La Ley de Predestinación Consecutiva lleva al ser a nacer dentro del círculo de la ronda y raza a que pertenece y dotado de ciertas cualidades y deficiencias, características de las mismas.
El ser ha de pasar por innumerables experiencias y pruebas; ha de nacer muchas veces, conocer muchas cosas, ser hombre, mujer, grande, pequeño, para seguir adelante en el sendero de la liberación.
Si Dios es lo Indiferenciado, lo Incognoscible, definirlo sería negarlo, y todo lo existente, lo definido y lo variable no puede ser más que una quimera; así aseguran los grandes filósofos de las religiones panteístas.
La esclavitud del deseo pesa sobre la humanidad y ésta, en lugar de desembarazarse de los lazos que la atan, se envuelve cada vez más en la cadena del dolor.
El ser, para llegar a la liberación, ha de evolucionar a través de numerosas reencarnaciones.
Si bien es cierto que el hombre no recuerda sus existencias pasadas, conserva sin embargo la experiencia de los caminos recorridos.
En los planos superiores las almas gozan de una límpida y libre atmósfera espiritual. Nada penetra hasta estas elevadísimas regiones donde los seres brillan como rutilantes estrellas.
Pero, cuando los seres de mayor adelanto espiritual han agotado el caudal espiritual que los hizo morar en el primer plano del mundo Astral, un vago deseo de acción empieza a detener el rodar maravilloso de sus luces.