Curso VII - Enseñanza 5: La Participación
El objetivo del camino espiritual del Hijo es la participación a la Gran Obra, a través de cuya tarea se logra la Unión Substancial.
Participar significa tener parte de una cosa o tocarle algo de ella.
Ese doble concepto de tener parte y tocarle algo aclara el sentido dual de la participación y se refleja vivamente en el aspecto de la renuncia como participación.
Tener parte es el aspecto activo de ella; tocarle algo, por no decir recibir, el pasivo.
A través de la renuncia el Hijo toma parte en una labor espiritual universal y recibe, es decir, le toca como fruto, bienes espirituales que en última instancia liberan al alma.
La renuncia como participación es entonces una actitud dinámica positiva y estática negativa a la vez. Implica un esfuerzo y relajamiento; es voluntad y conciencia, un dar y recibir.
Este concepto está claramente expresado en la bendición ritual que se formula para que los Hijos participen a la Integridad de la Gran Obra, aspecto positivo de la participación; del Poder de la Gran Corriente, aspecto unitivo, divino-humano; para lograr la Unión Substancial con la Divina Madre, aspecto pasivo, divino, fruto graciosamente concedido.
La participación que da la renuncia se nos aparece entonces como un movimiento, el Ired, que eleva el alma hacia Dios para descender luego hacia los hombres, llevando el mensaje de la Divina Madre.
La participación es proporcional a la renuncia e inversamente proporcional al esfuerzo que el Hijo aun aplica para mantenerla. El alma que ha traspasado el umbral del deseo y conquistado la perfecta renuncia, navega en el seno de la eternidad como una estrella del firmamento y posee la participación plena en perfecta armonía de sus valores divinos y humanos.
Recuerden sin embargo los Hijos que para ello es necesario conquistar también aquella fracción del Poder de la Gran Corriente que simboliza las limitaciones humanas.
Se comprende entonces que para participar plenamente, para lograr la Unión Substancial es necesario participar a la Integridad de la Gran Obra, es decir, dar todo, renunciar a todo, participando simultáneamente al Poder de la Gran Corriente, con el cual el Hijo se convierte en canal de la Voluntad Divina.
La participación depende pues de la entrega íntima del ser.
Los votos marcan potencialmente el progreso de esa entrega y reflejan la responsabilidad consciente que el Hijo está dispuesto a asumir.
Dicha responsabilidad se asume pública y no sólo íntimamente, por lo cual se descubre que dicha responsabilidad no sólo se contrae frente a la Divina Madre, sino también frente a la Humanidad, a la vida que es la Gran Obra.
La renuncia es entonces el método, la ascesis trascendente divina de la plena participación. Abarca todos los aspectos tangibles e intangibles del hombre.
La renuncia como participación a la vida es renunciar a los sentidos, al saber personal, a los propios gustos mentales, a una realización determinada.
Al derribar las barreras del deseo se participa de los sentimientos, del saber y de los gustos de toda la Humanidad, y se participa de la realización de toda ella.
Sólo entonces el Hijo se convierte realmente en Hombre, que participa de una evolución cuya causa y última finalidad trascienden sus posibilidades anímicas.