Curso XV - Enseñanza 11: El Estandarte
En la observación del proceso espiritual de las almas se nota, generalmente, que llega un instante en que el entusiasmo por la purificación merma y el meditante es detenido en la repetición inconsecuente de cuadros imaginativos que, por lo repetidos, ni avivan entusiasmos, ni hacen avanzar al alma en el aspecto purgativo ni en el proceso espiritual en general.
Los directores suelen, entonces, apartar al meditante de la depresión causada por el largo ejercicio purgativo, para encender nuevamente en su interior una llama, algo que la mueva con nuevos bríos, a la búsqueda interior de la gracia de la Madre.
La meditación sobre el Estandarte cumple este fin y otro más.
Pareciera a los ojos del novicio que toda su vida espiritual ha de consistir en aborrecer sus pecados, que se multiplican a su vista cuanto más medita, y de huir del mundo cuyos males continuamente se agigantan en su mente haciéndolo casi inhabitable.
¿Y la Divina Promesa? ¿Y el amor tantas veces soñado? ¿Y la revelación de los misterios tantas veces prometida? Todo parece alejarse cada vez más del alma ensoñada como un ideal frustrado.
Es necesario entonces devolver al ejercitante su primitivo querer y encender en su interior, una vez más, el fuego sagrado.
Es preciso, además, hacer que él mismo tome en sus manos el mundo de los valores y elija entre ellos; que se transforme en alguien que decide y resuelve su destino.
Esta meditación y su efecto, la elección, conducen a ello.
Para quien haya estado sumido en una continuada purgación y haya buscado el aislamiento interior como huída del abismo, el Estandarte implica la elevación de sus ojos hacia la luz, significa huir de su mundo ensombrecido en pos de la radiante luz del espíritu, que el Estandarte majestuosa y amorosamente comunica.
Esta meditación es un revivir, y tal es la disposición anímica con que ha de ser comenzada. Es el primer contacto del amargado ejercitante con la dulzura divina, es el cambio de la oscura pantalla de la Dama Negra, por el rojo color de la dulcemente tierna Anhunit.
La invocación ha de ser primer coloquio, exento de quejas, entre el meditante y la divinidad. Ha de ser la primera proyección de las fuerzas del alma hacia arriba, en un tono juvenil y vibrante; ha de ser como cuando la primavera asoma y la verde hierba surge de la negrura de la tierra a la luz y el calor del suave sol.
Ha de pedirse en la invocación una perfecta elección, porque tras de las amarguras experimentadas, nuevas posibilidades se han descubierto en el alma, debiendo ella decidir entonces el camino que ha de elegir para su culminación. Cuando recién empezó su actividad purgativa, un solo mundo sin posibilidades de elección se exhibía ante sus ojos: el del Abismo dominado por la Dama Negra. Pero, tras de un prolongado batallar con este mundo, un nuevo estado ha surgido en el alma, expresado por su añoranza de algo más, de algo diferente, su nostalgia del primer amor.
La elección ha de determinar bajo qué forma vocativa ha de realizarse la plenitud de ese estado.
Mientras la muerte purgativa prevalecía en el alma, la vocación ni había surgido, ni tenía fuerza para hacerlo. El meditante dormitaba sobre su propia imperfección. Mas llega un instante en que la vocación abre brechas de entre los muros de la oscuridad, cuyos cimientos tiemblan bajo el martillar purgativo, y burbujea entonces pugnando por salir; no es una inclinación definida, sino un primer afán de respirar aire divino, es un querer sin saber qué. La meditación sobre el Estandarte ha de tomar esta principiante fuerza vocativa y proyectarla, mediante la elección, hacia la Divinidad.
Muchos son los objetivos espirituales que suelen llamar la atención del meditante para que aplique sobre ellos su vocación, pero ha de ser el prolongado ejercicio de Meditación sobre el Estandarte, el que le dará el conocimiento de su propia vocación y la orientación consiguiente para sacarla a flote. Es por ello que las primeras elecciones han de tener por fin objetivos amplios, de manera tal que la sensibilidad del ejercitante no se vea llamada para ser aplicada sobre muchos objetivos de entre los cuales no sabría aún elegir debidamente. Las primeras elecciones deben llevar la fuerza vocativa hacia la Madre, su amor, su estandarte, su corazón, su armonía, etc., y cuando se haya avanzado y afirmado la vocación en este orden, podrá buscarse entonces objetivos menos amplios pero más apropiados a la naturaleza vocativa del alma.
Muchas veces los ejercitantes se quejan de que ya han elegido una y mil veces y que por consiguiente encuentran inapropiada para ellos esta meditación; sin embargo la vocación genuina del alma demora mucho en ser depurada en su naturaleza meramente entusiasta, para constituirse en la expresión neta, única verdadera y trascendental; una cosa es la vocación espiritual en general y otra cosa es la vocación peculiar de cada uno, y este proceso de búsqueda de sí mismo, que es la búsqueda de la vocación, es largo y trabajoso. No se aflijan, entonces, los meditantes, si año tras año se ven precisados a cambiar de elección, a elegir nuevamente y cambiar de objetivo, puesto que lo harán cada vez con mayor aproximación a la naturaleza incontenible de su propia vocación.
Cuanto se ha dicho aquí constituye acopio suficiente de elementos para la invocación a los cuadros imaginativos de este tipo de ejercicio. En el cuadro sensitivo ha de describirse cómo ha actuado y qué efecto ha producido sobre el meditante el cuadro imaginativo; ha de establecerse el estímulo sentido, para sacar de allí fuerza para los propósitos, y ha de conseguirse una vigorosa y clara elección, efecto suficiente para producir en las almas lo que se ha establecido como objetivo de la meditación sobre el Estandarte.