Curso VI - Enseñanza 10: Obras de Amor - 1956
El amor de la Divina Madre ha de mover todos los actos de los Hijos de Cafh.
Con ese único sentir han de renovar ellos todas sus vidas.
Y esta labor divina de amor ha de empezar en el pensamiento.
La raíz de lo que determina los actos debe ser conocida y orientada. Todos los pensamientos corrientes deben ser sustituidos por pensamientos emanantes, expansivos.
Si el alma se determina por el amor todo está sujeto al amor y el amor que se da a los seres no es un esfuerzo que se da como algo desvinculado del alma misma, sino es el amor en sí. El amor que se traslada, que se reparte, que se limita, que va y que viene, que es algo, algo fuera del amor mismo, no es amor.
El amor es un acto en sí que se expande de sí y se contrae en sí, es el amor mismo; es el Amor de la Divina Madre.
Pienso en el amor, obro en el amor, vivo en el Amor de la Divina Madre.
El amor como expresión del pensamiento vivo borra las diferencias anula los prejuicios, desata los nudos de diferenciación.
El amor fuente del pensamiento ve a todas las almas que deben ser amadas como si fueran él mismo.
No hay problemas de amor de uno a otro, sino problema de amor en sí: es el Amor de la Divina Madre. Entonces el acto de amor se transforma en un acto de amor en sí, en un acto de amor puro.
Las diferenciaciones de los seres que les aportan tantos dolores y sufrimientos no son más que abusos de amor; querer ayudar a otro, querer aliviar los males, querer solucionar los conflictos, querer salvar lo que está perdido, todo es vano.
El amor que se traslada, que diferencia amado y amador es vano, es otra fuente de dolor y de penas infinitas.
El amor de la Divina Madre es el único amor que borra todas las penas, todos los dolores, todas las amarguras porque es el amor en sí.
Él es la expansión de la pena del alma, del problema del alma, de la separatividad del alma.
El amor de la Divina Madre no es dos, no es llegar a terminar, no es amar y ser amado, no es sufrir y gozar del dolor y del placer ajeno, no es ir y venir, no es empezar y terminar; el amor de la Divina Madre es siempre el amor, es el Amor en sí.
Si amo a otro me amo a mí mismo, si sufro por otro sufro por mí mismo; su amor y su dolor es el mío, pues no hay dos amores.
Mi amor no ha de solucionar por amor el mal de nadie, sino mi propio mal.
El amor de la Divina Madre es el punto de la solución de todos los problemas, de todos los males.
Amo y me aman y este amor da vida a otra fuerza de amor que quiere vivir y sobreponerse a los dos amores que la han generado.
El amor de la Divina Madre ama simplemente, se da a los otros en sí; la intensidad de amor que se expande no va a otro sino se revela simplemente.
Un amor pequeño soy yo que se expande y se va reconociendo en su expansión; yo soy la otra alma, yo soy las otras almas, yo soy el cielo de almas, yo soy todas las almas.
El amor no viene a mí ni yo voy al amor.
Todo el amor de las almas es mi amor y ellas todas están en mí.
El más pequeño dolor de todo ser viviente es mi dolor, y toda pena y separatividad del universo es mi amargura y soledad.
Yo soy el amor, el amor soy yo.
Este sólo es el amor de la Divina Madre.
El amor de la Divina Madre ha de mover todos los actos de los Hijos.
Ha de surgir del pensamiento como un reconocimiento de expansión de todas las almas en el alma del Hijo y ha de expandirse como un sentir único, completo, absoluto, simple, sin dualidad, sin compuestos, sin principio y sin fin.
El amor de la Divina Madre es el Hijo y el Hijo es el Amor de la Divina Madre.