza que acaba de tocar.