Curso XV - Enseñanza 14: La Resurrección de Hes
La más sutil vibración, lo potencial, se ha inmolado un día en el movimiento continuo que produce su devenir. Ella mana desde entonces y su emanación es actividad y vida. Todo lo que vive está animado por su potencialidad.
También en el ser humano se halla aprisionada esta divina potencialidad. Desde su corazón Ella preside toda la evolución del hombre.
Se dice por ello que la Madre Hes duerme en el corazón humano, esperando que termine el devenir y la liberación produzca el retorno a Ella.
La meditación sobre la Resurrección de Hes capacita al alma a sintonizar la vibración potencial del Universo mediante la unión afectiva con la Divina Madre Hes.
Existe experiencia en Cafh de esta posibilidad dada a los meditantes a través de este ejercicio.
No se tiene entre la clase intelectual de la Humanidad actual, un concepto cosmogónico de lo potencial del Universo. Si bien se emplea este término en algunos limitados campos de la ciencia, no se tiene del mismo más que una noción elemental carente de proporciones universales. Sin embargo, los Hijos han intuido a través de la meditación y las sencillas explicaciones de los oradores la existencia de lo potencial, y ejercitantes hay que han logrado en la exploración sensible de este aspecto, notables progresos.
Desde luego la meditación afectiva no puede dar, y ello es demasiado, sino una unión amorosa con Hes, vale decir, una introversión tan profunda y tan intensa de la sensibilidad del meditante hasta llevarlo al extremo sutil de la vibración potencial.
El esfuerzo unitivo es aquí dado por la más alta expresión de amor espiritual. El arrobamiento, buscado como efecto, lo indica, puesto que el Arrobamiento es el rapto del amante por lo amado y la Unión ha sido siempre comprendida como la pérdida del ejercitante en el mar de lo Divino.
En esta meditación el ejercitante ha de lograr una introversión profunda, un alejamiento extraordinario de la periferia sensorial. Por ello ya en la invocación ha de elevar su alma a la Divina Madre Hes implorando su contacto. Ruego y no otra cosa puede emplear el humano amante frente a esta Divina Novia sin forma, sin punto de referencia, sin signo alguno asequible por los sentidos. La invocación ha de ser el preludio de toda esta difícil, pero intensamente productiva peregrinación del meditante desde la superficie hacia el lejano centro interior.
No existen cuadros que puedan dar al meditante un punto de apoyo sobre el que pueda fijar la sensación buscada. Nada más que la tumba en la que se imagina que duerme la Madre. Se ha querido facilitar alguna vez la labor del ejercitante permitiéndole imaginar siquiera la luz que irradian los Sagrados pies de la Madre Hes. Sin embargo, para quien se haya ejercitado en esta meditación, este cuadro le resulta alejador de un profundo recogimiento.
Sólo la intuición del hálito de la Madre tras la tapa del sepulcro que separa su naturaleza potencial de toda manifestación activa, puede estimular realmente el grande amor.
De manera que el cuadro imaginativo ha de ser siempre un poco esfumado, sin una concreción de rasgos que estimule a los sentidos, sino de unas características tales que permitan presentir la presencia de la Divinidad en el ambiente del cuadro. Más aún, el presentimiento aludido ha de referirse a una Divinidad serenamente dormida, sin ningún hálito revelador de vida pues sólo así se acercará el meditante solemnemente a la más excelsa vibración potencial, o sea, a la Divina Madre Hes.
El término “presentimiento” se emplea acá en un sentido amplio que puede abarcar también el de la intuición o el del conocimiento, puesto que es el único modo que el alma puede darse cuenta de la presencia de la Divinidad y quedar estimulada por Ella.
El cuadro sensitivo parte, precisamente, del aludido presentimiento. La Divina Tumba del cuadro imaginativo sólo podría proporcionar un gozo de serenidad, propio de la meditación sobre el Velo de Ahehia. Es el presentimiento, se repite, de la Divinidad potencial la que estimula a la sensibilidad y la arroja en el arrobamiento. Este no se logra repentinamente, salvo en los casos extraordinarios. El meditante ha de ir afinando gradualmente el cuadro de sus sensaciones hasta llegar al arrobamiento.
La primera impresión o sensación siguiente al cuadro ha de ser seguramente de una exaltada solemnidad. La magnitud de lo presentido provoca en el alma este choque, esta perplejidad, este afán de arrodillarse respetuosamente y no la disposición al inmediato acercamiento amoroso hacia la Madre. Inmediatamente esta reverente posición anímica cobrará tonos afectivos tan sutiles como grande haya sido la solemne sorpresa, y ya en el terreno de la sensibilización afectiva ésta irá creciendo paulatinamente haciendo palpitar el corazón en la más suave tónica de amor; luego este sutil sentir impregnará la mente y todo el ser hasta el extremo de que el meditante y la Madre sin forma, sean una sola llamarada de amor cuya separatividad tan sólo reside en la mente del meditante, mientras analiza lo que acontece en su interior.
En este estado puede permanecerse un tiempo no muy prolongado, puesto que resulta difícil para quien haya logrado la profundidad requerida en este ejercicio, gustar de salir de este estado para continuar con los pasos siguientes de la meditación.
Como esta meditación no es correctiva ni se puede decir a su respecto que el alma busca otra cosa que no sea el Divino Arrobamiento, es tan sólo con fines educativos que se pueden hacer diversos propósitos, pues el único propósito correcto que aquí cabría sería el de repetir tantas veces esta meditación hasta que el Arrobamiento haga definitiva presa del inflamado corazón del meditante; sin embargo y con fines, como se ha dicho, de educación espiritual es como se pueden hacer otros propósitos más, tales como el de introducirse frecuentemente en el castillo interior para lograr el extraordinario alejamiento de la periferia que esta meditación aporta, o para lograr una introversión tan extrema como ningún otro de los ejercicios de meditación pueden producir. Aún cabría el propósito de dignificarse y de purificarse para merecer el efecto prescripto; pero, se repite, el más correcto propósito es el de amar cada vez más intensamente a la Madre Hes hasta quedar arrobado por su Divino Amor.
Si alguna vez las consecuencias confirman con claridad lo que respecto de su importancia autocognoscitiva se ha dicho, esto se produce indudablemente en esta meditación, puesto que es tan diferente el estado que se logra de los que se obtienen en las demás meditaciones amorosas, que el alma no puede menos que apercibirse sorprendida de las consecuencias logradas. Se puede decir que en este paso de la meditación sobre la Resurrección de Hes el meditante logra no tan sólo una profunda introversión, sino también un conocimiento de esa profundidad que jamás había explorado.
Las consecuencias en esta meditación también pueden aportar la constatación de haberse conseguido una tónica afectiva no sentida antes y diferente, por cierto, de todas las otras que se hayan logrado.
Debe prevenirse al meditante contra la dificultad que suele experimentarse en esta meditación de volver a la superficie. Resulta realmente difícil o displacente salir del cuadro de sensaciones. Por poco hábito que tenga de meditar el ejercitante, una vez lograda la sensación, no gusta salir de la misma; pero no debe olvidarse que se esta realizando un ejercicio cuyas diferentes partes deben coordinarse para lograr un efecto determinado y la voluntad debe intervenir, entonces, para sujetar la desbordada sensibilidad y obligar a la misma a encauzarse en el canal de los propósitos. Asimismo, cabe prevenir contra la tendencia natural de caer nuevamente en las sensaciones cuando se analizan las consecuencias. Estas tienen un fin diferente y deben ser mantenidas dentro de los límites que conducen a dicho fin.