Curso XV - Enseñanza 16: Consideraciones Finales
Se ha insistido en el curso de este trabajo sobre la necesidad de conjugar en el ejercicio de la Meditación Afectiva factores propios del meditante. Vale decir que los cuadros imaginativos sean preferentemente vivencias del ejercitante traídas a luz del escenario mental, que las sensaciones sean consecuencia directa del cuadro, etc.; lo que parecería limitar el método, con exclusividad, a las posibilidades críticas de análisis y de comprensión del Hijo. Ello es cierto porque se conceptúa que no es posible ni se debe ensayar el empleo de otros elementos, hasta tanto no haya sido agotada la exploración del campo propio. Por el contrario, implica restarle eficiencia al ejercicio si se empieza por emplear cuadros extraños y sensaciones irreales, las que en vez de inducir decididamente al meditante al trabajo fecundo sobre sí mismo, lo alejan, haciendo del ejercicio algo propio de los demás y no de él.
Sabido es que también se pueden lograr sensaciones por cuadros imaginativos de contraste. Así la contemplación de un santo, sus virtudes y belleza anímica, pueden despertar en el alma sensaciones de pobreza espiritual y estimular así a la perfección; sin embargo, los primeros años de meditación deben hallar suficiente estímulo en la acción directa. Recién cuando se empiece a escalar alturas afectivas se podrán ensayar todos los medios indirectos para lograr estimulación hacia la perfección.
Además, cabe recordar que meditar no es inhibir las emociones sino trasmutar el contenido emocional que las sensaciones proporcionan. Inhibir no es resolver definitivamente, sino relegar los problemas y conflictos que en el alma se suscitan entre la personalidad y la naciente individualidad espiritual.
No se puede decir que se ha realizado algo o que el alma se ha liberado de algo, mientras no se haya extirpado toda gota de afecto acumulado alrededor de ese algo; mientras el alma no pueda permanecer verdaderamente serena frente al vaivén de las oleadas emotivas.
Compréndase bien, entonces, que el trabajo de la meditación no consiste en una simple moralización o educación moral -que es un trabajo de mera inhibición de emociones-, sino un trabajo de purificación real de la naturaleza sensible del meditante.
Por otra parte, como en la meditación juegan fuerzas y no sólo ideas, es necesario tener cautela en el manejo de esas fuerzas.
La espiritualización de la emotividad mediante la meditación, no constituye un proceso que pueda ser representado por una línea recta trazada desde el incipiente estado espiritual del meditante, hasta la cumbre de la perfección. Por el contrario, dicho proceso se realiza mediante reiterados ensayos de elevación de la emotividad y su descenso al estado habitual. Mientras la sensibilidad se eleva, las potencias inferiores se aguzan para recuperarla o traerla al estado habitual que es su estado de equilibrio orgánico y psíquico. Cuanto más intensamente se estimula a la sensibilidad hacia lo superior, tanto más se acentúa la resistencia de las potencias inferiores.
Por ello se recomienda cierta habilidad en el manejo de esta polaridad sensitiva, haciéndose recomendable aquél dicho de que hay que saber tirar y aflojar; vale decir, que es necesario meditar un tiempo sobre un tema de interés del meditante y dejarlo por otro tiempo, para volverlo a tomar después con mayores posibilidades y mejores efectos.
La ley dual que Dios emplea en el proceso encaminado a espiritualizar Su creación debe ser aquí también respetada.