Curso XV - Enseñanza 4: Cuadro Imaginativo
Consiste este paso en exponer a la observación y consideración del alma un cuadro que bien puede ser el desarrollo de un acontecimiento ya vivido, escenas que suelen observarse en el abismo o imágenes que hablan de lo divino.
El objeto consiste en despertar en el meditante un movimiento de su sensibilidad, un afecto. La sensibilidad no podrá ser purificada o exaltada por reflexiones de orden moral o por la consideración de problemas generales y comunes a todos los hombres. Ella debe ser puesta frente a circunstancias particulares y tomar, ante cada una de las mismas, una determinada posición.
La realidad interior y la exterior que quiere conocer y dominar debe ser aprehendida en porciones aisladas en cuadros, de manera que frente a cada porción o cuadro se provoque en ella la correspondiente reacción.
El Cuadro Imaginativo proporciona, pues, al meditante sus vivencias para que las vuelva a examinar con su nueva afectividad y partes de la realidad para que se determine afectivamente a su respecto.
No es posible hablar de adelanto espiritual si no se somete al alma al influjo de los diferentes factores de la vida.
En el modo de reaccionar frente a estos factores se controla la mayor o menor serenidad del alma que constituye el índice de su perfección. Lo mismo cabe hacer en el esfuerzo continuado del alma por purificar su sensibilidad. Ha de sometérsela a la contemplación de los diferentes cuadros que ofrece la vida individual y del universo para que, frente a cada uno, la sensibilidad se defina, se cultive, se mejore.
De la perfección del cuadro dependerá el resto del ejercicio; de allí que sea necesario imaginar cuadros claros en sus rasgos, de colores vívidos, de contornos definidos, como para provocar una reacción rápida y categórica.
Las medias tintas, los claroscuros, las líneas esfumadas, las vivencias no traídas con la suficiente sinceridad a la superficie mental y el mundo no contemplado con igual sinceridad, tanto en su aspecto abismal como en su aspecto espiritual, sólo aportan confusas sensaciones e indefinidas reacciones que a nada conducen.
No se tema en exagerar los colores y rasgos; no existe el peligro de adquirir una equivocada o alterada visión del mundo individual y total.
Para que la sensibilidad sea desenterrada, sea movida, es necesario una fuerza sugestiva, suficientemente intensa como para producir dicho efecto. El cuadro poco claro no levanta la sensibilidad. Por otra parte, esbozado el cuadro, es necesario mantenerlo un breve tiempo en la mente para identificarse con el mismo, vale decir, para excluir toda otra imagen de la mente. Si se ve un camino, por ejemplo, ha de estar el meditante tan identificado con esta imagen, que ninguna otra pueda ser intercalada; sólo ha de ver el camino, y tanto ha de insistir en la contemplación de este cuadro hasta que logre poseerlo.
Adviértase una vez más contra el peligro de la verborragia que en el justo afán de esbozar lo más nítidamente posible el cuadro, lo diluye; la imaginación, en vez de mantenerse sobre el cuadro, se va detrás de las palabras.
Hay almas que no encuentran cuadros apropiados para sus meditaciones. Esta dificultad tiene su origen, en primer término, en el afán de imaginar extravagancias. La vida y el universo constituyen cuadros preciosos para ser revisados a la luz de la meditación. Sin embargo, pareciera común a los principiantes afanarse en buscar cuadros irreales, en imaginar bellezas en vez de ver las que abundan donde se posa la mirada humana y en ubicar las fealdades siempre fuera de sí mismos. Responde ello, muchas veces, a una inexacta concepción de lo que es la vida espiritual, a la que se atribuye misteriosas rarezas.
Otras veces la dificultad reside precisamente en la circunstancia de haberse empleado poco la imaginación en la vida. Almas hay para quienes la realidad ha sido tan limitada, tan presionante, que no les ha dado tiempo ni afanes de imaginar o emplear su fantasía para embellecer los contornos de su mundo.
A ellas cabe recomendar el buscar en sí mismas, en la propia historia, elementos que deben ser purificados y en la amplitud divina y belleza de la naturaleza, cuadros proporcionadores de goce espiritual. Mas si esto no fuese comprendido o persistiesen las dificultades por hallar cuadros imaginativos, háganse cuadros simplísimos que contengan tan sólo uno o dos rasgos. Véase un acto de avaricia y despréciesele; obsérvese tan sólo un aspecto de la puesta del sol y gócese de ello.
Los que tuviesen excesivo poder imaginativo tampoco lo empleen en imaginar rarezas o cuadros incongruentes, ajenos por completo a la realidad, puesto que la sensibilidad se negará a reaccionar de un modo adecuado frente a las irrealidades. A cuadros de esta naturaleza les falta poder de impresión, poder de sugestión. Muchas veces con sólo empezar a esbozar el cuadro, como la mente ya sabe el efecto que busca, la sensibilidad se moviliza; persistir entonces en efectuar el cuadro es improductivo. Esto debe señalar el fin del mismo.
Cuando el cuadro ha cumplido su misión de levantar la sensibilidad y disponerla a la transformación, hay que abandonarlo. Archivar cuadros es hacer un museo, y lo que se pretende mediante el cuadro imaginativo no es acumular imágenes, sino provocar oportunidades en las que la sensibilidad pueda ser depurada, elevada y conducida a la concreción del próximo paso de la meditación.