La Selva Negra estaba habitada por una tribu nómade de Arios primitivos los cuales, atraídos por un clima benigno de las tierras hesperianas, descendieron por el actual Brenner hasta los países vénetos y desde allí se internaron hasta el centro de la antigua Saturnia.
Chung-Ku, el centro de la tierra, el lugar inconmovible, que del todo no arrancaron las aguas de los cismas continentales, guardó como una reliquia un puñado de hombres lemures, que se amoldaron al clima de los nuevos continentes, vencidos y dominados por los negros Atlantes e instruidos al mismo tiempo por ellos.
La India había degenerado su religión de tal modo que se había convertido en una pura idolatría exterior.
Las castas superiores tiranizaban al pueblo infundiéndole terror religioso. Hasta las imágenes de los dioses, de aspecto horrible, con cabezas de monstruos y posturas macabras, no infundían amor ni veneración, sino superstición y pánico.
Doscientos cincuenta años antes de Jesús Cristo unos misioneros budistas se internaron en la China para predicar la doctrina del Excelso.
Fueron allí recibidos muy benévolamente y la nueva doctrina se fundió muy pronto con las antiguas religiones existentes.
Como perdidos en la inmensidad de las estepas de nieve de los países nórdicos, en la actual Escandinavia, vivía una tribu de Arios puros sobrevivientes de la gran hecatombe de la migración.
La cuarta subraza Aria está formada por los Celtas. Es muy difícil precisar el origen de la misma pues es una parte de la primitiva raza Aria que había quedado incontaminada en el centro de Europa.
No se puede precisar cuándo se fundó la religión jaina, pues su memoria se pierde en los primeros siglos del Hinduismo, si bien aparece formalmente constituida en los comienzos del Budismo.
Antes de que alboreara en Europa el Renacimiento, la India milenaria, cuna de las más antiguas religiones y de la pura raza Aria, había decaído en forma alarmante.
El budismo, aquella pura religión que unos siglos antes despertó todas las conciencias de la India hacia la fuente de lo eterno, había sido desterrado a sangre y fuego al resto de Asia.
El Cristianismo marcó una nueva era básica, completamente distinta de las anteriores, que revolucionó al mundo y es aún credo de la civilización europea.
Todas las religiones nacidas de las dos grandes corrientes, védica y egipcia, desembocan en el mar del Cristianismo; las que no han desaparecido subsisten en decadencia.
Un conjunto de hombres semisalvajes, semidesnudos, semi-arios, habían permanecido vigilantes, durante milenios en la orilla del continente perdido.
Se habían sumergido bajo las aguas las tierras del cielo de plomo, de los templos y ciudades de oro macizo.