Curso XV - Enseñanza 13: El Velo de Ahehia

No es posible afirmar por cierto que la faz purgativa de la meditación es restadora del mal existente en el alma y que la faz amorosa es el aspecto positivo del trabajo o sea el aspecto constructivo, puesto que uno y otro son indispensables para el logro de los objetivos espirituales.
Antes de empezar a edificar es necesario preparar el terreno y los cimientos. La meditación purgativa prepara el terreno, la meditación amorosa levanta el edificio.
La meditación sobre el velo de Ahehia implica el comienzo del trabajo definitivo y directo de la construcción espiritual.
Pero, ¿qué simboliza el Velo de Ahehia?
Ahehia es la Madre Divina del Universo en su aspecto activo y dinámico, es el primer motor, es la ley primera, es el foco vibratorio del que emanan todas las radiaciones del trabajo y vida del Universo; toda la frecuencia vibratoria, lenta o veloz, está implicada en el foco del que emana, y Ahehia es ese foco.
Ella está presente en toda manifestación que no sea potencial, por eso se la simboliza con una figura de Divina Mujer que ininterrumpidamente bate un tamborcito, imagen de la vibración. Ahehia está entonces, en todas partes y su vibrar llena totalmente el Universo.
Sin embargo, a los ojos del hombre y del meditante, Ella está velada, puesto que no se percibe o se excluye su presencia envuelta en la manifestación secundaria. Así se admira, por ejemplo, la naturaleza, sus leyes inteligentísimas, sus poderes de renovación, su inigualable colorido, su música maravillosa, pero no se percibe en todo esto el aliento de la siempre despierta Madre Ahehia.
La meditación sobre el Velo de Ahehia tiende a lograr una identificación afectiva con la divinidad mediante la introducción al alma, a través del gozo, del amor divino, que es la expresión más excelsa de dicha divinidad. Por otra parte, habitúa al meditante a hallar a la divinidad en todas las cosas, en el primer plano, el más cercano al alma, y no en la racional deducción de su presencia en los planos secundarios y remotos.
Por eso el efecto buscado, o sea el gozo, no ha de ser una mera emoción más, una común emoción placentera, sensación que podría dar la admiración de la naturaleza, sino el gozo espiritual que sólo puede dar el aspecto divino que anima la naturaleza.
Es bien difícil, por cierto, explicar y prescribir al meditante la adecuada sensación del gozo espiritual; todo cuanto se diga al respecto siempre ha de ser una explicación deficiente; sólo la experiencia revelará al alma la tónica del gozo espiritual. Digamos, no obstante, a fin de dar una explicación aproximada de la naturaleza de esta sensación, que ella es más sutil y más plenificadora que el placer intelectual. Muchas veces una comprensión repentinamente lograda en el alma, ya sea a través de la lectura o de la simple reflexión, suele depararnos un placer elevado, del que no participan de modo alguno los sentidos, como si la sensación agradable se hubiese producido tan sólo en la mente y hubiese alegrado tan sólo el corazón.
El gozo espiritual es mucho más sutil aún, el primero es un gozo alrededor del algo concreto, como lo es un conocimiento, una revelación espontánea. Extremando el afán de definir diríamos que el gozo intelectual es una sensación localizada. El gozo espiritual carece de esta limitación, impregna toda el alma y comunica calor a todo el ser.
Es claro que resulta difícil al ejercitante lograr de primer intento este efecto tan maravilloso, por ello ha de ser elevado paulatinamente a través de una graduada capacitación para el gozo espiritual, como lo veremos seguidamente a través del comentario de los pasos de este ejercicio.
La mejor invocación que puede hacerse para la búsqueda del gozo espiritual es la dirigida directamente a la fuente de todo gozo que es Ahehia, y no solamente hay que rogarle, sino que hay que repetir reiteradamente su nombre a fin de que el mismo vibre y asocie su divina esencia en los pasos siguientes.
Muchos, por no decir innumerables, son los cuadros imaginativos apropiados para esta meditación. Basta con decir que Ahehia está presente en toda la manifestación para darnos cuenta de cuán fácil es su hallazgo; sin embargo, por razones de orden técnico es necesario ir llevando al alma desde la más fácil percepción de la presencia divina -la observación de la naturaleza- hasta la más interna, sutil y espiritual identificación con la misma. Por ello hay que empezar con los cuadros accesibles al gozo, los que de por sí proporcionan placer espiritual, como lo son los cuadros de la belleza natural o de la inmensidad de ciertos aspectos de la manifestación, como podría ser la contemplación del océano o de cielo infinito, pero advirtiendo siempre que lo que debe proporcionar la sensación no es la manifestación en sí, sino la presencia de Ahehia detrás de la manifestación.
Y antes de que el alma se habitúe a este fácil hallazgo es necesario pasarla al gozo espiritual en el aspecto no placentero o sea aquello que naturalmente no proporciona placer, tales como la observación de la muerte de la naturaleza, los aspectos deprimentes de ciertos climas, los caracteres molestos de las lluvias, tormentas y nevadas. En todos estos aspectos el meditante ha de habituarse a encontrar la unidad de Ahehia, su aspecto siempre constructivo y gozar plenamente.
Más tampoco ha de detenerse allí la búsqueda del gozo espiritual. Vasto es el campo sobre el que aletea el espíritu de Ahehia y una vez que el alma se ha acostumbrado a hallarla en los cuadros de los aspectos placenteros e implacenteros de la naturaleza ha de pasar a buscarla en su interior, estableciendo una afinidad personal entre la Madre Ahehia y él mismo.
Aún para lograr este contacto íntimo se suelen observar algunos pasos. Así ha de empezar el meditante por ver, oír o gustar de Ahehia en una forma de Mujer, Madre o Entidad, establecerá un nexo y tras de gozar de esta presencia exterior a él, a través de los sentidos todos, recién pasará a la percepción interior de Ahehia sin forma, tratando de gozar de su naturaleza espiritual sin contaminación sensorial.
Y como Ahehia abarca toda la manifestación activa, también es posible gozar de Ella a través de la intuición de sus atributos. Admírese su omnipotencia, gócese de su omnipresencia, encandézcase la mente con su maravillosa omnisciencia, y el gozo espiritual más puro llenará el alma de la Divinidad de Ahehia.
La sensación también ha de ser gradualmente lograda; el meditante ha de capacitarse en la experimentación del placer espiritual. No se busque en esta meditación emociones perceptibles, superficiales, ni se esfuerce el meditante en verificar si se ha producido o no la sensación en su alma. Generalmente es una sensación desconocida que no hace acelerar en forma intensa el agitado latir del corazón, dada su sutilidad, ni proporciona placer a los sentidos.
La capacitación será dada por la escala de los cuadros que se han descripto más arriba. Cuanto más espiritual el cuadro, cuanto menos accesible a los sentidos y más al alma la Presencia de Ahehia, tanto más intensa y más espiritual será la sensación.
Recuérdese que no es la blandura emotiva lo que se busca sino la sintonización de la sensibilidad superior con el vibrar cósmico de la Madre Ahehia que es sinónimo de gozo para el hombre.
Los propósitos en esta meditación no pueden consistir más que en la decisión de unirse a Ahehia, gozando de su Divina Presencia detrás y en todo lo manifestado.
Las consecuencias deben afirmar el ensanchamiento del alma por el gozo espiritual, la Unión de la Madre Ahehia a través de la percepción y el sentir obtenido en este ejercicio unificante.
La experiencia que a través de los años recoja el meditante le confirmará en el alma esta verdad. Ahehia es la Madre del Universo, es la manifestación activa de la Unidad, su realización por el hombre es dada por el gozo que proporciona esta meditación.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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