En las islas Egeas crecía un pueblo bárbaro que había de ser el brote de los Celtas y fundador de Grecia.
Parece que el destino dejara en la más profunda oscuridad y abandono a los pueblos que habían de ser fundadores de grandes razas y de dinastías gloriosas.
Por una estrecha franja de tierra que había escapado a los muchos sismos vinieron restos de tribus Atlantes, emigrando hacia el centro del continente americano.
Este se extendía, virgen y espléndido en su estado salvaje hasta el sud-oeste, donde la cordillera asomaba sus crestas inmaculadas, surgiendo de la espuma del mar.
Los celtas dieron lugar a los griegos, macedonios y cartagineses; pueblos hermosos, fuertes, guerreros, plásticos y amantes de la naturaleza.
El origen de los romanos es muy dudoso porque los Etruscos, antiguos resabios de los Iranios y los Sabinos, habitantes del Lacio, eran de origen Ario Semita; pero en Sicilia y a lo largo de la costa de Calabria vivían los pueblos itálicos, de pura raza celta, que con el tiempo enriquecieron sus tierras y, mezclándose con los otros pueblos, fundaron la casta romana.
Un pueblo Semita se había expandido en diversos lugares del Asia y se había transformado, de tribus errantes en fuertes pueblos, como los Fenicios, los Arameos y, en menor escala, los Moabitas.
Los Racenos, que con el correr de los siglos se llamarían Etruscos, fue un pueblo de extraordinaria civilización, como aún lo demuestran hoy los restos de monumentos descubiertos en las excavaciones de aquellas ciudades perdidas.
Los orígenes de la civilización de China (Chun-Chin) se pierden entre las brumas de los tiempos védicos, pues Vedas fueron las tribus que se asentaron sobre el peñón de Chung-Yang, venciendo a sus primitivos habitantes, asimilándose y aclimatándose con ellos.