Curso VIII - Enseñanza 2: Vida Interior
Para actualizar la vida del Espíritu en el alma es indispensable que el hombre se reconozca a sí mismo profunda e íntimamente.
Dice el Obispo Silesius: “Aunque Cristo nazca en Belén mil veces y no dentro de tí, tu alma estará descarriada. La Cruz del Gólgota tú buscas en vano a menos que se levante en tí mismo”.
El germen de la Eternidad está en el alma, en la Intimidad interior del Ser. Cuanto más el alma se aparta del bullicio exterior, más se clarifican en ella los pensamientos y los sentimientos verdaderos.
El mundo corre vertiginosamente hacia la cumbre de la Divinidad Intelectual pero ¿qué encontrará en esa cima cuando ya todo lo posea y ya nada podrá abarcar?
Es indispensable que unos pocos hombres no se dejen arrastrar por el torbellino grandioso del progreso humano y permanezcan en sí desenvolviendo su vida espiritual, porque los hombres, máquinas pensantes, no podrán seguir sin la luz de la vida espiritual.
Si bien hay muchos movimientos espirituales en el mundo son, sin embargo, muy pocos aquéllos que los realizan. Todos los discursos, los libros, las prácticas son vanas y cansadoras si el alma no practica de por sí la vida espiritual, y esto es imposible si el ser no se recoge íntimamente en sí y no experimenta al vivo las enseñanzas recibidas.
En la intimidad el hombre vuelve a encontrarse a sí mismo, vuelve a pensar, a intuir, a amar y a buscar a Dios sólo. Aún más, descubre la verdad absoluta y única de que este Dios Ignoto tan buscado y tan poco conocido, tan ser vivo y tan abstracto al mismo tiempo está allí, palpitante y alerta en el secreto del alma. Sólo allí está Él y sólo allí encuentra el Ser las palabras divinas que comunican a la Humanidad con la Divinidad.
Estos conceptos resultan difíciles de ser comprendidos a pesar de ser tan simples porque la generación actual está educada para la acción intensiva, para el movimiento continuo, para el resultado práctico e inmediato.
Pero de verdad, hay unos pocos que escapan a esta corriente y aprenden el valor de detenerse para mirar, aún un solo instante dentro de sí.
Descubrirse a uno mismo es haber encontrado el Buen Camino de la Vida Interior.