Curso XXV - Enseñanza 16: Los Mongoles

Los orígenes de la civilización de China (Chun-Chin) se pierden entre las brumas de los tiempos védicos, pues Vedas fueron las tribus que se asentaron sobre el peñón de Chung-Yang, venciendo a sus primitivos habitantes, asimilándose y aclimatándose con ellos.
Este país, que se extiende desde el Tíbet hasta el mar Amarillo, ha guardado mejor que ninguno el concepto de una religión divina, ya que, a semejanza de los egipcios ve en el emperador al ser supremo. Él gobierna a los hombres y a los dioses; el Panteón de los dioses chinos está sujeto en su categoría, a las órdenes del emperador, de allí el nombre de este reino: Celeste Imperio.
El emperador más antiguo y real, ya que las anteriores dinastías son únicamente mitos y leyendas, fue Yu de la dinastía de los Hia.
Él levanta ciudades, organiza ejércitos, combate a sus enemigos y sale siempre victorioso de sus empresas.
Desde entonces datan los anales Chinos, que son códigos perfectos en el orden social, moral y económico.
Pero quien transforma la grandeza imperial China en religión, es Confucio.
Transforma el orden militar en filosofía práctica: obediencia al rey, en devoción filial, como debe el hijo al padre, el hombre a Dios. Establece una disciplina que ha de cambiar el dolor humano en una felicidad continuada; mas, para que esto sea posible, es necesario que el dirigente, el jefe, sea perfecto y ajuste su vida a una estricta moral.
El libro de los Anales, escrito por él, se transformó en código, en texto religioso, que aún es guía de la alta aristocracia China.
Pero la religión de Confucio no se ocupa de la vida después de la muerte, pues es meramente materialista. Toda su finalidad consiste en proporcionar al hombre una vida más dichosa y cómoda.
El filósofo, el gran iniciado Chino de la metafísica, es Lao-Tsé; él enseña a los hombres la ciencia del alma; dice que todo lo que vemos es la manifestación de un principio sublime, oculto y fundamental y que la dicha verdadera es buscar aquella verdad única, que puede reintegrar el ser a su estado primitivo.
Yang, el principio masculino y Yin el principio femenino, son las dos fuerzas energéticas que mantienen al universo.
Lao-Tsé deja en la China un número tal de discípulos que forman un verdadero ejército y una religión que aún hoy subsiste, llamada Taoísmo. Tao significa sendero, la religión, pero con el tiempo la religión Taoísta, perdió los primitivos conceptos de espiritualidad pura y se transformó en una religión mágica. El sacerdote Taoísta es aquél que aleja a los malos espíritus, consagra los manes familiares, fabrica amuletos y reliquias y el licor extraído del melocotón, que es como un elixir de vida, un estimulante para rejuvenecer.
Pero la religión que más se difundió en la China fue el Budismo, aunque hoy predomina el Sintoísmo, que es una síntesis de las tres y sin embargo es independiente, basándose en el culto al fuego. El emperador profesa esta religión porque es la síntesis de las otras tres; la aristocracia sigue las leyes de Confucio; los sacerdotes y los sabios las de Lao-Tsé; el pueblo es budista.
El Budismo va tan estrechamente ligado a la figura de su fundador, que es imposible hablar de uno sin recordar al otro.
En Kapilavastu, pequeño reino del Penjab, nació el príncipe Siddhartha. Su madre, Devaki Maya, muere al darle a luz y él queda al cuidado del rey, su padre y de los sabios del reino. Crece sin conocer las miserias del mundo, entre las comodidades de su palacio. Joven, de veinte años, toma por esposa a una princesa vecina, siendo muy pronto padre de un niño.
Pero sobre la frente del hermoso príncipe flota una nube de duda infinita: el deseo de conocer la vida.
Por eso, sale un día de su palacio y al ver que los hombres sufren, envejecen y mueren, decide abandonar su corona y su familia, para buscar el secreto de la felicidad eterna.
De príncipe se convierte en Sanyasi que, mendigando su pan, recorre los caminos polvorientos en busca del Arcano.
Sigue el camino del estudio y del conocimiento, prueba los ejercicios yoguis tántricos; reduce por la penitencia su cuerpo a un esqueleto; recurre a las pruebas del amor místico; pero no encuentra el secreto.
Es entonces cuando, bajo el sagrado árbol del Bó, recibe la suprema iniciación y descubre el porqué del sufrimiento del hombre; el apego es la causa del dolor de la vida, de la muerte y del volver a renacer. Cuando el ser no tiene ya deseos, cuando la renunciación es absoluta, no sufre más, no viene más a la tierra y encuentra la eterna felicidad reintegrándose al No Absoluto.
Desde ese día empieza su misión en la tierra: enseñar a los hombres la senda de la felicidad, la senda recta.
Como una reacción producida en las conciencias religiosas acosadas por los muchos símbolos, ceremonias y leyes, se levanta poderoso el simple budismo arrastrando a la multitud.
Por donde pasa Buda, surgen los adeptos a millares.
Decía que los hombres eran todos iguales y con esto daba un golpe mortal al hinduismo, tan aferrado a la división en castas. Decía que Dios es el substratum de todas las cosas, y con esto derribaba y mataba de un golpe a los dioses milenarios. Decía que la obra recta es la única que debe ejecutar el hombre, destruyendo así otra creencia fundamental de la antigua religión, que fundaba el fruto de la vida futura más bien en el auxilio divino, que en la recta conducta.
Como cumbre de perfección ponía Buda el celibato; por eso iban tras él columnas de monjes que habían abandonado todo en el mundo para oír y practicar su palabra. Un día su propio hijo llegaría a él, para pedirle ser admitido en su comunidad.
No puede imaginarse el odio que suscitó la doctrina de Buda entre los Brahmanes. Pero con el odio nació el deseo de rivalizar con él; fue como una contrarreforma hinduista.
Surgieron hombres, entre las distintas sectas hinduistas, que comprendieron que no se podía combatir a hombre tan esclarecido, ni la doctrina tan útil, sino con las mismas armas. Comprendieron la necesidad de volver a la fuente primitiva de su religión, de beber en las páginas de los Vedas las verdades eternas que habían olvidado, para aplicarlas otra vez y profesarlas en sus templos y ceremonias. En una palabra: el budismo despertó la conciencia de la India, trajo la palabra de libertad a los hombres, que hasta entonces se habían sentido esclavos, y estimuló la rehabilitación de los Vedas primitivos.
Mas no fue en la India donde había de asentarse el budismo.
Muerto Buda, octogenario, en los brazos de su discípulo Ananda, empezaron las luchas otra vez, y no terminaron hasta que, dos generaciones después, los Chatrias, guiados por los Brahmanes, destruyeron a todos los budistas de la India y arrasaron esa religión en todo su suelo.
Pero la sangre de los mártires es siempre semilla de nuevos triunfos; la religión de Buda no había muerto. Sólo había sido trasplantada a otras tierras más fértiles y más necesitadas de su auxilio espiritual.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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