Curso XLVII - Enseñanza 44: El Corazón de la Divina Madre (6/02/1960)

Han de entregar los Hijos Ordenados y todos los Hijos de Cafh su corazón a la Divina Madre, o mejor dicho, el corazón del Hijo ha de ser el Corazón de la Madre Divina.
Sobre las alturas de la vida espiritual siempre está la entrega de la intimidad del sentimiento, del amor y un corazón humano ofrendado a la Divinidad se transforma en un corazón Divino.
Los corazones de los Hijos han de ser corazones celestes de la Divina Madre. Desde el corazón de los Hijos ha de irradiar el amor sobre toda la Humanidad.
¿Cómo hemos de hacer para que éstas no sean figuras imaginativas, explicaciones intelectuales? ¿Cómo hemos de hacer sino dar todos los momentos de nuestra vida y que nuestro corazón sea el de la Divina Madre?
¡Cuántas cosas y complejas, cuántas contrariedades y cuántas cosas distintas tiene este corazón nuestro, humano!
Todas las veces que él late y late continuamente, es como si enunciara una nueva forma de sentir o de expresarse; o se estremeciera por la pasión, o se doliera por la pereza, o se adormeciera por el olvido de nuestros deberes sagrados y de nuestras obligaciones. Y sin embargo, es el corazón de la Divina Madre que enuncia su amor y no deviene. Podemos pensar que es la Voluntad de la Divina Madre, porque no late siempre de la misma manera, no es siempre una misma expresión de silencio, de paciencia y rutina; parece que es la prueba y es el destino y es la participación del Ordenado con los corazones desesperados del mundo.
Pero yo no creo que sea así, sino porque siempre dejamos infiltrar allí nuestra personalidad, dejamos que el mundo penetre, que el pasado y el porvenir tome su lugar allí, cuando no ha de existir allí nada más que la Eternidad.
Con una observación vigilantísima podemos nosotros llegar a ese ritmo perfecto, a ese silencio divino, a esa rutina que no puede cambiar, a esa paciencia que vence a la mente, los sentimientos, a todas las cosas exteriores; mejor dicho, el corazón celeste del Hijo Ordenado, quiero decir, el de la Divina Madre, está envuelto en un aura divina, toda espiritual. Esa aura que envuelve el Corazón de la Divina Madre a nuestro corazón, no puede dejar que nada ni nadie penetre allí, pero ¿es verdad todo esto?
El Hijo Ordenado consigue un dominio exterior de sí mismo, admirable y divino dominio de todo; es observante en su vida, disciplinado en todos sus actos, su entrega es de día y de noche, pero ¿qué hay detrás de ese velo impenetrable del corazón? Ese corazón está entregado, pero en el fondo hay sangre, hay soledad allí; pero esa sangre bendecida toda celeste, ¿es toda celeste o hay algo de humano de pasión, de deseo, o hay algo de vida del pasado que envuelve esa sangre, o hay sueños del porvenir que lo turban, cuando allí no puede penetrar absolutamente más que el Ojo Divino de la Madre? Porque ese es el misterio admirable del alma en contacto con la Divina Madre; esa es la realización sublime del Voto de Silencio: el alma y el Amor Divino, el alma y la Madre Divina.
Pero, sin embargo, a pesar de que es un secreto tan admirable, los pobres superiores, directores espirituales, por el hábito que tienen ven a veces algo de lo que pasa en ese corazón: un sonrojarse al leer una carta, una emoción demasiado profunda en contacto con personas que hemos dejado atrás y que sólo puede percibir el ojo avisado del Director Espiritual; las tormentas silenciosas que pasan en el alma y que nadie ve a través del choque de nuestra personalidad con la personalidad de otro.
Infinitos detalles que permiten descubrir que el corazón no está todo entregado, que el alma se ha dado toda, pero que ha escondido una pequeñísima parte allí y hasta que esa parte no sea toda entregada al amor de la Divina Madre, hasta que este residuo profundo e interior no haya sido ofrendado, no podemos decir que nuestro corazón es el corazón celeste de la Divina Madre, que ha trascendido, que nada ni nadie tiene que ver con las cosas humanas.
Este corazón está hecho a través de los latidos humanos del pasado y del porvenir, del dolor, esperanzas, deseos, amor, de todo eso que constituye la vida y que la hace hermosa, pero esa era la ofrenda que Ella pedía y que nosotros le hemos dado, y que a veces es como si se encendiera una luz que no es la luz de la Divina Madre, esa luz incandescente que no tiene sombras, que no tiene cambios ni intensidad, ni depresiones, nada.
Para que nuestro corazón sea todo dado a la Divina Madre, el trabajo tiene que ser intenso, completo y continuado.
Como les dije, allí no puede penetrar nadie, el ojo puede ver algunas cosas, pero el trabajo lo hace el alma, sola, en contacto con la Divina Madre. Todo lo dimos, fue hecho en conjunto en la Comunidad a través de los Votos, ofrenda, consejos de los Superiores, pero ese último trabajo es individual. El alma tiene que darse por sí sola, tiene que hacer lo último por sí sola, esa pequeña fase personal y propia y esa divina herencia de la vida; porque eso que guarda el alma en el corazón (recuerdo de una buena obra realizada, sacrificio de una vida, de un afecto) eso no es la parte divina, sino la última parte que tiene que ser entregada para que la Divinidad pueda expresarse toda íntegramente, sin figuras, expresiones humanas, cosas vividas.
En la vida espiritual y en la realización del alma con la Divina Madre no hay vivencia sino Eternidad; no hay tiempo, pasado, porvenir, sino duración; no hay cambio ni sucesión, sino expansión eterna y continuada. Eso es lo que tenemos que ofrendar a la Divina Madre como última expresión de nuestro amor a Ella.
Ese es el misterio de nuestra vida de silencio que tiene que realizarse en lo íntimo de nuestro corazón: ofrenda del tiempo, de la vida, de todo lo que somos, hemos sido y podemos llegar a ser.
Hay una expresión, Hijas mías, que os dará la pauta y que os dirá si vuestro corazón se ha transformado en el corazón celeste de la Divina Madre y en ese momento, es cuando ustedes todas olvidadas de sí mismas, sabrán sentir toda esa permanencia de pasado y de tiempo a través de las almas que no participan de la obra que tienen que realizar.
Es tan perfecta y divina la realización del alma con la Divina Madre, que cuando todo lo ha entregado no deja de amar, sentir y sufrir, pero todo esto que pasa ya no lo siente por sí misma, sino por los otros.
Cuando nosotros nos acordamos de nuestras miserias pasados y dolores nos entristecemos, lloramos, pero cuando estamos satisfechos de nosotros mismos, cuando nos ponemos tristes pensando en lo que no hemos hecho y en lo que hemos dado, es porque estamos siempre mirando nuestro corazón humano. Pero el día en que sentimos todas esas emociones y pensamientos reflejados en nosotros y lo nuestro ya no nos depara ningún sentimiento, sino indiferencia, entonces tendremos la pauta de que nuestro corazón es el de la Divina Madre.
Ya no trabaja el corazón alrededor de nuestras emociones y modo de ver, sino que está trabajando por otros, reflejando el problema de los otros; es un reflector divino que se enciende y enfoca los problemas del corazón de la Humanidad. Y entonces el Hijo abre su celeste corazón, lo ofrenda y lo da a la Humanidad.
Una Hija me preguntó por el Voto de Unión. ¡Pero si éste es el Voto de Unión, el último, sublime y divino, la entrega de ese sentir por mí, pensar por mí, algo que todavía expresa el “mí”! Cuando el alma, sea hombre o mujer, Hijo o Hija, cuando haya llegado ese momento en que se ha olvidado de sí, a ese estado permanente de conciencia en que ya no recuerda su pasado, no le emocionan sus afectos, ya no le interesan, hay indiferencia frente a sí, porque no se recuerda de sí. Entonces, en ese momento, se realiza el Divino Desposorio con la Divina Madre, que es cuando nosotros le damos el corazón a Ella y Ella nos entrega el de Ella y nos transformamos en sacerdotes.
Sacerdote es el que siente para la Humanidad. ¿Cómo podemos tener derecho a decirnos Salvadores de la Humanidad, si no hemos realizado esa obra en nosotros mismos, si cuando vamos a las almas hemos de darle todo lo nuestro?
Cuánto mal hacen los sacerdotes en el mundo, porque se han guardado algo para sí, no han hecho ese voto último de unión y de ofrenda. Se han hecho sacerdotes, pero no dan más que el reflejo de sí mismos; si les pasa algo, le dan eso a las almas, esa es la oración que le dan. Así no cumplen con su misión divina, porque el verdadero sacerdocio del alma es darse puramente, uno no puede realizar nada cuando tiene algo propio; pero cuando en el corazón no hay nada que le moleste, ni la más pequeña sombra que empaña el corazón de la Divina Madre, entonces transmite la Luz Celeste, la Luz Divina.
¿Cuándo vendrá ese momento en que el alma se desposará con la Divina Madre? Tiene que llegar; no podemos estar esperando que llegue. Tiene que ser hoy, Hijos, Hijas, en este momento, si son capaces de dar su corazón, de no tener ni pensamiento ni emoción, sino transmutar todo en la vivencia de toda la Humanidad.
Ése es el misterio del amor, del sacerdocio, de la Unión a realizarse en el Corazón Celeste de la Divina Madre.
Y no hay otro. Eso es lo más grande. Todo lo demás son corrientes que van y vienen como el mar, son sucesiones de días y de noches; la única verdad no es el Voto, la ofrenda, la vida, sino la ofrenda íntima y secreta del alma, del corazón a la Divina Madre.
Es cosa de un momento, Hijas, Hijos; el cuchillo tiene que estar bien afilado, y el tajo tiene que ser bien profundo, la mano no tiene que temblar, la mente tiene que estar vacía, y entonces todo está hecho. Un poco de sangre, un pequeño temblor, una lágrima y ya el alma ha muerto, ya no existe más y cada uno de nosotros se ha transformado en el Corazón Celeste de la Divina Madre.

Fundador de CAFH

Las Enseñanzas directas de Santiago Bovisio quedan así depositadas en manos de los hombres, cumpliéndose de esta manera su mandato final= ¡Expandid el Mensaje de la Renuncia a toda la Humanidad! Que la Divina Madre las bendiga con su poder de Amor.

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