Curso XVI - Enseñanza 12: Santa Unión
Para el alma que ansía la liberación los reclamos de la carne son motivos de gran dolor.
La naturaleza instintiva es dura de vencer y se opone como tenaz enemigo a los propósitos del Hijo.
Por eso éste invoca dolorido la ayuda del Maestro cuando ve flaquear su fuerza ante los embates de su naturaleza inferior, como el náufrago que gime por un puerto seguro y estable:
“¡Oh, Maestro mío. Tú que ves mis flaquezas, mi miseria, y todo lo pobre que soy, hazme recordar, cuando estoy ofuscado y perdido, mi voto; hazme recordar las promesas hechas en momentos trascendentales, de ser todo de la Divina Madre y no tener nada fuera de Ella!”.
“Cuando se aflojen y debiliten mis propósitos, Tú, Maestro misericordioso, hazme recordar otra vez la sagrada vocación; despiértame. No permitas que me aleje de la Madre”.
“Ella me ha elegido para encender en las almas el fuego divino y comunicar a los otros Su Amor; para ello, como soy indigno y estoy lleno de imperfecciones, necesito Tu Bendición y no olvidar que por sobre todas las cosas soy de la Madre”.
“Manda la muerte sobre mí antes que venga a menos mi vocación. Destruye este cuerpo antes que faltar a la misión solemne prometida”.
El Maestro ve el dolor del alma. Conoce sus esfuerzos y sus caídas. Pero también ve brillar en el corazón del Hijo la llama de la vocación y le responde:
“Sobre todas las cosas recuerda, Hijo mío, que la Divina Madre te ha elegido como Templo de su gracia y tiene su morada en el lugar más íntimo y más secreto de tu corazón”.
“Allí ha encendido el fuego sagrado que nadie podrá apagar jamás. Este fuego tienes que alimentarlo con tus sacrificios, ofrendas continuas, amor y disciplina exterior, con todo lo que constituye la vida espiritual”.
“Tienes que estar siempre, continuamente, en presencia de la Divina Madre y mantener con Ella místico consorcio si quieres preservar de verdad la llama sagrada, así como las antiguas vestales tenían permanentemente el fuego encendido en sus templos”.
“En cuanto un pequeño movimiento pasional, un mal pensamiento empaña la pureza de tu intención, se apaga la llama; se llena de humo el sagrado altar de la Divina Madre, que está en tu corazón”.
“Sobre todas las cosas, pues, permanece recogido en tu interior. Ella está allí continuamente, dispuesta a perdonar y a amar”.
“Has cruzado el círculo de fuego y encontrado a tu Amada que te ha dado todo su celeste corazón. Pero ten cuidado de que no venga un amor que no sea El Amor y te haga olvidar a la Santa Madre que está en la helada montaña”.
“¿Dónde permanecerás con más felicidad, riqueza, poder más grande, que a los pies de Ella, junto a Ella, en su tálamo de amor? Deja toda preocupación, atadura, y abandona todo en Sus manos. Ella solucionará todos tus problemas, todos tus males, todas tus preocupaciones”.
“La Divina Madre transformará tu vida. Lo único que quiere es que siempre estés ante su divina presencia, junto a Ella. Todo lo demás es añadidura mental, física, astral, como quieras llamarla, pero añadidura al fin”.
“Lo que jamás terminará, ni te hastiará y cada vez te hará intimar más y más con lo Eterno, es permanecer allí en adoración de amor”.
Las palabras del Maestro penetran profundamente en el alma del Hijo y avivan en su corazón el fuego sagrado. En ese corazón hecho para amar, en ese corazón que lo distingue de los seres vulgares.
Amar, ese es su destino; pero no con el amor instintivo sino el ideal, el que lo acerca a Dios, el que lo devuelve a su prístino elemento, a su verdadera finalidad.
Ése es el destino del ser, gota de agua vuelta al océano, haz de luz confundido con la luz solar.
El alma humana encuentra al alma divina; el amor humano encuentra su único fin: el divino Amor.