Curso XIII - Enseñanza 13: Las Sensaciones
Las sensaciones son un efecto directo del cuadro imaginativo. No siempre es posible lograr emociones intensas, ni es la finalidad del ejercicio, pero sí hay que tender hacia un estado mental sentimental cada vez más puro y elevado.
La intensidad de las sensaciones logradas está de acuerdo con el tipo de sensibilidad de cada alma, pero siempre depende directamente del cuadro imaginativo.
El cuadro imaginativo es generalmente objetivo, aún cuando el que medita participa de él. Por ejemplo, en una meditación del Velo de Ahehia se la ve recibiendo la bendición “Veo que recibo la bendición; gozo con ella”. Ese goce es un goce por consideración, pero no por participación. Entonces no puede ser genuinamente una sensación formada por el intelecto.
Se produce lo siguiente: “Veo que recibo la bendición; sé lo que es una bendición y sé todo el bien que de ello saca mi alma. Doy gracias por poder recibir la bendición; me alegro por ello; gozo con ella”.
Es claro que no se razona así, pero la consideración existe, es casi instantánea. Aunque luego se diga que el alma se expande por la bendición o en ella, eso no es más que un modo de discurrir. Se sabe que en realidad “tendría” que gozar, expandirse, vivir esa bendición.
Se confunde la sensación con la consideración de la sensación. Lo mismo sucede en las meditaciones purgativas; “Veo que tengo un mal sentimiento; lo aborrezco”. Pero ese aborrecimiento no es tal; es el razonamiento de que no es un buen sentir, que es algo malo y dañino que “tendría” que aborrecer. Eso quiere decir que el cuadro fue presentado a la consideración y no fue realmente un cuadro total.
Los efectos sensitivos pueden producirse rápidamente y ser más profundos si en el cuadro no hay dualidad: “recibo la bendición” en vez de: “veo que la recibo”; y tratar de percibir, de penetrar, de sentir en las células y el corazón, esa fuerza divina que viene al alma. Cuando se es capaz de percibirla el gozo viene solo porque es la expansión lograda con el contacto divino.
En el cuadro de aborrecimiento no sólo ver la mala actitud, sino esforzarse por tomar conciencia al mismo tiempo de la oscuridad, la ignorancia y el alejamiento de Dios que eso significa. En vez de ver solamente, se percibe a través de todo el ser esa acción; se empieza a conocer lo terrible del estado de conciencia de separatividad, mal y dolor; y cómo sin buscarlo se hace paralelo con el estado divino de bien y felicidad, se aborrece, no sólo con la consideración sino con todo el ser.
Las sensaciones muy vivas suelen ser las más superficiales; las más hondas y reales requieren más silencio. Las grandes emociones son pasajeras. Las aguas profundas no turban la superficie. La “totalidad” de la experiencia no depende de la intensidad marcada por la palabra sugestiva, sino de la identificación entre sujeto y objeto que da el conocimiento total del estado que se contempla. En esta forma la meditación se transforma en un verdadero descubrimiento y en vez de ser una experiencia repetida, es una experiencia dinámica.
Este tipo de cuadro imaginativo depende de las características individuales. Las personas emotivas necesitan cuadros cortos, sin entrar en detalles. Evitar las sensaciones dentro del cuadro, buscar la objetividad, no diluirse en muchas palabras descriptivas, no provocar una intensidad exagerada ni demasiados matices emotivos. Buscar una sensación simple, única y ganar profundidad.
Muchos tienen dificultad en lograr las sensaciones por falta de imaginación para hacer el cuadro. Generalmente, cuando dicen “veo” no ven. Hacen cuadros verbales y logran sensaciones verbales. Conviene que tiendan a cuadros subjetivos, pasando primero por cuadros anecdóticos de sus experiencias más marcadas.
Los muy intelectuales deben evitar las abstracciones y razonamientos. Conviene una sencillez casi infantil en los cuadros, si es posible totalmente objetivos y descriptivos. Una vez purificado así un intelecto pueden pasar a cuadros subjetivos, primero sensibles, luego más abstractos.