Curso XLVII - Enseñanza 9: Parábola del Maestro donde manda a su Servidor para que invite a sus amigos a un banquete que Él dará esa noche (14/01/1956)
El servidor vuelve con la noticia de que ninguno puede asistir: uno a causa de una cita anterior, otro por otra cosa y otro por otra. Entonces el Maestro, con gran dolor, manda a su servidor para que vaya a la plaza e invite a todos los mendigos y menesterosos.
El Divino Maestro llama a las almas, a aquéllos que son sus amigos, que han estado a su lado, las llama constantemente, quiere que estén siempre dispuestas a acudir a Su Llamado al instante.
Él las tomó, las sacó del mundo, de su miseria y las llenó con las gracias de su amistad, pero quiere que ellas estén siempre prontas a su llamado. Cuando ellas se envuelven con el mundo, elige a las más pobres y miserables y las invita a su cena. Ésas son las pocas almas escogidas, que sólo pueden mantenerse en ese lugar a través de su esfuerzo y la ofrenda de todo su ser.
Por eso el Maestro dice algo que pareciera incompatible con su amor y misericordia: “Odia a tu padre, tu madre, tus hermanos, amigos y compañeros”. Odiar al padre y a la madre o sea al mundo físico, la sangre que es la raza, la nacionalidad, la religión; a los hermanos o sea al mundo de la personalidad con sus costumbres, hábitos, impulsos, sentires, estudios, cultura, con sus pasiones y deseos; a los amigos y compañeros, o sea a las ilusiones, los ideales de la mente. Que nada de esto se interponga entre Él y el alma y le impida a ésta acudir a su llamado.
Lo humano y lo divino no pueden existir en el alma al mismo tiempo. Por eso el Maestro dice: “Odia, aborrece al mundo”, porque si el mundo no muere en nosotros, no podremos permanecer prontos a su llamado porque siempre habrá algo que lo impida, que obligará al alma a posponer la respuesta al llamado divino.
Nos ha escogido para nuestra vocación de renuncia, nos ha apartado de todo para que, muertos al mundo, estemos prontos a acudir. A través de la muerte del mundo en nosotros, todos nuestros actos se tornan sobrenaturales y divinos y podemos sentarnos al divino convite.