Curso XIV - Enseñanza 13: La Contemplación
La Contemplación es el paso definitivo que da el alma desde la Ascética a la Mística.
Se le llama Ciencia Secreta de Dios y Don Divino porque a esta altura del desenvolvimiento espiritual el alma es directamente ilustrada por los Maestros; por esto mismo algunos creen y aseguran que ella es un don, una gracia que sólo tienen determinadas almas privilegiadas y que no todas, ni aún las muy adelantadas, pueden pretender llegar hasta aquí. Nada más equivocado; todas las almas están llamadas al camino de la Contemplación, pero tienen que esforzarse y luchar constantemente para llegar a este estado, porque la Contemplación es un resultado invariable al que se llega por la práctica constante de los ejercicios de Meditación y Concentración y de las virtudes dictadas en el Desenvolvimiento Espiritual.
La oración continuada, la práctica de las virtudes, el autocontrol que determina la Vida Interna es el esfuerzo ascético que prepara el alma para obtener como resultado el don místico de la Contemplación.
La Contemplación, al libertar al ser de los lazos de la separatividad, hace que éste, por un conocimiento amoroso de la Divina Presencia, se sienta de tal modo habitado por Ella que quede todo transformado. El alma, por un esfuerzo volitivo y un conocimiento más amplio de sí misma, vuelve a la Unidad Esencial, a la Conciencia Cósmica.
Este estado no se consigue plenamente en un solo momento. A veces, durante las horas de los ejercicios o también durante el día, el alma se encuentra como raptada, como suspensa, toda puesta en Dios, con un gran Amor y recibiendo luces de extraordinario conocimiento. Esto, aparte de ser muy breve, a veces no sucede sino muy espaciadamente. No por eso hay que dejar los demás ejercicios, ni creer que se haya alcanzado la finalidad perseguida; suelen tardar mucho tiempo las almas antes de llegar a una perfecta Contemplación. Pero esos breves raptos dejan al ser tan fuertemente impresionado, que por lo general su Meditación consiste exclusivamente en volver a pensar en aquellos dichosos momentos. Todos los ejercicios, por elevados que sean, no dejan al alma una verdadera satisfacción interior. A veces, hasta las visiones astrales le resultan molestas, porque únicamente desearía estar allí quieta y únicamente con Dios.
El estado de Contemplación como resultado, por pequeño que sea, concede un extraño amor a las virtudes; el ser las practica tan espontáneamente que ya no le cuestan trabajo y son como su segunda naturaleza. Es como si la Divinidad llevara el alma de la mano y la hiciera ejecutar siempre lo mejor.
Pero la mayoría de las veces, después de un tiempo prudencial el alma queda conquistada definitivamente; su oración es pura Contemplación. Sin querer, hasta en la hora que no es de ejercicio, ella se queda absorbida en Dios y, cuando no siente un goce manifiesto, la desolación de hallarse separada del Sumo Bien la une también a Él por el gran dolor y tormento que experimenta.
A las almas que empiezan el camino espiritual, les parece esto muy difícil de alcanzar; pero es todo lo contrario. Una vez que se entreguen a Dios con sinceridad y empiecen a encontrar deleite en las cosas espirituales y en la oración, verán que éste es el único bien y la única aspiración a la cual pueden tender: encontrar a Dios, hacer del alma un Templo para morada de la Divinidad.