Curso IX - Enseñanza 8: La Renuncia como Ascesis
Trataré el problema tan importante de la ascesis. La lectura de libros y de experiencias realizadas no ha hecho otra cosa que mezclar conocimientos teóricos, prácticos y personales que traen evidente confusión en las almas.
La dirección de las almas, misión trascendental de los Hijos Ordenados, obligó a realizar muchas experiencias y lecturas, para poder canalizar en ellos la orientación definida y cierta del significado de ascesis. Es necesario, entonces, que los Superiores tengan una idea clara de los que es ascética.
La ascética se vive o no se conoce.
Es un don intrínseco de las personas.
Todas las teorías son dañinas, sacramentalmente diríamos diabólicas, y llevan a la destrucción física y mental de quienes las practican. Alejemos a los Hijos de toda práctica que no esté controlada por los Superiores.
Soy de opinión, hoy, qué bueno sería quemar tanto libro que habla de ascesis, porque llevan el mal al alma. Sin embargo, hay aspectos ascéticos que bien dirigidos guían al alma hacia su definitivo fin. Sin “gurú”, opinión sensata hindú, no puede empezarse ningún ejercicio ascético.
Revisemos la historia, y estos elementos de juicio que exponemos se pondrán de manifiesto.
Tenemos la gran figura de Sri Aurobindo, gran hombre de ciencia, gran sanscritista, de cultura orientalista sin comparación. Empieza su camino ascético basado en la gran verdad: Si el hombre participa de un principio divino, tiene posibilidades divinas. Dura veinte años su ascesis; luego abandona todo y comienza a tener discípulos, practica el absoluto silencio, crea una ciudad donde deben morar sus fieles discípulos, y actúa frente a ellos por intermedio de su esposa (israelita, anteriormente desposada con Richard, su principal discípulo), que es por ello llamada Madre. Él, sólo una vez al año se muestra a sus discípulos físicamente y por breve espacio de tiempo. El 1950 muere y queda el gran interrogante: ¿Su ascética tuvo éxito o fue un fracaso? No venció a la muerte; ningún escrito lleva en sí la fijación de la fecha de su muerte.
Vayamos más atrás, citemos a ese gran cantor de la inmortalidad del ser humano: Vivekananda. Afirma las posibilidades del ser a través de la práctica de la yoga. Un día ante un shock diabético muere, quedando el gran interrogante sobre su ascesis. Tenía treinta y nueve años; sus escritos no mencionan su fecha de muerte. Su ascesis no logra para él el mensaje de paz que trascienda su vida física. Sus discípulos le honran por su muerte extática, pero he aquí la duda de que la insulina en la sangre provoca la muerte cataléptica, y su shock diabético parece afirmarlo. Su ascesis logra el vigor de una gran parte de su físico, pero el mal se anida en lo íntimo, sin permitir el conocimiento por la práctica del ejercicio ascético. Se entiende que en este gran ser, no es discutible su gran obra realizada, sino que sólo se está analizando su método ascético que sirvió para la práctica de su ejercitación, tan valorada por él.
Viajemos más hacia el pasado. Tomemos la gran santa y gran mujer Santa Teresa. Describió en sus prácticas ascéticas todos los pasos de la elevación del alma, narró con precisión las emociones registradas; sin embargo, en tal gran ser tampoco sus escritos revelan alguna vez la fecha de su muerte. La acción médica al estudiar su vida prefija un carcinoma en la matriz, y es por la hemorragia constante de su flujo que abandona su estado terreno. Interrogante: ¿Murió de éxtasis, o de cáncer?
Reconocemos en el ascetismo una fuerza, un poder en movimiento, pero no sabemos si es de resultado efectivo.
Mi propia experiencia personal me dice que la práctica de los ejercicios ascéticos no han añadido ni un gramo a la virtud, es decir, a la permanente riqueza anímica.
El 17 de septiembre de 1934 realicé el ejercicio de enviar el Kundalini hasta el centro coronario, pero este ejercicio necesitaba constancia para su realización. Si se le descuida pierde paulatinamente el resultado. Parecería que fuera algo obligado para el ser, ya que no se acomoda con su natural disposición para hacerlo permanentemente. Es verdad que este ejercicio me sirvió para la creación de Cafh en América, pero el ejercicio en sí no mejora mi valor espiritual. Es verdad que es fácil volver a esta ejercitación por la experiencia recogida, pero esto confirma la no permanencia natural en el ser de la práctica realizada.
Practiqué largos años abstinencia de comidas, ejercicios respiratorios, de posturas, etc., pero sólo conseguí efectos mientras hacía su ejercitación, y no dudo hoy en afirmar que por ello no añadí ni un gramo de humildad que disminuyera la soberbia de mi ser.
En 1936 hice ejercicios de transporte a planos inferiores, y los repetí posteriormente. En 1944 en viaje a Tucumán reproduje los dolores de un gran ser: viví la corona de espinas, el dolor de las llagas, etc. Pero queda siempre el gran interrogante: ¿Cristo viene a mí, o es que soy yo en el ejercicio concentrativo que voy a Él? Lo mismo podría decirse de Santa Gemma Galgani, Teresa Newman, etc. ¿Es su ascesis que les provoca el acercamiento y esto dura el período natural en que volitivamente nos adiestramos para ello, o es el Gran Ser que desciende en gracia a nosotros?
El ascetismo es una fuerza, una potencia, pero no es natural al ser humano. No se gana a través de ella un gramo de virtud. Entonces ¿Es bueno o malo el ascetismo? ¿Es útil o no su práctica? Debe ser bueno, debe tener un valor; lo que sucede es que todavía el hombre no sabe manejar esta fuerza. Hay una potencia en el ascetismo que todavía no la sabe dominar. Lo mismo que les pasa a los hombres de ciencia con la energía atómica, que con sus ejercicios destruyen y no dominan la fuerza del átomo.
Otro ejemplo: El Hata Yoga. Un gran deportista vence al cuerpo físico y, sin embargo, no gana nada de espiritualidad. Si son personas de poca inteligencia lo siguen siendo. Producen un cuerpo perfecto, pero lesionan algún órgano. La parte negativa física se esconde en algún órgano y lo destruye. Yo también paralicé el pulso y corazón por un minuto, pero tales ejercicios no me dieron sino sólo experiencia.
Se podría decir que hoy no existen epidemias, pues hay vacunas para todas ellas. Ya ven, sin embargo, la raíz negativa del mal (en la poliomielitis) se esconde en los países más civilizados, en lo más profundo del ser, su columna vertebral.
El desconocimiento de la potencia ascética hace que siempre estemos dando manotones al azar.
Por todo ello el ascetismo, teniendo que definirse entre si es útil o dañoso para la perfección del ser humano, al día de hoy no obliga por su daño.
Pero hemos debido experimentarlo para conocimiento y ser guías de almas; no como un don, sino como un castigo.
Es necesario, Hijos, adquirir primero la pureza interior espiritual, antes de querer dominar por el ejercicio ascético potencias que sólo se dejan dominar por el puro de corazón.
Pero entonces, ¿cuál es la ascesis de Cafh? Aquella que no nos ha de dañar, la que ha de ser una preparación de los Hijos para la nueva era, el nuevo mundo atómico.
La Divina Madre me dio la contestación: “La ascética de Cafh es de muerte, es ascética de no-poder, de paciencia, de rutina, de arraigo, de inercia activa, de aburrimiento, es de desconocimiento. Todo esto para lograr un vislumbre de paz”. (Deposita tu cerebro en el centro de tu corazón).
Esto es lo que debemos confiar a los Hijos; gran tesoro nos ha sido confiado.
La base de la ascesis de Cafh es no prometer nada a los Hijos. El Hijo podrá alcanzar el estado más alto y perfecto, pero por sus propios medios y no esperarlo de un libro, de una práctica, de una casualidad.
El camino ascético de Cafh conduce a la Unión con Dios sólo con medios interiores, de renuncia, contrarios a la metodología común.
Debemos quitarle a los Hijos todo lo que aspiran, toda su ilusión (clubes, artes, ciencias, religión, formas particulares de orar, etc.) para que sea nada exterior, sea virgen tierra del alma en donde se domine el vivo resplandor de su único amor: la Divina Madre.
El Padre Gracián le promete a Santa Teresa una novicia que sabia orar mucho y bien. La Santa le contestó: “No nos interesa. Nos dará bastante trabajo sacarle todo sus gustos orativos para que se entrene en nuestra obra. Deme, padre, hijas vivas e inteligentes, pero escasas en conocimiento ya formado de caminos ascéticos”.
Lo mismo queremos para los aspirantes de Cafh. Hijos de poca ilustración. Que sean pocos, pero no nos den trabajo de destruir lo que han aprendido.
Es necesario decirles: hay que sacar todas sus aspiraciones, especialmente los libros. No hay mejor libro que las Enseñanzas, pues al buscar en los libros conocimientos, mezclan conceptos, desorientan la doctrina y hay luego un gran trabajo para su nueva orientación. Su prédica entre los compañeros prefija en éstos ideas equivocadas.
Saquemos de ellos la práctica de deportes, el club, etc.
Este es el principio de la ascética de Cafh: llevarlos puros, por aniquilación de sus defectos y gustos personales, a la Gran Corriente. Así lo quiere nuestra Divina Madre.
Por sobre todo, sacarles a los Hijos los conceptos, las ideas que traen de su religión. Los hábitos religiosos no tienen importancia, pero nosotros debemos quitárselos para saber de sus apegos doctrinarios y no sentimentales. Si no, les hacemos entrar en un camino negativo con fuerzas positivas. De su choque, sólo podemos conocer en el Hijo terribles resultados.
El primer paso es la gran limpieza, si no su concentración de fuerza mental anima monstruos para su futuro.
El Hijo que al entrar en Cafh choca y siente la sacudida de la Gran Corriente, es porque no hemos sabido limpiarlo, es decir, vestirlo para recibirla.
Grande es nuestra tarea: curar enfermos, aliviar a los necesitados, dirigir a las almas, para que no sepamos obligarnos a no tener más trabajo en la aceptación de Hijos que parecen tener, por la contestación que dan en sus trabajos, otro camino de vida religiosa o mundanal.
El momento del contacto del Hijo con la Gran Corriente es el paso más trascendental y decisivo para el alma. Todo su futuro está determinado en ello. La necesidad de ese “algo” que experimenta, debe ser de amor puro a Dios y de un abandono a la Divina Madre. Su entrega es darse al triunfo o el fracaso, pues así él se determina en su futuro Cuerpo de Fuego, real y divino cuerpo que sostendrá el principio de la inmortalidad con su alma.
Éste es el momento en que Sacerdotes de Dios y de la Madre ponemos las almas en el fuego, no en el agua. Almas de inocentes niños que no sabemos si sus tiernas carnes resisten el purificador contacto con el fuego.
Por este camino de renuncia que nos da la ascesis para el futuro queremos llevar los Hijos a la cumbre, para que triunfen, que sean íntegros, queremos para ellos la felicidad y no la muerte.
Pero, sobre todo, que se sepa que el que empieza este camino, sabe dónde lo conducirá. La renuncia, como ascesis, lo acostumbrará a la verdadera renuncia.
La Ascesis de Cafh es lograr centros permanentes cerebrales, no transitorias formas logradas por ejercicios que exigen hábitos constantes para poseerlos. Debemos lograr centros dinámicos, para hacer seres aptos para vivir en la nueva era atómica, si no, no podrán superarla y sucumbirán como comunes seres humanos. El tiempo cuenta y en los próximos diez o quince años, este problema deberá estar totalmente develado.